Aunque nunca he profundizado
en él, el mundo vikingo me parece fascinante. Entre el 750 y el 1100 de nuestra
era, un pueblo salido directamente de la Edad del Hierro, sin haber recibido la
influencia directa de Roma y el mundo mediterráneo, irrumpió con su sistema de
creencias, su capacidad marinera y su efectividad guerrera en la Europa
medieval. Los vikingos alcanzaron con sus embarcaciones, sembrando el pánico la
mayor parte de las veces, desde Bizancio hasta la península Ibérica, desde
Inglaterra hasta las costas de Groenlandia y Norteamérica. Eso sí, al menos
conocemos su lenguaje, y la tradición de las sagas nórdicas ha capturado
nuestra imaginación durante siglos, junto con la simbología y la mitología
nórdica.
Pocos lugares hay mejores
que el Historiska Museet de Estocolmo para conocerlos. En el museo hay piezas
increíbles, como las estelas de Gotland, las piedras pintadas con runas y mitos
nórdicos. Ocho de ellas se hallaron durante la restauración del suelo de una iglesia
en Ardre, mostrando una sorprendente continuidad entre las creencias politeístas
del mundo vikingo y el cristianismo que echó raíces en él. Una escena se repite
en ellas: la valquiria recibe al guerrero montado en su caballo en el Valhalla.
Merece destacarse también la
sala del oro, la Guldrummet, que contiene un total de 52 kilos de oro y 200
kilos de plata. Es la consecuencia de una ley del siglo XVII, que permitía al
Estado adquirir todas las piezas de oro de más de 100 años de antigüedad. Así
se defiende el patrimonio de un país. Hay piezas extraordinarias: brazaletes y
toques innumerables, cascos, broches, hebillas, y lingotes de oro de tal
pureza, que los arqueólogos estiman que solo pudieron fabricarse fundiendo
monedas romanas.
Es decir, aunque fuera tan
solo de ese modo, la influencia de Roma llegó hasta los crisoles de los orfebres
vikingos. Los vikingos representaron otro mundo, pero que acabó también
integrado en este.
No hay comentarios:
Publicar un comentario