lunes, 14 de octubre de 2024

La Colección PÉREZ SIMÓN en Centro Centro

 


Es difícil ver un resumen de la historia de la pintura en setenta cuadros mejor que el de la Colección Pérez Simón que se expone estos días en el Centro Centro del Ayuntamiento de Madrid, en plena plaza de Cibeles. Setenta cuadros de setenta maestros distintos, desde Cranach el Viejo o Pieter Brueghel el Joven hasta Picasso, Antonio López y Mikel Barceló, pasando por Pissarro, Monet, Dalí y muchos más. Si alguno me dejó hipnotizado durante largos minutos, fue Las rosas de Heliogábalo, de Lawrence Alma-Tadema, una maravilla prerrafaelita, exuberante y delicada al mismo tiempo.

En conjunto, la muestra nos dejó una sensación de exaltación ante la maravillosa peripecia de la búsqueda humana de la emoción y la belleza. Mi reconocimiento al coleccionista José Antonio Pérez Simón, por poner al alcance del público algo así.

Y la visita ofrece además el extraordinario aliciente del lugar que acoge la exposición, el Palacio de Correos, uno de los de los edificios más hermosos de la ciudad. En su interior, Centro Centro guarda siempre sorpresas interesantes. Si vais, no hay que dejar de pasarse por la Bienal de Arte Contemporáneo de la Fundación ONCE.  Es la mejor demostración de que la aventura del arte no cesa, y que siempre hay nuevos creadores dispuestos a emocionarnos y a hacer que nos formulemos nuevas preguntas. 















































lunes, 30 de septiembre de 2024

LOS ILERCAVONES DE SANT MIQUEL DE VINEBRE (Dibujos Arqueológicos XXXII)

 


El poblado ilercavón de Sant Miquel de Vinebre (Tarragona) remata un empinado otero desde el que se domina el curso del río Ebro justo aguas arriba del Pas de l'Ase (Paso del Asno), una suerte de angostas Termópilas catalanas excavadas en los montes por el curso del río. No causa extrañeza que, en un lugar con dominio visual tan vertiginoso, se instalaran nidos de ametralladoras en nuestra contienda civil. La guarnicion ilercavona fue sometida por los legionarios allá por los tiempos de la otra guerra civil que asoló estas tierras hace algo más de dos milenios, la romana, aunque no sabemos si fueron partidarios de César o Pompeyo los verdugos de los últimos ilercavones libres.



lunes, 16 de septiembre de 2024

LA NECRÓPOLIS VACCEA DE "LAS RUEDAS" EN PINTIA (Tras las huellas de Julio César XXVIII)

 


La parte final y culminante de mi visita a Pintia tuvo como escenario la necrópolis de Las Ruedas, situada a corta distancia de la ciudad vaccea, separada de ella por el arroyo Pajares. Su extremo más próximo a la muralla es conocido por los lugareños como Los Cenizales, por ser aún bien notorios los efectos de haber sido utilizados durante muchas generaciones como ustrinum o lugar de cremación de los difuntos antes del traslado de los restos a las tumbas.

La magnitud arqueológica de Las Ruedas excede la imaginación. Se mantuvo en uso desde el siglo V a. C. hasta el II a. C., más de quinientos años en los que se estima que fueron enterradas más de cien mil personas, en una extensión de unas seis hectáreas. Si se tiene en cuenta que en cada tumba—formada por un hoyo en el suelo señalado con una lancha de piedra caliza en la superficie—se depositó la urna cineraria, junto con elementos metálicos como armas o broches en el caso de los guerreros, y vasijas conteniendo alimentos y bebidas, nos damos cuenta del ingente patrimonio que atesora el paraje. Tristemente, una gran parte de él se ha perdido para siempre. «Esto ha sido el paraíso de los furtivos—se lamenta Carlos cuando iniciamos nuestro paseo por Las Ruedas—; en el pueblo se cuenta que, en los años 60, venían unos holandeses en una autocaravana y se pasaban el verano excavando y llevándose lo que les parecía, a la vista de todos y con total impunidad. Y así durante décadas. En un solo sábado de febrero de 1990 vinieron cuatro coches con detectores y nos hicieron 1012 hoyos».

