lunes, 29 de agosto de 2022

UN TERRITORIO EN EL QUE SE EXPANDE LA IMAGINACIÓN (Arte contemporáneo en Cuenca I)

 


Sin quitarle a Sergio del Molino un ápice de mérito por darle al término carta de naturaleza, prefiero evitar eso de España vacía o vaciada: la España rural interior está repleta de cosas, y personas, que merecen la pena. Y está sabiendo poner en marcha estrategias para que sus muchos atractivos creen oportunidades de prosperidad para su gente. 

Cuenca es un magnífico ejemplo, con su apuesta por el arte contemporáneo. Tras la fundación en 1966 del Museo de Arte Abstracto por Fernando Zóbel, esta maravillosa ciudad encaramada entre el Júcar y el Huécar ha decidido hacer de ello su seña de identidad, y no ha dejado de lanzar iniciativas para consolidarlo. En un fin de semana de comienzos de verano cogimos el AVE para (¡en solo 50 minutos!) plantearnos en Cuenca e ir a visitar dos de los museos más destacados, más allá del famosísimo de Zóbel: la colección Roberto Polo y la Fundación Antonio Pérez; la primera auspiciada por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la segunda por la Diputación de Cuenca. 

La CORPO hace año y medio que instaló su segunda sede (la primera está en Toledo) en la iglesia de Santa Cruz, impecablemente rehabilitada en su escarpe sobre el Huécar. Exhibe parte de la colección cedida por el mecenas y coleccionista cubano Roberto Polo, con obras de los siglos XIX, XX y XXI, pero especialmente obra pictórica, escultura y mobiliario de los años 10 y 20 del siglo XX. Me llaman especialmente la atención las lámparas; parecen personajes de un zoológico mitad onírico, mitad alienígena. 

Y el modo en que el arte y el paisaje sobrecogedor se encuentran de pronto hablando el mismo lenguaje. En la planta superior hay un hermoso espacio abierto a los barrancos vertiginosos de la hoz del Huécar y a los mundos que se ofrecen en los lienzos. El silencio hace accesible un territorio en el que se expande la imaginación. 



















martes, 9 de agosto de 2022

ARCOS ROMANOS EN TARRAGONA: un milagroso ejemplo de perdurabilidad

 


El patrimonio romano en Tarragona es realmente impresionante. De los maravillosos restos arqueológicos que dan testimonio de la grandeza de la antigua Tarraco, capital de la provincia Hispania Citerior Tarraconensis, he hablado ya en otras ocasiones en este blog y no tardaré en seguir haciéndolo. Hoy, sin embargo, llamo vuestra atención sobre dos monumentos extraordinarios que pueden visitarse en el Ager Tarraconensis, como hicimos ayer Ángela y yo. Se trata del arco de Bará y del acueducto de Les Ferreres. Tan solo 20 kilómetros los separan.

El arco de Bará fue construido a finales del siglo primero d. C. por disposición testamentaria del tres veces cónsul Lucio Licinio Sura y está dedicado al emperador Augusto. Sirvió en su momento para señalar el límite del territorio administrado por Tarraco. Hoy se encuentra en una isleta entre ambos sentidos de la carretera N-340, que sigue en esta zona exactamente el mismo trazado que la legendaria Vía Augusta de la antigüedad. 

En cuanto al acueducto, es fácilmente accesible desde una zona de descanso bien señalizada en la AP7 cuando se circunvala Tarragona en dirección sur. También llamado Puente del Diablo, forma parte de la conducción de 25 km que llevaba el agua del río Francolí a la ciudad. Fue construido precisamente por Augusto en el siglo I a. C. y hoy emociona ver sus dos niveles de 36 arcos superpuestos, que alcanzan una altura de 27 m, salvando un valle de frondosa vegetación mediterránea. Que esta obra de sillares unidos en seco siguiera en funcionamiento durante 18 siglos y que hoy se mantenga en pie como un milagroso ejemplo de perdurabilidad de la obra humana es algo que no se puede dejar de celebrar.