No sabemos cuál fue la ruta que siguió César para alcanzar las
costas lusitanas durante su gobierno de la Hispania Ulterior en 61 a. C., pero no parece descabellado pensar que lo hiciera siguiendo
la ruta natural que conduce desde la meseta norte hasta el Atlántico: el valle
del Duero. Como de lo que se trata es de seguir las huellas de César, creo que
nos iluminará hacernos la siguiente pregunta: ¿hay en el valle del Duero
ciudades indígenas con evidencias de asedio y destrucción con una datación
compatible con la campaña del propretor Cayo Julio César en el 61 a. C.?
Se me ocurre por lo menos
una, y esta una no es para ser pasada por alto. Es una de las grandes ciudades
indígenas prerromanas de la península ibérica. Sus restos están saliendo a la
luz en excavaciones arqueológicas desde hace cuatro décadas en la localidad
vallisoletana de Padilla de Duero, una pedanía de Peñafiel, en un
espectacular paraje de escarpes y viñedos. Me refiero, claro está, a Pintia la vaccea.
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La noticia saltó a los
medios de comunicación el 15 de enero de 2024: «Un agricultor destruye parte
del yacimiento de Pintia en Valladolid con una zanja de riego», decía el
titular del Diario de Valladolid. Y continuaba: «La Junta se personará contra
él por causar “muchísimo daño” y destruir “en una mañana el trabajo realizado
por los arqueólogos en los últimos doce años”, subraya el Consejero de Cultura,
Gonzalo Santonja». Me indigné tanto que indagué quién estaba actuando en
defensa del yacimiento; di con el contacto de la Asociación Cultural Pintia y
me ofrecí a ellos para ver de qué modo podía ayudar ante tal desaguisado. La
respuesta de la persona que me respondió, Elvira—más tarde supe que era Elvira
Rodríguez Gutiérrez, doctoranda en la Universidad de Valladolid—, fue muy
cordial y acabé convertido en miembro de la asociación al instante.
Elvira me invitó a pasarme por Padilla para conocer el yacimiento y el proyecto
Pintia y, pocos meses después, en una mañana de domingo de finales de junio en
que el sol castigaba ya en el valle del Duero, conseguí acercarme al lugar.
El punto de encuentro fue
una gran nave decorada con motivos vacceos situada en la plaza mayor de la
pedanía. Es la sede del Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg (CEVFW)
de la Universidad de Valladolid, llamado así en memoria de un malogrado
profesor de la misma, pionero en la investigación del gran pueblo de estirpe
céltica que ocupó la cuenca media del Duero desde el siglo V a. C. hasta la
conquista romana, extendiéndose por un territorio de 45.000 km². Los vacceos
siempre han llamado mi atención por su original sistema colectivista de
explotación agrícola, de que dan cuenta las fuentes clásicas, por sus grandes
ciudades míticas como Cauca, Palantia o Intercatia, prósperas y populosas desde
el siglo IV a. C., y por ser el sustrato indígena dominante de Fuentemolinos,
mi terruño paterno, casi ya en la frontera con los arévacos.
En el CEVFW me esperaban la
propia Elvira y Carlos Sanz Mínguez, director del centro y profesor de la
Universidad de Valladolid. Carlos ha sido el gran impulsor del proyecto Pintia
durante las últimas décadas y ha protagonizado, con infatigable coraje y
dedicación, la defensa legal y científica del yacimiento contra el abandono y
el expolio. Cuando en España acabemos de tomarnos en serio la defensa del
patrimonio—hemos dado pasos de gigante, pero noticias como la de la zanja en
Pintia muestran que aún queda mucho por hacer— y demos reconocimiento público a
sus grandes valedores, la figura de Carlos Sanz ocupará un lugar destacado.
Tras los saludos de rigor, me incorporé al grupo que se había reunido y salimos
hacia el yacimiento para una visita guiada por el propio Carlos, quien había
seleccionado los principales emplazamientos visitables de lo que constituye una
zona arqueológica de 125 hectáreas. Comenzamos por Las Quintanas, donde
la ciudad indígena está saliendo a la luz en una zanja de 56 × 8 metros, con cuatro
metros de potencia estratigráfica que condensa 1200 años de historia, desde el
siglo V a. C. hasta la época visigoda.
Carlos nos puso en contexto,
mostrando algunos de los aspectos más destacados del lugar: los sucesivos
niveles de suelos de tierra batida sobre capas de cenizas, que dan testimonio
de las correspondientes destrucciones por incendio de época vaccea; los restos
de vigas carbonizadas; los hoyos en el suelo para encajar los durmientes sobre
los que elevar las estructuras de adobe; los hogares a la vista, de época
numantina. Una de las estructuras más significativas de la trinchera es un pozo
artesiano de época romana, que resultó fallido cuando se ejecutó y se cubrió de
nuevo con materiales de relleno. Su excavación ha sacado a la luz la
estratigrafía completa del yacimiento. Es espectacular. «Hay un mínimo de seis
niveles—explica Carlos—desde el momento fundacional en el siglo V a. C. Cuando
se complete la excavación dejaremos a la vista todos los niveles preparados
para la visita: vacceos, romano y visigodo». Es un trabajo colosal, que sufre
la irregularidad con que se reciben las ayudas públicas. Las labores se
iniciaron en 2000 con fondos europeos y conocieron un gran impulso con la
anterior corporación municipal—Diputación Provincial de Valladolid—, que
financió la cubierta que hoy protege de la intemperie a esa joya arqueológica que
es Las Quintanas. En la actualidad, el proyecto se financia con aportaciones
varias, fundamentalmente de la Universidad de Valladolid, junto con las
aportaciones de socios y visitantes y patrocinios como los Tempos Vega Sicilia o
la Denominación de Origen Ribera del Duero.