Por ello, la historia del proyecto Pintia no es solo una epopeya arqueológica, sino una hazaña de protección integral. Año tras año, el equipo sigue adquiriendo fincas para el uso público, denunciando los expolios y las destrucciones, desarrollando actividades cívicas y educativas. El propósito es que Pintia sea un activo único, apreciado y disfrutado por los vecinos y los visitantes, como valor añadido a su trascendencia científica. Es con ese propósito que Carlos y sus colaboradores han creado, como una extensión contemporánea del uso de la necrópolis de Las Ruedas, el cementerio civil Sertorio y el cementerio para mascotas Cierva Blanca[1]. Junto a las estelas vacceas es posible depositar en nuestros días una placa que recuerde, como un cenotafio amparado por el uso funerario ancestral del lugar, a nuestros seres queridos.

Con ayuda de la Diputación y la Universidad de Valladolid, Las Ruedas se ha dotado de un pequeño graderío para actos culturales, un mirador, paneles informativos y la gran escultura de acero corten que sirve de emblema al yacimiento. Alude a las estelas discoides que dieron nombre al lugar y que desaparecieron con el paso de los años. En su lugar se ha utilizado una, seguramente similar, hallada en Clunia, ya en territorio celtibérico.  

El trabajo pendiente, tanto de protección como de investigación, es ingente. Una buena parte de las seis hectáreas que ocupa la necrópolis siguen teniendo uso agrícola. Fue precisamente con la concentración parcelaria de 1984 cuando, en palabras de Carlos, «se mete el arado en lo que hasta entonces era un perdido. Salen a la superficie dos centenares de estelas y se tiran a una escombrera. Las recuperamos en 2003 y las volvimos a poner aquí como pudimos.  Hasta 2008 se han seguido sacando estelas con el arado. Nosotros, claro, hemos presentado denuncias ante todas las instancias». Unas pocas cifras desgranadas por el arqueólogo resumen el potencial, pero también el desafío, de la arqueología en España. «Hay 23.000 yacimientos en Castilla y León. De ellos, solo 189 son BIC arqueológico, de los que seis son ciudades vacceas. Y, entre ellas, Pintia es un caso único.  Asumo el drama de que, para conservar este patrimonio, tenemos que apoyarnos en el turismo. Seamos turismo—concluye Carlos—, ¡pero turismo del bueno!».

En este asombroso lugar, se han excavado hasta ahora 3500 m² (¡de los 60.000 totales con que cuenta!), con un total de 320 tumbas exhumadas; las primeras setenta de ellas dieron lugar a la tesis doctoral del propio Carlos Sanz.  De ahí la pasión con que nos muestra algunas de las más destacadas, como las de tres vacceas—una de ellas una niña de seis años—de la nobleza, con enormes ajuares, el mayor de ellos de 114 piezas. Tras la excavación se plantó un ciprés en el emplazamiento de cada tumba, y desde entonces empezó a crecer el mágico bosquete que hoy acoge al visitante. Al pie de cada árbol hay una placa con un poema. «Son de mi amigo el poeta Aderito Pérez Calvo. Le regalé un ejemplar de mi tesis doctoral y escribió setenta sonetos», explica Carlos con orgullo. No es para menos.

La última parada de la visita nos lleva al mirador. Ante nosotros destaca un gran mosaico que representa al animal en vista cenital que sirve de emblema identificatorio de la cultura vaccea. En un extremo del mismo se alza un columbario rematado por un tejadillo a dos aguas, hecho con tejas romanas. «No olvidemos que esto es una necrópolis, y que de las tumbas se exhumaron restos humanos que merecen todo nuestro respeto. Ese columbario representa nuestra voluntad de hacer de este lugar un memorial de los muertos.  En 2026 traeremos las cenizas que hemos rescatado y nos gusta pensar que aquí podrán celebrarse actos de recuerdo en la festividad cristiana de Todos los Santos y en el Samaín celta».

De regreso al centro, de nuevo en Padilla de Duero, me despido de Carlos y Elvira, antes de que empiecen a explicar a los visitantes el valor científico de las bellas piezas cerámicas que se exhiben en las vitrinas. Me llevo de recuerdo la reproducción de un tintinábulo, una especie de sonajero de función protectora de pura tradición vaccea. Me servirá para tener presente el maravilloso trabajo de los arqueólogos del CEVFW. Ellos representan lo mejor de la desigual batalla que libramos en España, y en tantos otros lugares, por la protección de nuestro patrimonio arqueológico, a menudo poniendo en juego un desproporcionado esfuerzo personal que merece todo nuestro apoyo. Gracias a ellos, tal vez un día sepamos si hace algo más de dos milenios Julio César pasó por Pintia camino de Gallaecia. Sobre todo, gracias a ellos sigue vivo el proyecto de recuperación de una importante porción de nuestro pasado. Está en juego el respeto que le debemos a quien nos precedieron, y a nosotros mismos.


