domingo, 4 de noviembre de 2018

VIRTES DE TYNDARIS LLEGA A HÉLIKE (Galería de imágenes de la TRILOGÍA DE ANÍBAL XI)


Tras concluir la serie de diez ilustraciones de El heredero de Tartessos, comenzamos las de El cáliz de Melqart. Y lo hacemos con una escena que Sandra Delgado ha sabido envolver con una luz y una atmósfera enormemente sugerentes. Un desconocido, que se ha presentado como Virtes de Tyndaris, ha llegado a Hélike ofreciendo un artefacto ignoto para los oretanos: ¡un trillo! Se dispone a probarlo en compañía de Orissón bajo la atenta mirada de Anglea y de los campesinos que hasta ese momento se habían esforzado en la tarea con sus mayales. 

En la escena se retrata a la perfección al viajero procedente de Sicilia descrito en la novela:

Advirtiendo que había llamado la atención de los oretanos, el hombre del pescante anudó las riendas en un estribo, saltó al suelo y comenzó a caminar hacia ellos, dándoles ocasión de observarlo con detenimiento. Vestía una túnica corta de color añil ceñida por un ancho cinturón de cuero, y bajo ella una vaporosa camisola blanca. Las perneras de un pantalón de lino crudo desaparecían bajo las rodillas en el interior de unas botas de piel. Iba adornado con profusión de collares y pulseras, dándose cita en ellos toda suerte de conchas, cuentas cerámicas y monedillas de metal.
-Extraño personaje –murmuró Anglea-, parece una mezcla de marinero focense y mercader de Gádir.
-¡Y bailarina etrusca, con toda esa quincalla! –rió Orissón-; veamos qué quiere.
El hombre llegó hasta ellos, se detuvo e hizo una profunda reverencia, respondida por los heliketas por un sobrio gesto de bienvenida.
-Virtes de Tyndaris a vuestro servicio, nobles oretanos –dijo el recién llegado en un íbero correcto, aunque con un extraño acento que a Anglea le pareció sibilante y gutural al mismo tiempo.
Tenía el pelo brillante y negro, trenzado en una coleta que le llegaba hasta la mitad de la espalda, y los ojos del mismo color. La delgadez de la nariz y los labios, y la total ausencia de vello en el rostro le daban un aire elegante y ambiguo, y le hacían parecer juvenil, o tal vez femenino, a pesar de las no pocas arrugas que le recorrían el rostro.

Y también la escena que se nos ofrece:

Orissón hizo un gesto de asentimiento y caminó hasta la era.
-¿Y bien, Virtes de Tyndaris? –dijo al colocarse junto al sículo sobre el tablero-. ¿De qué se trata?
- Ahora lo veréis –respondió Virtes-; mantened el equilibrio y observad.
Virtes sacudió las riendas y el caballo, clavando en el suelo los cascos traseros para vencer la inercia de la carga que arrastraba, comenzó a avanzar, trazando un amplio círculo alrededor de la era.
Orissón sintió que el tablero bajo sus pies se deslizaba con suavidad sobre las mieses produciendo un denso rumor de chasquidos y llenando el aire del olor a polvo y leña vieja de la paja. Observó las espigas de cereal a medida que reaparecían por la parte trasera del tablero y comprobó con sorpresa que tenían el aspecto de haber sido trituradas a conciencia. Una sola pasada con el ingenio del sículo producía el mismo efecto que un buen rato golpeando fatigosamente con el mayal. A todas luces la misma conclusión estaban alcanzando los campesinos dispuestos alrededor de la era, que intercambiaban, en un tono cada vez más expresivo, comentarios de sorpresa y admiración.

Si queréis más información sobre las novelas de la Trilogía de Aníbal: