El Museu de Lleida es el
lugar indicado para conocer de cerca, en las salas de su colección permanente,
al pueblo de los Ilergetes, que entre los siglos VIII y II a. C. se enseñorearon
de los territorios de la cuenca del Segre-Cinca, desde el río Ebro hasta los
Pirineos, ejerciendo su dominio sobre una vasta extensión de aproximadamente
10.000 km². El pueblo ilergete cristalizó en estado alrededor del 450 a. C.,
con una sociedad jerarquizada, en cuya cúspide se situaba un régulo con un
entorno familiar de tipo principesco y una aristocracia clientelar ecuestre.
La capitalidad la ejercía
Iltirta, que la toponimia, la tradición popular y el consenso académico
relacionan con la romana Ilerda, aunque nunca se han hallado
evidencias arqueológicas. La opción de Ilerda, además, no es unánime, porque
una fuente clásica tan reconocida como Tito Livio ignora olímpicamente a
Iltirta y se refiere como capital ilergete a Atanagrum. Los arqueólogos de
nuestros días relacionan Atanagrum con el oppidum
de Molí d’Espígol (Tornabous, Urgell), uno de esos característicos poblamientos
ilergetes amurallados con las casas dispuestas en anillos concéntricos en su
interior, compartiendo entre ellas paredes medianeras, formando las más
exteriores la muralla con sus muros traseros. Son también célebres las
poblaciones de Estinclells (Verdú, Urgell) y, por encima de todas, la fortaleza
dels Vilars de Arbeca, una maravilla para la que me ahorro ahora los epítetos,
hasta que llegue el momento de ir a visitarla.
A finales del siglo III a.
C., el antiguo estado ilergete alcanzó su máxima expresión, con los célebres Indíbil
y Mandonio ejerciendo su caudillaje sobre algo así como 130.000 almas. Se
acuñaba moneda, se enviaban embajadores a los pueblos vecinos, se declaraba la
guerra y la paz, se participaba en los prósperos circuitos comerciales del
Mediterráneo. Pero, como suele ocurrir en estos casos, la edad de oro no
estaba destinada a perdurar. Cuando Aníbal Barca cruzó el río Ebro en la
primavera del año 218 a. C. con sus 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 40
elefantes, iniciando la segunda guerra púnica, los ilergetes, como tantos otros
pueblos de la Península Ibérica, se vieron obligados a elegir bando en una de
las grandes contiendas de la Antigüedad. Lo hicieron en favor de los
cartagineses, manteniendo su hostilidad a Roma incluso después de la derrota de
aquellos, hasta ser aplastados por Publio Cornelio Escipión primero, y por los generales
de este Lucio Cornelio Léntulo y Lucio Manlio Acidino después, en 205 a. C.
Lo que vino a continuación
es la bien conocida historia, repetida en tantos lugares, de la romanización,
que en el territorio ilergete tuvo un hito trascendental un siglo después con
la fundación, alrededor del cambio del siglo II al I a. C., de tres ciudades
concebidas para articular en estas tierras interiores de la Hispania Citerior
al norte del Iber el sistema romano republicano. Fueron Aeso, en la Isona,
Iesso (Guissona) y, sobre todo, la propia Ilerda. A ellas dedicó el Museu de
Lleida en 2023 la exposición «Romans a Ponent», que sirvió de excusa y
aliciente a nuestra visita.
La exposición es muy
reducida, pero, precisamente por eso, ha sabido resumir perfectamente el
tránsito, en estas comarcas leridanas, desde el periodo ilergete, completamente
imbricado en el mundo íbero, hasta la plena romanización. César está
representado con un magnífico busto de mármol, reproducción del hallado en el
río Ródano, a su paso por Arlé. El romano ladea levemente la cabeza y mira de
hito en hito al visitante, con un gesto firme, sereno y, tal vez, algo
triste. Los paneles informativos dan cuenta del papel de Ilerda en las
guerras civiles entre romanos, y, en especial, de la batalla entre cesarianos y pompeyanos
que lleva su nombre: un mapa mural explica la situación de las tropas de uno y
otro bando en aquellos días del año 49 a. C., a orillas del río Sicoris.
Pero la atención de la
exposición no está puesta en los hechos de armas, sino en las propias ciudades.
Es así como Roma construía su legado en la Historia y en el territorio: primero
las legiones derrotaban a los enemigos de Roma y, después, la pujanza de las
ciudades y sus instituciones los asimilaban para siempre. Los foros, las
termas, las acrópolis, las obras públicas, las magistraturas locales y tantas
otras expresiones de la abrumadora eficacia de la sociedad romana para
replicarse en todas direcciones, como un perfecto fractal civilizatorio, creaban
otras Romas que terminaban por hacer olvidar sus raíces a los anteriores
ocupantes del territorio.
Así ocurrió con Ilerda, Iesso
y Aeso. Fueron fundadas sobre anteriores poblaciones ilergetes a las que
rápidamente hicieron caer en el olvido, y crecieron como organismos vivos
destinados a irradiar una visión y una organización del mundo que perduraría
durante siglos. La exposición contiene piezas magníficas que nos permiten
asomarnos al esplendor de aquellas ciudades de provincias, como el surtidor de
la fuente de la villa del Romeral, esculpido con la imagen de una medusa que hiela
con la mirada a quien la contempla. Me pareció que las pupilas de piedra
conservaban el poder de hipnotizar con el eco del antiguo sortilegios.
Pero nada me fascinó tanto
como la recreación, en grandes imágenes murales de espectacular realismo y nitidez,
de las tres ciudades, con Ilerda destacando por su mayor envergadura urbana.
Era como haberse trasladado a la época para contemplarla a vuelo de dron. Ahí
están las casas, las murallas, los edificios públicos, las embarcaciones en el
río Sicoris, las carretas atravesando el puente de piedra. Ahí está la gente,
hormigueando por las calles, por la plaza del foro, por los patios y los
muelles. Ahí están, extramuros, los campos de cultivo, los caminos, las
granjas. Ese es el efecto de estas recreaciones 3D que ahora es capaz de
regalarnos la combinación de arqueología y tecnología digital. Pone ante nosotros
lugares como la Ilerda romana del siglo I a. C., por aquellos días en que se
convirtió en el epicentro de la lucha por el poder en el mundo romano, que es
tanto como decir en el mundo a secas. Siente uno deseos de hacer aterrizar al dron
para caminar por sus calles, como un ciudadano íbero-romano más.
Gracias, Arturo, un placer leerte.
ResponderEliminar¡Gracias a ti!
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