[1] De nuevo aparece en esta historia nuestro viejo conocido, Quinto Sertorio. Dice la leyenda, transmitida por Frontino, que Sertorio solía aparecer ante los guerreros lusitanos acompañado por una cierva blanca, a la que se atribuía un don profético.

[Este post es la continuación y conclusión de PINTIA: UNA CIUDAD VACCEA JUNTO AL DUERO, publicado en este mismo blog].












































martes, 3 de septiembre de 2024

PINTIA: UNA CIUDAD VACCEA JUNTO AL DUERO (Tras las huellas de Julio César XXVII)

 


No sabemos cuál fue la ruta que siguió César para alcanzar las costas lusitanas durante su gobierno de la Hispania Ulterior en 61 a. C., pero no parece descabellado pensar que lo hiciera siguiendo la ruta natural que conduce desde la meseta norte hasta el Atlántico: el valle del Duero. Como de lo que se trata es de seguir las huellas de César, creo que nos iluminará hacernos la siguiente pregunta: ¿hay en el valle del Duero ciudades indígenas con evidencias de asedio y destrucción con una datación compatible con la campaña del propretor Cayo Julio César en el 61 a. C.?

Se me ocurre por lo menos una, y esta una no es para ser pasada por alto. Es una de las grandes ciudades indígenas prerromanas de la península ibérica. Sus restos están saliendo a la luz en excavaciones arqueológicas desde hace cuatro décadas en la localidad vallisoletana de Padilla de Duero, una pedanía de Peñafiel, en un espectacular paraje de escarpes y viñedos. Me refiero, claro está, a Pintia la vaccea. 

*

La noticia saltó a los medios de comunicación el 15 de enero de 2024: «Un agricultor destruye parte del yacimiento de Pintia en Valladolid con una zanja de riego», decía el titular del Diario de Valladolid. Y continuaba: «La Junta se personará contra él por causar “muchísimo daño” y destruir “en una mañana el trabajo realizado por los arqueólogos en los últimos doce años”, subraya el Consejero de Cultura, Gonzalo Santonja». Me indigné tanto que indagué quién estaba actuando en defensa del yacimiento; di con el contacto de la Asociación Cultural Pintia y me ofrecí a ellos para ver de qué modo podía ayudar ante tal desaguisado. La respuesta de la persona que me respondió, Elvira—más tarde supe que era Elvira Rodríguez Gutiérrez, doctoranda en la Universidad de Valladolid—, fue muy cordial y acabé convertido en miembro de la asociación al instante.  Elvira me invitó a pasarme por Padilla para conocer el yacimiento y el proyecto Pintia y, pocos meses después, en una mañana de domingo de finales de junio en que el sol castigaba ya en el valle del Duero, conseguí acercarme al lugar.

El punto de encuentro fue una gran nave decorada con motivos vacceos situada en la plaza mayor de la pedanía. Es la sede del Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg (CEVFW) de la Universidad de Valladolid, llamado así en memoria de un malogrado profesor de la misma, pionero en la investigación del gran pueblo de estirpe céltica que ocupó la cuenca media del Duero desde el siglo V a. C. hasta la conquista romana, extendiéndose por un territorio de 45.000 km². Los vacceos siempre han llamado mi atención por su original sistema colectivista de explotación agrícola, de que dan cuenta las fuentes clásicas, por sus grandes ciudades míticas como Cauca, Palantia o Intercatia, prósperas y populosas desde el siglo IV a. C., y por ser el sustrato indígena dominante de Fuentemolinos, mi terruño paterno, casi ya en la frontera con los arévacos.  

