martes, 31 de enero de 2023

APRENDER A VER Y ENSEÑAR A VER (Fernando Zóbel en el Museo del Prado)

 


Es maravillosa la exposición sobre el pintor filipino-español Fernando Zóbel, fundador del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, que hasta el 5 de marzo exhibe el Museo del Prado, en el marco del estimulante empeño que mantiene el museo de prestar atención al diálogo entre sus colecciones y el arte contemporáneo.

Zóbel dedicó su vida a «aprender a ver y enseñar a ver» a través de su pintura. Como señala uno de los textos mostrados en la exposición, «“dibujar de cuadros” es una forma de verlos -escribió- como si los cuadros estuvieran provistos de una naturaleza íntima, que solo se pudiera alcanzar dibujándolos».  Testimonio de esa forma de ver son el casi centenar y medio de cuadernos de apuntes que Zóbel escribió y dibujó a lo largo de su vida. Una buena muestra de ellos se despliega ante la mirada del visitante en la exposición. Son joyas deliciosas, llenas de delicadeza, genio, expresivo y creatividad.

Tras pasar una tarde contemplándolos, uno sale del museo presa de la efervescencia para verlo, y dibujarlo, y compartirlo todo. La efervescencia de aprender a ver y enseñar a ver, como diría Fernando Zóbel. 

[Siento no poder ofrecer imágenes. Los criterios del Museo del Prado, ya se sabe...].





jueves, 26 de enero de 2023

LOS VETTONES DEL CASTRO DE LA MESA DE MIRANDA (Tras las huellas de César III)



Sea siguiendo las huellas de Aníbal o las de César, durante los últimos años he visitado la mayor parte de los grandes castros vettones del centro de la península, repartidos en ambas vertientes, pero sobre todo la septentrional, de la Sierra de Gredos. Sus emplazamientos tienen en común estar situados en parajes de granítica belleza, mostrar grandes lienzos de muralla con factura casi ciclópea y conservar rasgos de espiritualidad que, aún hoy, más de dos milenios después, siguen emocionando a los visitantes.

En mi libro «Tras las huellas de Aníbal» doy cuenta de mi visita a los castros de El Raso de Candeleda, Yecla La Vieja y Ulaca en las provincias de Ávila y Salamanca. Y en este blog, hace ya un buen número de años, dejé una breve noticia sobre Las Cogotas, muy próximo a la ciudad de Ávila. 

Hoy os presento el Castro de La Mesa de Miranda, descubierto en 1930, junto a su necrópolis de La Osera, en el municipio abulense de Chamartín. Creo que es uno de los más hermosos, enclavado en un extenso cerro poblado de encinas centenarias, encajado entre sendos arroyos. Es un paisaje agreste, de estribaciones serranas, que se cubre de nieve en el corazón del invierno.

El castro conoció su época de esplendor en los siglos IV y III a.e.c. y debió de ser abandonado en la época de mayor actividad militar romana en la zona, entre las Guerras Sertorianas (82-72 a.e.c.) y los enfrentamientos entre los partidarios de César y Pompeyo en la segunda guerra civil (49-44 a.e.c.). Cabe, por tanto, pensar que Mesa de Miranda, fuera uno más de los oppida sometidos por César en el curso de su guerra contra los lusitanos, durante su propretura del 61 a.e.c.

 

Antes de acudir a visitar el yacimiento, decido pasarme por el aula arqueológica del pueblo de Chamartín.  Para mi sorpresa, está muy bien. Tiene abundantes paneles informativos, unos curiosos vídeos con recreaciones de escenas de la vida vettona, con figurantes que probablemente sean vecinos de los alrededores (habida cuenta de la tez serrana y la expresión cohibida y divertida que lucen), dioramas, mecanismos hidráulicos y reproducciones de objetos que uno puede toquetear. Me recibe y atiende Ana, y es encomiable su atenta profesionalidad, su empeño en que me merezca la pena haber llegado hasta aquí. Acaso hoy sea el único visitante. Ojalá cada vez haya más. Después me aventuro por el camino que lleva hasta el castro. Son tres kilómetros, en muchos tramos completamente cubiertos de nieve, y no dejo de preguntarme si finalmente tendré que tirar la toalla y darme la vuelta. Pero, afortunadamente, consigo alcanzar mi destino.

Menos mal, porque hubiera sido imperdonable perdérselo. El castro aparece con sus murallones de grandes sillares de granito, cubiertos de nieve, relampagueando con un blanco cegador o apagándose según el curso de las nubes en el cielo. Ausentes los vettones hace mucho, los únicos habitantes son hoy las encinas, algunas de ellas colosales.

En realidad, pronto compruebo que no. En la nieve no son las mías las únicas huellas. Hay también otras más pequeñas que trazar sus propios caminos entre los recintos de piedra, los túmulos funerarios y los árboles.

Me asomo al paisaje infinito, más allá de los valles, cortados por el río Riohondo y el arroyo Matapeces. Sonrío al pensar que la toponimia siempre echa una mano para quitarle los excesos de solemnidad a las cosas. 



















