Aprovechando una reciente visita al MARQ de Alicante, un domingo por la mañana, con un sol de mediterránea
justicia, visitamos el yacimiento de Lucentum formando parte de un pequeño
grupo guiado por la arqueóloga Maripaz Gadea, quien pronto demostró ser una de
esas profesionales cuya pasión resulta tan didáctica como contagiosa. Durante
casi dos horas nos fue descubriendo las pistas que dan cuenta de la azarosa vida
de una ciudad en cuya piel fueron quedando las cicatrices de los conflictos de
que fue testigo, o víctima.
Comenzamos ante un extenso lienzo de la muralla inicial de la ciudad, del
último tercio del siglo III a.e.c., en la que la factura púnica es indiscutible,
como también las huellas del asedio que sufrió. Maripaz nos señala unos
proyectiles esféricos apilados. «Se han encontrado muchos -explicó-, tanto
cartagineses como romanos. Estos son cartagineses, de los que lanzaban las
balistas. Son fáciles de reconocer porque están hechos de una piedra volcánica,
la andesita, que se extraía de canteras cerca de Cartagena. Pero los hubo mucho
mayores, incluso uno de 41 kilos de peso, que tuvo que ser lanzado por una
catapulta romana».
La siguiente parada tiene lugar ante la puerta de entrada de la ciudad cartaginesa sobre la que se edificó la Lucentum romana. Allí la ciudad
sin nombre cobra vida, con la calzada de piedra original y las carrileras del
umbral de la puerta gastadas por las ruedas de los carros de antaño, desenterradas
a más de un metro por debajo del nivel de la ciudad romana. «La entrada púnica
se enterró porque esta entrada de la ciudad sufrió muchos cambios
posteriormente. Se construyó un torreón y una nueva muralla curva, como
refuerzo en la época del enfrentamiento de César contra Pompeyo. Se cree que la
ciudad fue partidaria de César».
Tras entrar en la ciudad Maripaz nos conduce al segmento de muralla
cartaginesa, con sus torreones compartimentados, y las estancias adosadas a
ella. Destacan las cisternas con forma de bañera, perfectamente
impermeabilizadas. Y las huellas del asedio y la destrucción no dejan lugar a
dudas: la techumbre de la estancia se incendió y en su suelo se formó una
gruesa capa de cenizas. Aparecieron abundantes proyectiles y huesos humanos
quemados.
-Toda esta parte está totalmente excavada, y su
origen cartaginés, del siglo III a.C., está acreditado. Está claro que la
ciudad cayó en manos romanas en la Segunda Guerra Púnica. Hay que cambiar el
cartel de la entrada: esta no fue una ciudad íbero-romana, sino púnico-romana. No
hay ningún resto íbero. Es verdad que hay influencia íbera en la estructura de
las viviendas, y eso condujo a error, pero fue construida por cartagineses.
Y no solo debe cambiarse el cartel de la puerta, sino también buena
parte de los paneles informativos del yacimiento, que persisten en el error. Le
pregunto a Maripaz por el nombre de la ciudad prerromana. «La tradición dice
que Akra Leuke -responde encogiéndose de hombros-. Es lo que pone en el escudo
de la ciudad de Alicante. Pero en realidad no lo sabemos».
Desde allí ascendemos al punto más alto del yacimiento, desde el que se
domina el paisaje en los cuatro puntos cardinales. Hacia el oeste, más allá de
una rambla seca, hay un montecillo cubierto de arbustos. Es el Cerro
de las Balsas, el Tossalet
de les Basses. Le pregunto a
Maripaz por él.
-Es un yacimiento enorme, muy poco excavado. Si
Lucentum tiene veinticinco hectáreas, las Balsas tiene treinta. Debió ser un
gran asentamiento contestano amurallado, que se alió con los cartagineses
contra Roma. Se ha formulado la hipótesis de que su abandono, a finales del
siglo III a.C., tuviera lugar precisamente porque los contestanos se hubieran
venido a la ciudad cartaginesa para enfrentarse conjuntamente a los romanos.
Le pregunto si está previsto que continúe la excavación.
-¡Hay tanto que excavar! -se lamenta-. De Lucentum
queda un sesenta por cierto por excavar, sin contar toda la ciudad extramuros. Y
urbanísticamente el Cerro de las Balsas no las tiene todas consigo. Es Bien de
Interés Cultural, pero está incluido en el Plan Parcial, y ya veremos qué pasa.
Se me enciende la sangre y me prometo sumarme a cualquier campaña que
reclame a las autoridades la excavación y preservación del Cerro de las Balsas.
Trato de tranquilizarme pensando que una ciudad con una institución tan
prestigiosa como el MARQ no puede, en pleno siglo XXI, ceder a la barbarie
urbanística. Han pasado ya cincuenta años desde que tuvo que encadenarse una
arqueóloga sueca a las excavadoras para impedir que el yacimiento de Lucentum
fuera arrasado para construir un gigantesco edificio de apartamentos, similar a
aquel próximo, conocido en la ciudad como la Chicharra, bajo el que se piensa
que está enterrado, perdido para siempre, el teatro de Lucentum.
Maripaz nos cuenta la historia de la arqueóloga, Solveig Norström,
mientras caminamos hacia la salida. Ella solita, convocando a prensa
internacional y poniendo en evidencia al régimen franquista, salvó para todos
nosotros el legado de Lucentum, y de la ciudad bárquida que la precedió. En
1973 el Estado compró el yacimiento. Lo cerró con una valla y puso un cartel
que decía: «Monumento Histórico Artístico. Prohibido arrojar basuras».
El cerro de las Balsas no está hoy mucho mejor. Una demostración sonrojante de cómo en España somos expertos en mirar para otro lado en materia arqueológica. Lástima que, en desmanes mucho más recientes como el de la plaza de Oriente de Madrid, no tuviéramos a mano una arqueóloga sueca.
Solveig Nordström falleció en Benidorm el 21 de enero de 2021, a los 97 años de edad. Quede aquí este recuerdo de homenaje.
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