En el CEVFW me esperaban la propia Elvira y Carlos Sanz Mínguez, director del centro y profesor de la Universidad de Valladolid. Carlos ha sido el gran impulsor del proyecto Pintia durante las últimas décadas y ha protagonizado, con infatigable coraje y dedicación, la defensa legal y científica del yacimiento contra el abandono y el expolio. Cuando en España acabemos de tomarnos en serio la defensa del patrimonio—hemos dado pasos de gigante, pero noticias como la de la zanja en Pintia muestran que aún queda mucho por hacer— y demos reconocimiento público a sus grandes valedores, la figura de Carlos Sanz ocupará un lugar destacado. Tras los saludos de rigor, me incorporé al grupo que se había reunido y salimos hacia el yacimiento para una visita guiada por el propio Carlos, quien había seleccionado los principales emplazamientos visitables de lo que constituye una zona arqueológica de 125 hectáreas.  Comenzamos por Las Quintanas, donde la ciudad indígena está saliendo a la luz en una zanja de 56 × 8 metros, con cuatro metros de potencia estratigráfica que condensa 1200 años de historia, desde el siglo V a. C. hasta la época visigoda.

Carlos nos puso en contexto, mostrando algunos de los aspectos más destacados del lugar: los sucesivos niveles de suelos de tierra batida sobre capas de cenizas, que dan testimonio de las correspondientes destrucciones por incendio de época vaccea; los restos de vigas carbonizadas; los hoyos en el suelo para encajar los durmientes sobre los que elevar las estructuras de adobe; los hogares a la vista, de época numantina. Una de las estructuras más significativas de la trinchera es un pozo artesiano de época romana, que resultó fallido cuando se ejecutó y se cubrió de nuevo con materiales de relleno. Su excavación ha sacado a la luz la estratigrafía completa del yacimiento. Es espectacular. «Hay un mínimo de seis niveles—explica Carlos—desde el momento fundacional en el siglo V a. C. Cuando se complete la excavación dejaremos a la vista todos los niveles preparados para la visita: vacceos, romano y visigodo». Es un trabajo colosal, que sufre la irregularidad con que se reciben las ayudas públicas.  Las labores se iniciaron en 2000 con fondos europeos y conocieron un gran impulso con la anterior corporación municipal—Diputación Provincial de Valladolid—, que financió la cubierta que hoy protege de la intemperie a esa joya arqueológica que es Las Quintanas. En la actualidad, el proyecto se financia con aportaciones varias, fundamentalmente de la Universidad de Valladolid, junto con las aportaciones de socios y visitantes y patrocinios como los Tempos Vega Sicilia o la Denominación de Origen Ribera del Duero.

Antes de abandonar el lugar, Carlos nos muestra un sarcófago visigodo de piedra que da testimonio de la última etapa de ocupación humana de Pintia y, un poco más allá, el emplazamiento, donde se hallaron los restos inhumados de un recién nacido, en época vaccea. El entierro bajo el hogar era una práctica muy habitual en las sociedades prerromanas, en las que, según Plinio, no tenían derecho a incineración aquellos infantes a quienes aún no les hubieran salido los dientes. «En quinientos metros cuadrados de excavación—puntualiza Carlos—han aparecido catorce niños. Eso demuestra que, en aquella época, lo importante no era nacer, sino sobrevivir». 

*

La siguiente etapa de la visita nos llevó al paraje donde los arqueólogos del proyecto están sacando a la luz el extraordinario sistema defensivo de Pintia. «El día en que dimos con la muralla, no dormí»—recuerda Carlos con una amplia sonrisa, situándose junto a un gran panel que recrea el aspecto en 3D de la ciudad. Es tan realista que parece que estamos viendo la Pintia vacceo-romana desde la distancia. En él se muestran los principales sectores de la ciudad, incluido el barrio artesanal del otro lado del Duero, Carralaceña, que cuenta con su correspondiente necrópolis adyacente. Carlos nos muestra los principales elementos de defensa: una muralla de siete metros de ancho, una berma y tres fosos, que cuentan con escarpas y contraescarpas. «Es la primera vez que se ha identificado una poliorcética tan completa en la península en época prerromana». Todo ello se ve de modo tan excepcional en el emplazamiento que llevó al propio Carlos a adquirir la parcela. Como en Las Quintanas, también aquí se va incrementando poco a poco el patrimonio público. Carlos continúa sus explicaciones sobre el terreno, señalando aquí y allá. «La muralla fue construida con adobas revestida con sillarejo de piedra. Se calcula que se utilizaron siete millones de adobas para completar el algo más de un kilómetro de longitud con que cuenta. Y, fijaos, aquí fue atacada a la muralla, en este mismo lugar, en época romana, probablemente durante las revueltas vacceas del 56 a. C., aunque también pudiera haber ocurrido durante las guerras sertorianas. Era un punto clave, porque aquí se situaba la puerta principal de la ciudad. Aquí se ven aún los derrumbes».

