jueves, 18 de mayo de 2023

EL ÁRBOL DE CÉSAR Y EL POEMA DE MARCIAL (Tras las huellas de César VII)

 


En la radiante mañana de febrero, los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba es un lugar suspendido en el tiempo. El sol y el cielo se imprimen como un lacado de azul y oro en las almenas, los naranjos, los estanques. Todo estaría inmóvil de no ser por los finos chorros de agua que trazan sus arcos de gotas brillantes como gemas. Hay un rumor de pájaros, de fuentes, de las conversaciones amortiguadas de los visitantes.

En un lateral del paseo principal hay un estanque con un mosaico moderno de animales marinos. Su extremo va a dar con un muro de sillares de piedra custodiado por viejos cipreses podados para hacerlos parecer densas columnas vegetales.  Hay que observar un momento para distinguir un extenso texto en letras mayúsculas grabado en la piedra:

En tierras tartesas hay una casa celebérrima allá donde la Córdoba vienta [ventosa] se mira en el plácido [río]; en medio y abarcando toda la morada, se alza el plátano de César de espesa cabellera, que la diestra feliz del huésped invicto plantó, comenzando su tronco a crecer desde su mano. ¡Oh, árbol del gran César! ¡Oh, amado de los dioses! No temas el hierro ni el fuego sacrílego. Marcial.

Se trata, ni más ni menos, del epigrama que el gran poeta calagurritano Marcial escribió para celebrar el plátano de César, el gran árbol de sombra que, según la leyenda, fue plantado por el romano para conmemorar sus triunfos militares. 

Frente a mí se alza ahora el que alguna guía turística, arrebatada por el entusiasmo, identifica con el mismísimo árbol plantado por el romano. Es un hermoso ejemplar, desde luego, pero queda muy lejos de alcanzar la condición heroica de bimilenario. No importa, no seamos aguafiestas. A mí, al menos, me importa que haya habido una secuencia de munícipes y jardineros soñadores que hayan traído hasta nosotros este monumento al ilustre Julio César, pero no en forma de estatua de mármol, sino de nudoso y anciano plátano de sombra, como una forma de memoria viva, como un testimonio que se renueva cada año.

No se sabe en cuál de sus visitas plantó Cesar el antecesor del árbol que hoy me hace compañía, ni cómo se ha conservado la memoria de la leyenda que inmortalizó Marcial. Pero se dice que hasta aquí venían hombres y mujeres de toda condición a ofrecer al plátano libaciones y presentes para obtener favores del espíritu de César.  Yo dejo una guindilla roja como un goterón de sangre, recogida de una mata próxima encendida de ellas. No es, claro está, un acto de piedad, sino de gratitud por haberme sentido más cerca de la memoria de César en este lugar que en ningún otro de la antigua Córdoba.







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