 

sábado, 21 de enero de 2023

ANÍBAL BARCA, EL GENERAL INCOMPRENDIDO

 


Para conocer al Aníbal hispano hay que seguir las huellas que dejó en el paisaje, los textos clásicos y la arqueología. De eso trata precisamente Tras las huellas de Aníbal, el libro que he publicado recientemente en Almuzara. ¿Pero fue Aníbal un hombre admirable o un ejemplo de crueldad? Doy mi visión en el número de febrero de Aventura de la Historia.

viernes, 20 de enero de 2023

EL MADRID DE AMALIA AVIA (Y EL MÍO)

 


Visitamos la exposición de Amalia Avia en la sala Alcalá 31 ("El Japón de Los Ángeles") y quedamos impresionados. En el centenar de cuadros descubrimos a una de las grandes cronistas visuales de Madrid. ¿Cómo una artista tan grande puede haber quedado tan en segundo plano? La respuesta es clara: por ser mujer (la de Lucio Muñoz, por cierto) y haber dado lo mejor de su vida al ámbito cotidiano. 

Amalia retrata el Madrid, a punto de desaparecer, de los años 60 y 70. Lo hace dejando registro de los comercios en proceso de abandono, de sus viejos carteles, sus rótulos, sus desconchones. Y sus pinturas obran el milagro de la permanencia, de un modo que no consiguen las fotografías. Las fotografías son pasado, pero la pintura es presente por el aliento de la pintura que sigue latiendo en la tabla.

El Madrid de Amalia es el de mi infancia. De 1963, el año en que nací, es el cuadro "La Bobia", con su hilera de ciudadanos grises en la parada  y el autobús Pegaso de color azul de la EMT. El territorio de mi memoria cobra vida al ver al guardia urbano de impermeable y casco blanco, los brillos de la lluvia y la melancolía invernal de los árboles de ramas desnudas, los carteles congelados de las películas exhibidas en el cine Ciudad Lineal. 

Amalia es una maravillosa Richard Estes que pintó siempre no del natural, sino de fotografías, a menudo obtenidas de la prensa, reflejando así el instante cotidiano. Por eso, ella no se sintió incluida en el "Realismo madrileño" de su marido y sus amigos, sino en el Informalismo.  

Yo me siento identificado con ella. También yo dibujo mis fotos. También yo "amo a Madrid en particular y a la gran ciudad en general". También yo creo que en un instante, y en una imagen, cabe una vida entera. Aunque es cierto que en mi Madrid no siempre era invierno, ni todo envejecía, ni estaba todo cercado por puertas tapiadas y signos de "prohibido el paso" y paraguas ocultando la identidad de los transeúntes. 

Mi Madrid era el Madrid de un niño. Y aunque Amalia me ayude a cartografiarlo y evocarlo con emoción, por fortuna no ha dejado de serlo del todo. 

















martes, 3 de enero de 2023

EL ANFITEATRO ROMANO DE TARRAGONA



Con todos los años que llevamos viniendo a Tarragona y teníamos pendiente aún visitar el anfiteatro. Debe ser porque en verano reverbera bajo el sol como una sartén calcárea y nunca nos habíamos atrevido a salir al ruedo, nunca mejor dicho. Pero en este suavísimo día de diciembre, el penúltimo de este turbulento 2022, cayendo la tarde, era sencillamente irresistible.

Qué lugar tan espléndido. Se desciende hasta él por unos jardines encajados en el costado de la ciudad que ofrecen una vista espectacular sobre la antigua almendra de piedra del anfiteatro. Más allá, el Mediterráneo semeja una lámina de reflejos metálicos sobre la que espera, pacientemente, su turno para atracar en el puerto, una flotilla de mercancías y petroleros.

En el punto de acceso al recinto, nos descargamos la audio guía y accedemos al óvalo de arena por la imponente galería, enmarcada por sillares milenarios, de la porta triunfalisAllí nos espera una acumulación de estratos de historia como un palimpsesto de siglos escrito, no en pergamino, sino en piedra.

Fue construido por el flamen local en el siglo II d. C. y engrandecido por el emperador Heliogábalo en el siglo siguiente. Tras el cese de su uso original y su abandono, el recinto fue utilizado para erigir una basílica visigoda rodeada por un cementerio en el siglo VI. Más tarde el mismo emplazamiento sirvió para acoger a la iglesia románica de Santa María del Miracle en el siglo XII. También el momento de esta pasó y sobre sus restos se alzó en el siglo XVI el convento de los Trinitarios, en cuya ruina se habilitó en el siglo XIX el presidio provincial.

¿Alguien da más?  Es difícil encontrar otro testimonio de continuidad histórica como este, y de todo ello queda huella en el espacio del anfiteatro. Ante los ojos de los visitantes se muestra cómo sobre el genio de los ingenieros romanos se ha ido construyendo todo lo demás. Los cimientos romanos son los que se apoyan en la roca madre; todo lo demás se ha levantado sobre ellos.

Es un buen símbolo de lo que representa para nosotros la civilización clásica: el cimiento.  Aunque es importante recordar que este pacífico lugar acogió en su día los espectáculos más crueles, incluyendo la quema en la hoguera de los primeros cristianos de la noble Tarraco. También eso está presente en los fundamentos de la civilización occidental: la intolerancia, el militarismo y el festivo derramamiento de sangre, combinado con la más duradera ingeniería y el más exquisito espíritu artístico. Y, a la luz de la historia de Europa, hay que ver qué difícil nos resulta dejar atrás nuestro lado oscuro, venga de donde venga.