Es en este punto cuando aventuro, en mi conversación con Carlos, que el asedio hubiera podido tener lugar donde durante la propretura de César, en el 61 a. C. Carlos se encoge de hombros, imagino que por no llevarme la contraria y desvanecer mi ilusión, y continúa con su explicación, señalando hacia el terreno llano que se extiende hacia el exterior de la ciudad. «Todo eso de ahí debió de ser un campo minado, con vasijas enterradas abiertas por las bocas. De ahí viene que los lugareños conozcan este paraje como Los Hoyos: ¡era frecuente que aquí se hundieran y cayeran las caballerías! Y más allá hemos encontrado evidencias de los bastiones que utilizaron los romanos para situar sus catapultas durante el asedio, y también restos del que seguramente fue su campamento de campaña». Es admirable comprobar cómo la ciencia de los arqueólogos permite leer, de este modo, el relato de los sucesos del pasado.

Los romanos, claro está, ganaron la partida, como ocurrió durante siglos en tantos otros lugares. De ello se ocuparon las regiones al mando de generales como Julio César.  Y, tras las regiones, llegó la consumación de la romanización, con la construcción de un foro y de una nueva trama urbana culminada en el siglo II d. C. Para entonces la muralla había dejado de ser necesaria y fue demolida, utilizándose para rellenar el foso más hondo. Y la historia del sistema poliorcético, como la de la ciudad vaccea a la que dio protección, fueron olvidándose a lo largo de casi dos milenios, hasta que comenzaron a ser objeto de la curiosidad de los arqueólogos del proyecto Pintia. Gracias a ellos, esta historia sale ahora a la luz, haciendo revivir ante nuestros ojos la maravillosa estampa de una vibrante ciudad vaccea junto al Duero.


[En un próximo post, la segunda parte de la visita: LA NECRÓPOLIS VACCEA DE LAS RUEDAS EN PINTIA]


















 







martes, 20 de agosto de 2024

TARRACO 71-49 a. C.: LA MEMORIA DE LA PIEDRA (Tras las huellas de Julio César XXVI)

 


En mis frecuentes visitas a Tarragona me he dado un auténtico festín de visitar espectaculares vestigios arqueológicos romanos, tanto en la ciudad como en sus alrededores, que dan fe de la importancia institucional, el poderío económico y militar, y el esplendor urbano que llegó a alcanzar Tarraco, la capital de la Hispania Citerior. Sin embargo, la Tarraco que conocemos hoy es, en gran medida, producto de la intensa actividad edilicia de tiempos de Augusto—quien disfrutó de una prolongada estancia en ella en 26-25 a. C.—y sus sucesores.

No es tan fácil, sin embargo, ponernos en las sandalias de Cayo Julio César para ver la ciudad que él vio cuando acudió a ella con el fin de celebrar la gran asamblea de ciudades de la Citerior con que dio por terminada su campaña contra los legados pompeyanos en 49 a. C. En aquellos días no existían ni el teatro, ni el circo, ni menos aún ese magnífico anfiteatro que hoy sigue deslumbrando a los visitantes en su rellano asomado al agua espejeante del Mediterráneo. Tampoco, extramuros, en el ager de Tarraco, el arco de Bará, la torre de los Ecipiones o el acueducto de Les Ferreres—el Pont del Diable para los locales—uno de los mayores prodigios de la arquitectura romana en nuestro país. Uno de mis ratos más gratificantes como dibujante arqueológico amateur lo pasé con el cuaderno y el rotulador delante de ese prodigio enmarcado por una frondosa y perfumada floresta mediterránea.  

Lo que sí existía—de hecho, en tiempos de César tenía ya al menos un siglo y medio a sus espaldas—era la muralla republicana, probablemente erigida aprovechando una anterior construcción bárquida de la que di cuenta en mi periplo peninsular en pos de las huellas de Aníbal.  Es una delicia sentarse a la sombra de esa venerable construcción en una mañana de verano e imaginar a César contemplando el paisaje y decidiendo conceder a Tarraco, en el marco del cónclave de la Citerior, el estatuto de colonia, adscrita a la tribu Galeria, con el nombre de Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco. De ese modo reconocía el apoyo que había recibido de los tarraconenses durante la campaña contra los pompeyanos.

