El jueves 1 de abril de
2021, una noticia del diario El País firmada por V. G. Olaya, llevaba por
título: «Julio César, a 70 km de Madrid». El mensaje era tan rotundo que parecía
invitarnos a los lectores a salir a recibir al romano en su aproximación a la
capital. Hubiéramos llegado, claro está, 2062 años tarde. A lo que hacía
referencia la noticia era al hallazgo de los vestigios arqueológicos de un gran
oppidum vetón y de dos campamentos
romanos que lo asediaron en el cerro Canto-Los Hierros, cerca del pueblo segoviano
de El Espinar.
El hallazgo no era precisamente
el resultado de un proyecto de gran musculatura realizado al amparo del
patronazgo de las instituciones públicas. Muy al contrario, era el producto del
empeño de un arqueólogo vocacional, Iván Aguilera Díez, trabajando en el marco
del proyecto ATAJO, dedicado a los «itinerarios por los referentes del paisaje».
Curiosamente, Iván Aguilera dedicaba su trabajo, a modo de homenaje, a «todos
aquellos arqueólogos de vocación para los cuales el parco interés de esta
sociedad por el legado cultural ha frustrado el ejercicio de su profesión con
dignidad». Amén.
En efecto, el castro vetón y
los campamentos romanos de El Espinar parecen dar testimonio de la terrible
campaña del 61 a. C., en la que César decidió que todos los aliados, reales o
potenciales, de los lusitanos, debían abandonar sus alturas fortificadas para
aposentarse en los llanos, por las buenas o—más frecuentemente—por las malas,
para ser romanizados como los dioses mandan.
Aguilera nos aporta datos
fascinantes sobre la anónima ciudad vetona. Dominó una ruta de comunicación
entre la meseta inferior y la superior que sirvió de línea divisoria entre la
Hispania Citerior y la Ulterior. Tiene fuertes similitudes con el Castro de Ulaca (con el que llega a tener contacto visual), así como con los de El Raso y
Las Cogotas. Todos ellos fueron edificados siguiendo el impulso de sinecismo, o
unión de núcleos de población, que sirvió de respuesta a la amenaza del
colonialismo cartaginés en época de los Bárquidas. Y todos ellos fueron
víctimas de las guerras sertorianas y, sobre todo, precisamente de la actividad
militar de César durante su propretura. Es decir, nacieron con Aníbal y
murieron con César; cómo no iba yo a rendirles homenaje.
Visite el cerro Canto-Los Hierros
en El Espinar el primer fin de semana de junio de 2023, cuando las largamente
esperadas lluvias del mes de mayo habían dejado la sierra esponjada y jugosa,
vibrando de olor a piedra húmeda, pasto y resina.
Ninguno de los montones de
piedras desperdigadas entre la maleza me señaló inequívocamente a un oppidum vetón o a un campamento romano.
Tal vez sí o tal vez no. Pero fue un momento mágico. Los truenos empezaron a
retumbar en las alturas; un relámpago rasgó el telón del cielo plúmbeo como una
espontánea criatura furiosa y comenzó a llover con furia oblicua, con ciega
animadversión, como si el cielo tuviera prisa por saldar cuentas con este
extravagante paseante con sombrero, que hacía fotografías y le dictaba notas al
móvil mientras llegaba la hora de Taranis, del céltico dios del trueno de los vetones…
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