lunes, 28 de agosto de 2023

JULIO CÉSAR, A 70 KM DE MADRID (Tras las huellas de César XIII)

 


El jueves 1 de abril de 2021, una noticia del diario El País firmada por V. G. Olaya, llevaba por título: «Julio César, a 70 km de Madrid». El mensaje era tan rotundo que parecía invitarnos a los lectores a salir a recibir al romano en su aproximación a la capital. Hubiéramos llegado, claro está, 2062 años tarde. A lo que hacía referencia la noticia era al hallazgo de los vestigios arqueológicos de un gran oppidum vetón y de dos campamentos romanos que lo asediaron en el cerro Canto-Los Hierros, cerca del pueblo segoviano de El Espinar.

El hallazgo no era precisamente el resultado de un proyecto de gran musculatura realizado al amparo del patronazgo de las instituciones públicas. Muy al contrario, era el producto del empeño de un arqueólogo vocacional, Iván Aguilera Díez, trabajando en el marco del proyecto ATAJO, dedicado a los «itinerarios por los referentes del paisaje». Curiosamente, Iván Aguilera dedicaba su trabajo, a modo de homenaje, a «todos aquellos arqueólogos de vocación para los cuales el parco interés de esta sociedad por el legado cultural ha frustrado el ejercicio de su profesión con dignidad». Amén.  

En efecto, el castro vetón y los campamentos romanos de El Espinar parecen dar testimonio de la terrible campaña del 61 a. C., en la que César decidió que todos los aliados, reales o potenciales, de los lusitanos, debían abandonar sus alturas fortificadas para aposentarse en los llanos, por las buenas o—más frecuentemente—por las malas, para ser romanizados como los dioses mandan.

Aguilera nos aporta datos fascinantes sobre la anónima ciudad vetona. Dominó una ruta de comunicación entre la meseta inferior y la superior que sirvió de línea divisoria entre la Hispania Citerior y la Ulterior. Tiene fuertes similitudes con el Castro de Ulaca (con el que llega a tener contacto visual), así como con los de El Raso y Las Cogotas. Todos ellos fueron edificados siguiendo el impulso de sinecismo, o unión de núcleos de población, que sirvió de respuesta a la amenaza del colonialismo cartaginés en época de los Bárquidas. Y todos ellos fueron víctimas de las guerras sertorianas y, sobre todo, precisamente de la actividad militar de César durante su propretura.  Es decir, nacieron con Aníbal y murieron con César; cómo no iba yo a rendirles homenaje.

Visite el cerro Canto-Los Hierros en El Espinar el primer fin de semana de junio de 2023, cuando las largamente esperadas lluvias del mes de mayo habían dejado la sierra esponjada y jugosa, vibrando de olor a piedra húmeda, pasto y resina.

Ninguno de los montones de piedras desperdigadas entre la maleza me señaló inequívocamente a un oppidum vetón o a un campamento romano. Tal vez sí o tal vez no. Pero fue un momento mágico. Los truenos empezaron a retumbar en las alturas; un relámpago rasgó el telón del cielo plúmbeo como una espontánea criatura furiosa y comenzó a llover con furia oblicua, con ciega animadversión, como si el cielo tuviera prisa por saldar cuentas con este extravagante paseante con sombrero, que hacía fotografías y le dictaba notas al móvil mientras llegaba la hora de Taranis, del céltico dios del trueno de los vetones…

Corrí hasta el coche. Bajé la ventanilla para una última fotografía y un rayo se imprimió como por milagro en la cámara del móvil al pulsarla. Ahí está. La flecha del arquero surcando el horizonte.












viernes, 18 de agosto de 2023

VIKINGOS EN ESTOCOLMO

 


Aunque nunca he profundizado en él, el mundo vikingo me parece fascinante. Entre el 750 y el 1100 de nuestra era, un pueblo salido directamente de la Edad del Hierro, sin haber recibido la influencia directa de Roma y el mundo mediterráneo, irrumpió con su sistema de creencias, su capacidad marinera y su efectividad guerrera en la Europa medieval. Los vikingos alcanzaron con sus embarcaciones, sembrando el pánico la mayor parte de las veces, desde Bizancio hasta la península Ibérica, desde Inglaterra hasta las costas de Groenlandia y Norteamérica. Eso sí, al menos conocemos su lenguaje, y la tradición de las sagas nórdicas ha capturado nuestra imaginación durante siglos, junto con la simbología y la mitología nórdica.

Pocos lugares hay mejores que el Historiska Museet de Estocolmo para conocerlos. En el museo hay piezas increíbles, como las estelas de Gotland, las piedras pintadas con runas y mitos nórdicos. Ocho de ellas se hallaron durante la restauración del suelo de una iglesia en Ardre, mostrando una sorprendente continuidad entre las creencias politeístas del mundo vikingo y el cristianismo que echó raíces en él. Una escena se repite en ellas: la valquiria recibe al guerrero montado en su caballo en el Valhalla.  

Merece destacarse también la sala del oro, la Guldrummet, que contiene un total de 52 kilos de oro y 200 kilos de plata. Es la consecuencia de una ley del siglo XVII, que permitía al Estado adquirir todas las piezas de oro de más de 100 años de antigüedad. Así se defiende el patrimonio de un país. Hay piezas extraordinarias: brazaletes y toques innumerables, cascos, broches, hebillas, y lingotes de oro de tal pureza, que los arqueólogos estiman que solo pudieron fabricarse fundiendo monedas romanas.

Es decir, aunque fuera tan solo de ese modo, la influencia de Roma llegó hasta los crisoles de los orfebres vikingos. Los vikingos representaron otro mundo, pero que acabó también integrado en este.
















viernes, 4 de agosto de 2023

LA DESPEDIDA DE LOS AMANTES DE OSUNA (Dibujos Arqueológicos XXV)

 


Uno de mis favoritos de los relieves turdetanos procedentes de la ciudad ibérica de Urso (Osuna) que se exhiben en el MAN es el llamado de "el beso". Representa una emotiva escena de despedida. Fue tallado hace 22 siglos y el sentimiento que lo inspiró sigue intacto, conmoviendo al visitante desde la vitrina del museo.