jueves, 28 de diciembre de 2023

EL JABALÍ VETÓN DE SEGOVIA (Dibujos Arqueológicos XXVIII)

 

Del jabalí de granito que se exhibe en el Museo de Segovia se tiene noticia desde 1637, año en que se encontraba en la calle Real, frente al atrio de San Martín. Me pregunto qué pensarían los segovianos, en aquel tiempo en que rugía la guerra de Flandes con el asedio a Breda, del verraco que parece mirar con curiosidad desde el ojillo perforado en la piedra gastada por los milenios. Su mensaje sigue siendo inteligible hoy: junto a otras estirpes, como la celtíbera o la vaccea, Segovia fue también vetona.






martes, 26 de diciembre de 2023

LA PARTE AZUL DEL FUEGO, de Paloma Larrosa


El pasado sábado 23, en vísperas de Nochebuena, tuvimos el placer de presentar «La parte azul del fuego», de Paloma Larrosa, en ese delicioso espacio literario que es el café María Pandora. El poemario de Paloma ha resultado ganador de la segunda edición del «Premio internacional Elvira Daudet para poetas jóvenes», creado por Ediciones Evohe para conservar y celebrar el recuerdo y el legado de Elvira, una mujer y poeta inmensa que nos dejó una huella indeleble a quienes tuvimos la fortuna de conocerla.

Muchos amigos nos acompañaron en la presentación, entre ellos los hijos de Elvira, Isla y Río, aunque sentimos tanto como él mismo que no pudiera hacerlo presencialmente Jaime Alejandre, principal creador del premio, lejos de España en estas fechas.

La presentación de Paloma corrió a cargo de Jesús Urceloi, poeta y maestro de poetas, mentor de nuestra premiada. Contamos también con la participación de Pilar García Orgaz, prologuista del libro, que nos invitó a disfrutar del poemario leyendo algunas palabras de su prólogo: «[…] Leed a Paloma, soplad las cenizas y pedid un deseo. Dancemos con ella en los lugares donde nacen los nombres de la lluvia. Si nos dejamos llevar por el ritmo de sus poemas, hasta podríamos oír jazz en la parte azul del fuego». 

Haced caso a Pilar, a Jesús y al jurado del premio. Leed a Paloma. Estamos seguros de que os va a parecer, como a nosotros, un espléndido estreno poético.


















 

martes, 19 de diciembre de 2023

EL CASTRO ÁRTABRO DE ELVIÑA (Tras las huellas de Julio César XVII)


Además del Museo Arqueológico e Histórico de A Coruña, de nuevo con Ana Martínez Arenaz y Marco Antonio Rivas pude conocer, en una visita breve pero impagable, el castro de Elviña. Elviña es una auténtica joya, todavía insuficientemente excavada y puesta en valor, aunque en los últimos años el Ayuntamiento de A Coruña está haciendo un encomiable esfuerzo con espectaculares resultados.

En conjunto, Elviña cuenta con tres recintos amurallados que se extienden por ocho hectáreas de extensión, con un imponente dominio visual sobre la ciudad de A Coruña, y más allá, el Océano Atlántico. En la línea de horizonte se recorta el que constituye el símbolo por antonomasia y uno de los mayores tesoros arqueológicos de Coruña: la torre de Hércules, fuente de mitos célticos y romanos.

Al acercarnos vemos aparecer, destacando en lo alto, los imponentes lienzos de muralla del castro, abrazando el cerro con una «croa» (corona), que confiere al lugar el aspecto de una acrópolis de los ártabros, el pueblo que construyó el oppidum a caballo entre los siglos IV y III a. C.  Les comento a mis acompañantes que voy siguiendo las huellas de Julio Cesar a lo largo y ancho de Hispania.

—Pues has venido al lugar correcto—responde sonriendo Marco Antonio—. El poblamiento de toda esta zona cambió mucho como consecuencia de la expedición de expolio de Cesar. Igual que el asentamiento descubierto bajo Príncipe 17, también el castro sufrió un hiato de despoblación a mediados del siglo I a. C. Elviña fue abandonado y amortizado, seguramente por los propios ocupantes, para evitar su destrucción a manos de los romanos. Tardaría en ser habitado de nuevo, ya con la ciudad romana construida en la bahía.

—Hay cierta controversia sobre si la Brigantium original estuvo aquí o en Betanzos—comento.