Ese apoyo era el reflejo del vuelco del panorama político que se había producido en Hispania desde el momento de mayor prestigio de Pompeyo en la provincia tras su victoria sobre Sertorio, 28 años atrás, hasta la derrota de sus legados a manos de César. Hay un testimonio extraordinario, grabado en piedra para perdurar durante milenios, de ese cambio de tornas; es un perfecto ejemplo epigráfico de lo que hoy llamaríamos una mudanza de chaqueta política.

Hay que ir al Museu Nacional Arqueològic de Tarragona, MNAT, para contemplarlo de primera mano. Mientras dura la interminable rehabilitación de la sede histórica del museo en la plaza del Rei (cerró sus puertas el 15 de abril de 2018, y no se conoce aún fecha prevista de reapertura), el museo ha dispuesto una «exposición de síntesis», con las piezas más destacadas, en el Tinglado 4 del puerto de Tarragona. Es un hermoso espacio y una digna exposición que atempera mi desazón tras los ya más de seis años esperando la reapertura del museo.

En la sala que relata la peripecia de la ciudad «de base militar a capital de Augusto», una vitrina muestra la reproducción fotográfica de una pieza que se encuentra en restauración; hay que aplicar una nueva dosis de paciencia y resignación, y dejar pendiente una nueva visita cuando de nuevo se exhiba el original.  Se trata de una inscripción opistógrafa, o sea, grabada por las dos caras, procedente de la zona del foro de la colonia de Tarraco. Según dice la cartela, «la primera hace mención a una estatua dedicada por la ciudad de Tarraco a Pompeyo el año 71 a. C. El año 49 a. C., cuando Julio César convocó en Tarraco la asamblea provincial, esta estatua fue retirada, la placa se giró y se grabó una nueva dedicatoria en el reverso a P. Mucio Scaevola, lugarteniente de Julio César».

Este fragmento de piedra es un símbolo de la volatilidad de los destinos humanos. El gran Pompeyo había sido depuesto para dejar espacio en los honores públicos al lugarteniente de su rival. Su nombre quedó boca abajo en el reverso, para sumirse en el descrédito y el olvido. De algún modo, eso anticipaba lo que estaba por venir.

















martes, 23 de julio de 2024

EL CABALLERO ÍBERO DE LOS VILLARES (Dibujos Arqueológicos XXXI)

 


Tal vez por el hecho de estar confinada a menudo en museos fuera del circuito de las grandes instituciones museísticas de referencia, creo que se ha subestimado sistemáticamente el valor artístico de la estatuaria ibérica, más allá de un reducido número de piezas icónicas, como la Dama de Elche. Basta visitar los tesoros que contiene el museo de Albacete para tomar conciencia de ello. Piezas como los llamados caballeros hallados en la necrópolis de Los Villares, en Hoya Gonzalo, son un perfecto ejemplo. Combinan las tradiciones griega y oriental en figuras de impactante expresividad, con una inconfundible identidad propia. Me encantaría ver un día una estatua íbera como esta en el museo del Prado. 

Aunque, pensándolo mejor, es preferible viajar a Albacete para verla. Bien lo merece.


jueves, 4 de julio de 2024

LA CENTURIA ROMANA DE BAENA (Tras las huellas de Julio César XXV)


Al salir del museo de Baena durante mi visita de la pasada Semana Santa, siguiendo las huellas de Julio César en la Campiña cordobesa, me di de bruces con un espectáculo que me dejó pasmado. Oí estruendo de tambores y fanfarrias y vi subir por la Plaza Mayor un alboroto de bruñidos dorados, estandartes y capas blancas y rojas. Al momento los tuve pasando frente a mí. Eran la Centuria Romana de Baena, marchando al paso con entusiasmo marcial. Había hombres y mujeres, adultos, adolescentes y niños. Observé los rostros curtidos y me hice cargo de que cada cual había robado horas al tractor o a los estudios o a los juegos infantiles para venir a compartir ese acto colectivo de devoción, sobre todo, a sí mismos.  Sentí que ante mí tenía algo valioso. Algo que hemos perdido los que hemos dejado que la ciudad nos aleje de este sentimiento de comunidad. Me hice la promesa de tener presente el ejemplo de esa festiva tropa romana, sudando bajo los yelmos al temprano calor de la primavera, al inicio de la Semana Santa en Baena.