Fue una delicia poder volver
con Ángela a la exposición «Los últimos días de Tarteso» en el Museo
Arqueológico Regional de Alcalá de Henares, con el aliciente adicional,
respecto a mi primera visita, de poder ver expuestos los ya celebérrimos «primeros
rostros de Tarteso», descubiertos para asombro y celebración de los miembros
del equipo de la excavación y de todos los amantes de la arqueología, en la
última campaña en Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz).
Ya en la entrada nos avisan
de que hay muchísimo público, y así es. El museo está de bote en bote. Produce
una alegría extraordinaria. Creo que habrá un antes y un después en la
arqueología española, siguiendo la estela y los hallazgos del proyecto «Construyendo
Tarteso» que está haciendo honor muy merecido al CSIC y a la ciencia
arqueológica española. Hay nutridos grupos guiados, familias enteras, curiosos
y frikis de la arqueología, fotógrafos cargados de equipo.
Toda la exposición atrae una
enorme atención, y no es para menos, porque, como ya conté en el post anterior,
es una espectacular selección de piezas con una narrativa museística impecable.
El patio de la hecatombe ceremonial es como una plaza pública de visitantes
asombrados que ven, sentados en el suelo, sobre las fotografías de los
esqueletos de los caballos, el vídeo sobre el yacimiento y el florecimiento
tartésico en el Guadiana.
Pero las estrellas de la
exposición son, claro está, los rostros de Tarteso. Los visitantes se
hacen―nos hacemos―selfies frente a
ellos como si se tratara de las celebrities
del momento. Y es que lo son: por sí solos merecieron una resonante rueda de
prensa y han sido portada en publicaciones de todo el mundo. A su alrededor
chisporrotea una excitada efervescencia entre los visitantes. Nosotros no
escapamos a ello. Es emocionante verlos por fin ante nuestros ojos, observarlos
desde todos los ángulos; conmueve su serenidad, su suave sonrisa en los labios
impecablemente perfilados, las narices esbeltas, los ojos rasgados con una
eternidad de horizontes ignotos impresa en ellos.
Creo que un día se considerará
a estos rostros como un icono o un símbolo; algo así como las Giocondas de la Antigüedad.
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