El yacimiento del Libisosa
es espectacular, pero no hace honor a una de las señas de identidad más
sobresalientes de la civilización ibérica en Albacete: la estatuaria. Para
disfrutar de esta es preciso acudir al Museo Arqueológico Nacional o, mucho
mejor aún, al Museo de Albacete.
El museo albaceteño tiene
como sede un magnífico edificio inaugurado en 1978, obra del arquitecto A.
Escario, y ocupa una frondosa esquina del parque Abelardo Sánchez. Contiene
muchas piezas que merecen la visita, como las muñecas romanas de Ontur, del
siglo IV, o la ocultación andalusí de época califal de la Sima de los Infiernos;
pero lo que hace del museo un lugar único es la sala que, bajo el rótulo «Íberos:
por el camino de Hércules», muestra una maravillosa muestra de la estatuaria
funeraria íbera hallada en las necrópolis de la provincia.
Hay piezas tan soberbias como
los caballeros 1 y 2 de la necrópolis de Los Villares (Hoya Gonzalo), la cierva
de la necrópolis de Capuchinos (Caudete) y el caballo enjaezado del de La Losa
(Casas de Juan Núñez), todos ellos del siglo V a. C., así como el conjunto de
exvotos del santuario del Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo), de
los siglos IV-III a. C. Basta esta sala para poner al arte ibérico en un lugar
de privilegio en la expresión del talento humano en la antigüedad, y para dar
la razón a la arqueóloga Pilar González Serrano, cuando se queja de nuestra
estrechez de miras y escaso aprecio por el patrimonio propio al calificar al
fenómeno ibero como cultura en lugar de civilización.
Conscientes de lo que
tienen, pero también de lo que les falta, los artífices del museo dedicaron una
sala a las «imágenes ausentes»: las piezas que hoy se encuentran en otros
museos, especialmente el MAN. Allí fueron a parar las que adquirió para el
Louvre Pierre París a finales del siglo XIX y que regresaron a España en 1940,
en el paquete que tuvo como protagonista a la dama de Elche, por un acuerdo con
nefastos propósitos propagandísticos entre los regímenes de Franco y de Pétain.
En el MAN están, entre otras, la Bicha de Balazote y la Gran Dama Oferente
del Cerro de los Santos. En el museo albaceteño se conforman, con pesar, con
sendas réplicas, como también son réplicas las que adornan, la de la Bicha en
bronce y la de la Dama en piedra, sendos parques de la ciudad. Hice una visita
a cada una de ellas. La de la dama oferente me alegró especialmente puesto que,
hace algunos años, partícipe en la campaña de contribución ciudadana que
permitió su realización. Conservo con orgullo el diploma que lo atestigua; creo
que somos muchos los que estamos encantados de arrimar el hombro en este tipo de
proyectos colectivos para apoyar la conservación de nuestro patrimonio
arqueológico.
Un último aliciente de la
visita al museo fue el poder ver piezas halladas en el recinto fortificado de
la Edad del Bronce de El Acequión, situado a pocos kilómetros de la ciudad.
Destacan las asociadas a un taller de tallado de hueso y algunas fotografías de
cuando se excavó el lugar por primera vez en 1986, mostrando los dos recintos
amurallados concéntricos, que hacen pensar en una espectacular motilla que
espera su momento para recuperar la atención de los poderes públicos y ver
restaurado todo su esplendor. Pude pasar por el lugar de regreso de Lezuza. Los
arqueólogos han vuelto a cubrir buena parte de las estructuras y aquello parece
un gran túmulo horadado de madrigueras de conejos y rodeado por un anillo de
viejos chopos que cubren el suelo de hojas recién caídas. Como en
Libisosa, ¡cuánto aún por descubrir! Cuánta emoción nos produce, pero cuánta
paciencia nos exige la arqueología.
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