Magnífica la exposición de Isabel Quintanilla en el museo Thyssen. La muestra no solo incluye una amplia colección de la obra
de la pintora, sino también una representación de la de sus grandes amigas y
compañeras en el grupo de «realistas de Madrid»: Amalia Avia, Esperanza Parada
y María Moreno. Isabel Quintanilla es como una moneda, con doble cara: pinta
con minuciosidad el espacio doméstico y pinta los grandes horizontes y el
semblante de las ciudades a vuelo de pájaro.
Al pintar lo cotidiano, lo dignifica, y de ese
modo dignifica también a las personas que habitan esa cotidianidad. El
arte de Quintanilla dignifica la vida que hemos conocido muchos de nosotros en
aquel Madrid del siglo pasado, la vida de la gente de a pie. Nos transmite la
emoción de los detalles, dejando tan solo un leve desasosiego de silencio y
ausencia. Es inevitable que lo doméstico actúe como un recordatorio de las
condiciones de contorno de la mujer artista.
Pero Isabel Quintanilla se emancipa con las
anchas perspectivas de sus paisajes y de sus ciudades, sobre todo las de Roma.
Con Roma su pintura levanta el vuelo, como un acto de afirmación y libertad.
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