—Aquí, por supuesto, en Coruña—dicen ambos al unísono, con el mismo tono bienhumorado—; los últimos hallazgos, como los de Príncipe 17, parecen confirmarlo. Aunque más bien—continúa Ana—parece que Brigantium era una zona más extensa con distintos núcleos habitados desde Coruña hasta la ría de Betanzos.

Caminamos hasta la puerta de acceso al recinto de la «croa», flanqueada por dos torreones semicirculares que se proyectan desde una muralla muy bien conservada, con tramos de más de dos metros de altura. En su interior se suceden viviendas y edificios más amplios, seguramente de uso público. Marco Antonio me muestra cómo las viviendas se configuraban alrededor del hogar, creando espacios de luz y sombra, con las puertas exteriores situadas de tal modo que permitían contacto visual entre los miembros del mismo grupo familia. «El urbanismo era muy avanzado—explica—, con calles bien trazadas, e incluso desagües y canalizaciones de agua. Mira, todavía hay áreas con pavimento original».

Caminamos atravesando la «croa» hasta que alcanzamos la otra puerta de acceso al recinto superior, igualmente monumental que la anterior. Aquí Ana toma el relevo de la explicación, mostrando un gran edificio situado justo en el interior de la entrada. En uno de sus muros hay integrado un molino de mano.  Vemos también un hueco para encastrar un ara.

—Parece ser un edificio de culto—explica Ana—con distintos espacios, entre los que destaca, al fondo, la sala de los betilos. Ahí siguen, tal y como aparecieron.

Y ahí están, en efecto, tres betilos erguidos y uno caído, y un pequeño altar cuadrangular. 

—¿Los ártabros usaban betilos para el culto?—me sorprendo—. Si no me equivoco, son más bien de tradición fenicia o púnica.

—Exactamente—corrobora Ana—, es una clara influencia fenicia. Y se han encontrado otras piezas de origen gaditano como cuentas de pasta vidriada. Parece que este lugar era bien conocido por los comerciantes de Gadir, que fueron precisamente los que financiaron la expedición de César. Sabían lo que se podía expoliar.

Esta sección del castro es especialmente formidable, con murallas de cuatro metros de anchura que permitían tener sobre ellas adarves o caminos de ronda, y una calle muy bien trazada en su interior con el tránsito obstaculizado por grandes piedras situadas en ella deliberadamente. Tal vez sean testimonio del momento de alarma que se produjo al avizorarse las naves romanas en lontananza.

De camino hacia la salida pasamos por otra de las construcciones más notables del castro: un aljibe con paredes construidas con grandes sillares y sendas escaleras, también de piedra, enfrentadas. El cielo azul se refleja en el agua inmóvil del fondo. Está tan intacto que parece seguir esperando el regreso de los ártabros.  El lugar está rodeado por un murete. Explica Ana que lo construyeron los lugareños en tiempos más recientes para evitar la caída de ganado e incluso de niños traviesos.

Nos marchamos comentando los planes municipales de continuar las excavaciones y dotar al castro de Elviña, algún día, de un centro de interpretación. Desde luego, en lugar lo merece. He visto pocos oppida de esta envergadura en España; Elviña es comparable a Ullastret, Yecla la Vieja o Puente de Tablas. Y tiene, además, el reclamo de estar presente en él la huella de Julio César. Una huella de expolio y destrucción, dicho sea de paso, que se extendió por buena parte de la costa del noroeste, abriendo a la romanización las puertas de Galicia.

















 

sábado, 2 de diciembre de 2023

BRIGANTIUM Y EL GOLFO DE LOS ÁRTABROS (Tras las huellas de César XVI)


Una vez hubo sometido César a los últimos fugitivos lusitanos en la isla de Peniche, puso su atención en la costa que se extendía al norte de aquel punto, llamada de las Cassitérides, famosas en la Antigüedad por su riqueza en minerales. En la actualidad aún se discute si deben identificarse con las islas Cíes, o bastante más lejos, con las Británicas, aunque, si debemos creer a Dión Casio, es indiscutible la primera opción. Esta ruta era ya conocida por los romanos y, más aún, por los comerciantes gaditanos, que fueron quienes suministraron a César los navíos necesarios para proseguir su expedición. En realidad, se trató de toda una práctica de saqueo sistemático puesta en práctica a escala imperial.

Es fácil imaginar el acuerdo mutuamente beneficioso para las dos partes: César obtenía triunfos y prestigio militar, abriendo nuevos territorios al dominio romano, y compartía con los mercaderes gaditanos que financiaban su campaña los beneficios económicos obtenidos mediante el expolio de las poblaciones indígenas, ya por entonces insertas en lucrativas rutas comerciales. Es decir, ya entonces la rapiña y la gloria militar eran las dos caras, valga decir, del mismo sestercio.

