viernes, 20 de enero de 2023

EL MADRID DE AMALIA AVIA (Y EL MÍO)

 


Visitamos la exposición de Amalia Avia en la sala Alcalá 31 ("El Japón de Los Ángeles") y quedamos impresionados. En el centenar de cuadros descubrimos a una de las grandes cronistas visuales de Madrid. ¿Cómo una artista tan grande puede haber quedado tan en segundo plano? La respuesta es clara: por ser mujer (la de Lucio Muñoz, por cierto) y haber dado lo mejor de su vida al ámbito cotidiano. 

Amalia retrata el Madrid, a punto de desaparecer, de los años 60 y 70. Lo hace dejando registro de los comercios en proceso de abandono, de sus viejos carteles, sus rótulos, sus desconchones. Y sus pinturas obran el milagro de la permanencia, de un modo que no consiguen las fotografías. Las fotografías son pasado, pero la pintura es presente por el aliento de la pintura que sigue latiendo en la tabla.

El Madrid de Amalia es el de mi infancia. De 1963, el año en que nací, es el cuadro "La Bobia", con su hilera de ciudadanos grises en la parada  y el autobús Pegaso de color azul de la EMT. El territorio de mi memoria cobra vida al ver al guardia urbano de impermeable y casco blanco, los brillos de la lluvia y la melancolía invernal de los árboles de ramas desnudas, los carteles congelados de las películas exhibidas en el cine Ciudad Lineal. 

Amalia es una maravillosa Richard Estes que pintó siempre no del natural, sino de fotografías, a menudo obtenidas de la prensa, reflejando así el instante cotidiano. Por eso, ella no se sintió incluida en el "Realismo madrileño" de su marido y sus amigos, sino en el Informalismo.  

Yo me siento identificado con ella. También yo dibujo mis fotos. También yo "amo a Madrid en particular y a la gran ciudad en general". También yo creo que en un instante, y en una imagen, cabe una vida entera. Aunque es cierto que en mi Madrid no siempre era invierno, ni todo envejecía, ni estaba todo cercado por puertas tapiadas y signos de "prohibido el paso" y paraguas ocultando la identidad de los transeúntes. 

Mi Madrid era el Madrid de un niño. Y aunque Amalia me ayude a cartografiarlo y evocarlo con emoción, por fortuna no ha dejado de serlo del todo. 

















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