Antes de abandonar el lugar,
Carlos nos muestra un sarcófago visigodo de piedra que da testimonio de la
última etapa de ocupación humana de Pintia y, un poco más allá, el
emplazamiento, donde se hallaron los restos inhumados de un recién nacido, en
época vaccea. El entierro bajo el hogar era una práctica muy habitual en las
sociedades prerromanas, en las que, según Plinio, no tenían derecho a
incineración aquellos infantes a quienes aún no les hubieran salido los
dientes. «En quinientos metros cuadrados de excavación—puntualiza Carlos—han
aparecido catorce niños. Eso demuestra que, en aquella época, lo importante no
era nacer, sino sobrevivir».
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La siguiente etapa de la
visita nos llevó al paraje donde los arqueólogos del proyecto están sacando a
la luz el extraordinario sistema defensivo de Pintia. «El día en que dimos con
la muralla, no dormí»—recuerda Carlos con una amplia sonrisa, situándose junto
a un gran panel que recrea el aspecto en 3D de la ciudad. Es tan realista que
parece que estamos viendo la Pintia vacceo-romana desde la distancia. En él se
muestran los principales sectores de la ciudad, incluido el barrio artesanal
del otro lado del Duero, Carralaceña, que cuenta con su correspondiente
necrópolis adyacente. Carlos nos muestra los principales elementos de defensa: una
muralla de siete metros de ancho, una berma y tres fosos, que cuentan con
escarpas y contraescarpas. «Es la primera vez que se ha identificado una
poliorcética tan completa en la península en época prerromana». Todo ello se ve
de modo tan excepcional en el emplazamiento que llevó al propio Carlos a adquirir
la parcela. Como en Las Quintanas, también aquí se va incrementando poco a poco
el patrimonio público. Carlos continúa sus explicaciones sobre el terreno,
señalando aquí y allá. «La muralla fue construida con adobas revestida con
sillarejo de piedra. Se calcula que se utilizaron siete millones de adobas para
completar el algo más de un kilómetro de longitud con que cuenta. Y, fijaos,
aquí fue atacada a la muralla, en este mismo lugar, en época romana,
probablemente durante las revueltas vacceas del 56 a. C., aunque también
pudiera haber ocurrido durante las guerras sertorianas. Era un punto clave,
porque aquí se situaba la puerta principal de la ciudad. Aquí se ven aún los
derrumbes».
Es en este punto cuando
aventuro, en mi conversación con Carlos, que el asedio hubiera podido tener
lugar donde durante la propretura de César, en el 61 a. C. Carlos se encoge de
hombros, imagino que por no llevarme la contraria y desvanecer mi ilusión, y
continúa con su explicación, señalando hacia el terreno llano que se extiende
hacia el exterior de la ciudad. «Todo eso de ahí debió de ser un campo minado,
con vasijas enterradas abiertas por las bocas. De ahí viene que los lugareños
conozcan este paraje como Los Hoyos: ¡era frecuente que aquí se hundieran y
cayeran las caballerías! Y más allá hemos encontrado evidencias de los
bastiones que utilizaron los romanos para situar sus catapultas durante el
asedio, y también restos del que seguramente fue su campamento de campaña». Es
admirable comprobar cómo la ciencia de los arqueólogos permite leer, de este
modo, el relato de los sucesos del pasado.
Los romanos, claro está,
ganaron la partida, como ocurrió durante siglos en tantos otros lugares. De
ello se ocuparon las regiones al mando de generales como Julio César. Y,
tras las regiones, llegó la consumación de la romanización, con la construcción
de un foro y de una nueva trama urbana culminada en el siglo II d. C. Para
entonces la muralla había dejado de ser necesaria y fue demolida, utilizándose
para rellenar el foso más hondo. Y la historia del sistema poliorcético, como
la de la ciudad vaccea a la que dio protección, fueron olvidándose a lo largo
de casi dos milenios, hasta que comenzaron a ser objeto de la curiosidad de los
arqueólogos del proyecto Pintia. Gracias a ellos, esta historia sale ahora a la
luz, haciendo revivir ante nuestros ojos la maravillosa estampa de una vibrante
ciudad vaccea junto al Duero.
[En un próximo post, la segunda parte de la visita: LA NECRÓPOLIS VACCEA DE LAS RUEDAS EN PINTIA]