De este modo, avanzado el 61 a. C., César se presentó con sus naves en el golfo de los ártabros, un pueblo céltico que habitaba la costa y el entorno de las rías de Ferrol, Ares, Betanzos y A Coruña. Un célebre pasaje de Dion Casio (37.53.4) nos da cuenta de ello: «Después, César, haciendo venir una barcaza desde Gades, atravesó con todo su ejército, y sin lucha sometió a todos, que estaban en una mala situación por falta de víveres. Y desde allí, navegando a lo largo de la costa, hacia Brigantium, ciudad de la Galaecia, los atemorizo y sometió por el rugido de su embarcación, pues jamás habían visto una escuadra».

Una cierta rivalidad localista ha producido un furibundo debate científico y periodístico sobre la auténtica localización de Brigantium, con A Coruña y Betanzos como principales candidatas. No obstante, el análisis de los hallazgos más recientes, como el llevado a cabo por un equipo de arqueólogos capitaneado por Samuel Nion-Álvarez en el yacimiento del número 17 de la calle Príncipe, ha evidenciado que, bajo el subsuelo de la actual Coruña, hubo un asentamiento prerromano de la Edad del Hierro, cuyo poblamiento se interrumpió a mediados del siglo I a. C., superponiéndose sobre él una ciudad romana—la Brigantium de las fuentes clásicas—un siglo después.

Por una de esas carambolas que en ocasiones se produce en los viajes de trabajo, tuve la fortuna de poder introducirme en este debate y sus evidencias arqueológicas de la mano de dos de las personas más indicadas: Ana Martínez Arenaz, responsable del Museo Arqueológicoe Histórico de A Coruña, y Marco Antonio Rivas, arqueólogo municipal de la ciudad. Con ellos visité el cercano Castro de Elviña, el que con mayor justicia puede recibir el título de oppidum de todo el noroeste peninsular, y seguramente el de mayor relevancia del pueblo de los ártabros. Y días después, elevando mi gratitud al cuadrado, me mostraron los secretos del propio museo, sito en el célebre castillo de San Antón, mandado construir por Felipe II en la Peña Grande, una isla en la bahía de A Coruña, que se conectó con tierra por un pasaje a mediados del siglo XX.

Ambos lugares, el castro y el museo, ofrecen visitas fascinantes al viajero. Aunque tuvo lugar más tarde, me referiré primero a la del museo, porque es la que mejor proporciona el contexto del final de la Edad del Hierro y el comienzo de la romanización en la Galaecia, poblada en aquel entonces por los ártabros y otros pueblos célticos. 

Ana me dio la bienvenida en el espacio que sirve de biblioteca, sala de investigación y despacho en el antiguo edificio del Botero, desde el que se abre una amplia ventana sobre el puerto. Es un lugar lleno de actividad, que demuestra el partido que se saca a los recursos que un ayuntamiento comprometido con la arqueología como el de A Coruña se esfuerza en dedicar. Después se sumó Marco Antonio y con ambos visité las salas del museo, atravesando un patio de armas en el que parpadeaban los brillos del sol en el granito húmedo por la lluvia de la noche pasada.

En las salas del museo se suceden las vitrinas dedicadas a enclaves megalíticos como el dolmen de Dombate o la necrópolis de Parxubeira, calcolíticos como aquel en que se encontró el tesoro de Cícere, o de la Edad del Bronce, con joyas extraordinarias como el casco de Leiro, con su espectacular repujado en oro. Cada uno de ellos es testimonio del pueblo y la cultura que los creó, y también de las circunstancias en que fueron hallados. A este respecto, me seducen especialmente las de las joyas de Cícere, halladas en Santa Comba durante la II República por un platero de Carballo, quien se las entrego a un prócer de la comarca, el doctor Arbeleda. Sus piezas principales son dos láminas lisas a las que faltan diversos fragmentos que fueron utilizados por sus descubridores originales para reparar zuecos, al confundir el oro con latón. «Tal vez todavía haya por Santa Comba viejo zuecos con parches de oro»—dice Ana con una sonrisa.

De la Edad del Hierro el museo exhibe piezas extraordinarias. Están los torques de «tipo ártabro», con sus características remates en forma de pera, con piezas metálicas en su interior que producen al moverlas el efecto de un sonajero; espadas de antenas de bronce frecuentemente halladas junto a cursos de agua que dan evidencia de rituales asociados a dioses fluviales o marítimos; y cerámica indígena de barniz negro, platos campanienses y ánforas napolitanas de importación.

