Pocas semanas después de mi encuentro con César en el Altes Museum de Berlín, se produjo uno de esos episodios que demuestran que el azar alcanza en ocasiones grados notables de sofisticación cuando se empeña en imitar a las señales del destino.
Caminábamos Ángela y yo por el parisino jardín de las Tullerías cuando, flanqueando por el extremo más apartado del Sena el paseo principal, nos dimos de bruces con una imponente escultura de Aníbal. En ella el cartaginés sostiene con la mano derecha el águila-estandarte, en posición invertida, de una legión, y con el pie izquierdo aplasta una segunda águila. La cartela tallada en el mármol atribuye la autoría al escultor Sébastien Slodtz, quien a todas luces quiso representar las victorias del Bárquida sobre Roma. Aníbal tiene un aspecto sereno y confiado, con el semblante vuelto hacia el otro lado del paseo. Seguimos la trayectoria de su mirada y… ¡voilà! ¡Allí, sobre un pedestal gemelo, está ni más ni menos que Julio César! En este caso, la estatua es de Ambrogio Parisi, y en ella el romano, sosteniendo en la mano un bastón de mando roto por algún bárbaro de nuestros tiempos y tocado con una corona de laurel, vuelve la cabeza hacia la derecha para encontrar y sostener la mirada del púnico.
La simbología es obvia: en las Tullerías el gran Aníbal entrega el testigo al no menos grande Julio César, como si hubieran elegido el París del año 1800, por entonces la ciudad más esplendorosa del mundo, para escenificar la mutua consideración y acaso el relevo entre los grandes estrategas del mundo antiguo. Yo saco mis propias conclusiones: tras haber seguido las huellas de Aníbal en Hispania, ahora no me queda otra que ponerme como objetivo seguir las de César.
Para rematar la faena, al otro extremo del paseo, ya contra el telón de fondo del palacio del Louvre, dos estatuas más miran hacia este. Una de ellas representa de nuevo a César y la otra a Hércules, el héroe tutelar de la familia Bárquida en su representación como Melkart. No tardaremos en descubrir que hay un lugar en nuestro país donde las huellas de Aníbal y César se cruzan bajo las advocación de Hércules y Melkart. Pero para llegar a ese lugar es preciso, sin más demora, emprender el camino. Allá vamos.