martes, 18 de julio de 2023

LOS CARPETANOS DE CONSABURA (Tras las huellas de César XI)


Al inicio de su propretura de 61 a. C. en Hispania, Cesar llevó a cabo una intensa campaña de castigo contra los carpetanos, forzando el traslado al llano de los habitantes de los oppida, estableciendo un patrón que más tarde aplicaría igualmente a los vetones. En el caso de los carpetanos, los casos más destacados fueron los de Toletum (Toledo), Consabura (Consuegra) y Caesarobriga (Talavera de la Reina); tras el abandono de las poblaciones amuralladas en altura, César estableció en el llano nuevas ciudades íbero-romanas que adquirieron la condición de cabezas de extensos territorios, con el estatus de municipios peregrinos.

En ninguna de ellas se ha conservado una destacada huella material de los viejos castros carpetanos, aunque posiblemente aquella en la que esa vieja estirpe sigue más presente sea Consuegra, con restos del oppidum excavado en el cerro Calderico.

Visité Consuegra en un caluroso día de comienzos de septiembre del pasado año. Me divierten mucho estas antiguas ciudades que escriben su relato en clave de historia. Su callejero suele dar elocuente prueba de ello y pocos tanto como el de Consuegra. Partiendo de la plaza de los Cónsules (con reproducción de estatua de torso consular incluida), se atraviesan las avenidas del Imperio Romano y del Emperador Constantino y las calles de los Senadores Romanos y de Lucano hasta llegar a la de Julio César. Pero lo cierto es que encontrar vestigios romanos en Consuegra, más allá de los del callejero, no es tarea fácil.

Está la presa, a las afueras de la ciudad, que en época romana embalsó las aguas del acueducto de 24 km, que seguía el curso del actual río Amarguillo, seco de solemnidad a estas alturas del año (pero no por ello debe perdérsele el respeto, porque de pronto llega una gota fría y se lleva por delante medio pueblo, como ocurrió el 12 de septiembre de 1891, causando la muerte a 359 consaburenses). Sí, consaburenses; otra de las huellas del pasado romano de estas antiguas poblaciones son sus deliciosos gentilicios.

También está el meritorio museo municipal, que sale razonablemente bien parado del esfuerzo de demostrar que más vale la calidad (y la intención) que la cantidad, con su docena de vitrinas, con un buen discurso museográfico y alguna pieza sobresaliente, como el timiaterio.

Pero para ver cierta abundancia de vestigios, hay que irse de bares. En los patios de la Bodeguita de La Tercia y del restaurante El Alfar esperan al visitante basas, fustes y capiteles de columnas, e incluso una notable escultura que ha servido de modelo a la copia contemporánea de la plaza de los Cónsules.

Por si fuera poco, como colofón de la visita, nos espera el cerro Calderico, con su castillo y sus molinos, dibujando el skyline de lo que parece un trasatlántico geológico varado en la llanura manchega. Una maravilla.

















 

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