Es precisamente este tipo de cerámica, de los siglos II y I a. C., la que se encontró en Príncipe 17, estando su aparición inequívocamente asociada, como la pistola humeante de un crimen, a oppida de cultura castreña de la Edad del Hierro. «Es un hallazgo que va a obligar a mirar con otros ojos todo lo anterior—comentan Ana y Marco Antonio—. Posiblemente otros restos que hasta ahora se han considerado galaico-romanos sean, en realidad de un asentamiento indígena anterior». 

La joya de la corona de la Edad del Hierro en el museo es el célebre Tesoro de Elviña. Fue encontrado oculto en una hendidura, bajo el pavimento de una casa, en las excavaciones del castro de 1953. Consta de tres piezas de oro: un collar con cuentas de oro y vidrio, una diadema y una gargantilla. Aunque fuesen ocultadas más tarde, los motivos ornamentales son típicos de la decoración castreña desde el siglo II a. C.  Junto a las piezas de oro, en el castro se hallaron numerosas cuentas de pasta vítrea que dan testimonio del comercio mediterráneo de los ártabros desde tiempos prerromanos. En Elviña apareció también, como era de esperar, abundante cerámica prerromana igualita a la de Príncipe 17, con motivos característicos como los cordones impresos con espigados o espinas de pez. A modo de propina, en las vitrinas se muestra un ídolo fálico hallado en el templo homónimo del castro, que sugiere imaginativas ceremonias favorecedoras de la fertilidad. Un fascinante dibujo del arqueólogo que lo excavó da cuenta del aspecto que tenía en el momento del hallazgo. 

La clave para comprender cuál fue el Brigantium al que llegó César en 61 a. C. parece estar, por tanto, a unos pocos kilómetros del museo, en un suave otero a cuyos pies ha crecido en los últimos años un campus universitario. Es el lugar donde, campaña tras campaña de excavación, está saliendo a la luz el castro de Elviña. No tardaremos en visitarlo.























viernes, 1 de diciembre de 2023

"La mirada de las damas hispanas en el siglo XXI", de Pilar González Serrano, en la Fundación Pastor


El pasado lunes 20 de noviembre tuvo lugar la presentación, por todo lo alto, del libro «La mirada de las damas hispanas en el siglo XXI» (Ediciones Evohé, 2023), de nuestra querida Pilar González Serrano, en esa admirable institución que es la Fundación Pastor de Estudios Clásicos. Digo que Pilar es querida porque pocas personas de su estatura humana y académica han mostrado como ella su cariño hacia Hislibris y Evohé. Ella siempre ha estado al lado de esta comunidad de amantes de los libros y la historia; la ocasión más reciente fueron los XI Encuentros Hislibris celebrados el pasado mes de octubre. Ella es, además, quien acuñó esa maravillosa definición de Hislibris como un «insólito rescoldo».  Y ella misma merece como nadie esa definición.

Y decimos que la presentación fue por todo lo alto, porque no hubo aforo suficiente en la sala para dar cabida a todos los amigos y colegas que quisieron acompañar a Pilar en la ocasión. Hicieron los honores el Presidente de la Fundación Pastor, Emilio Crespo Güemes, catedrático de Filología Griega de la UAM, y Mónica Ruiz Bremont, profesora asociada de Arqueología de la Complutense, directora técnica de Museos Militares del Ministerio de Defensa y discípula de la propia Pilar. Junto a ellos estuvimos alumnos, amigos, colegas, editores, lectores, y todos cuántos tenemos motivos de admiración y gratitud hacia ella. Y, por cierto, Mónica, su hija, siempre impecablemente, atenta y cordial.  

No hace falta relatar con detalle lo que allí se dijo. La cariñosa bienvenida de Rafael; la introducción de Mónica, admirable por lo que reveló tanto de la maestra como de la discípula; la deslumbrante exhibición de sabiduría, humanidad y sentido del humor de la propia Pilar. No hace falta entrar ahora en el asombroso mundo de la civilización ibérica, en las geniales obras de arte que nos brinda, en los enigmas que aparecen en su estela, como esa maravillosa Dama de Elche, controvertida y tal vez apócrifa, pero exquisita de todos modos.

Basta leer el libro para escuchar a Pilar y sumergirnos en su mundo de erudición y pasión por la Antigüedad y, lo que es más importante aún, por la condición humana.

Gracias de nuevo, Pilar.

 [E Hislibris estuvo allí.]