Bien utilizados, los intersticios de un viaje de trabajo dan para mucho. No fue más de una hora lo que tuve desde que terminé mis reuniones de trabajo en Berlín hasta que debí tomar el taxi al aeropuerto, pero me bastó para dar un delicioso paseo por el Altes Museum, en la Isla de los Museos. El no poder detenerme en una visita pormenorizada me obligó a quedarme con la impresión general y a no detener la atención más que en un puñado de piezas extraordinarias.
La verdad es que fue como un bálsamo. Es el efecto que me produce el mundo clásico, especialmente esa forma de expresión sublime del espíritu griego que es la estatuaria, de mármol o bronce, con el ser humano como medida y reflejo de la virtud, los mitos, el placer y la belleza. Creo que no se puede mostrar mejor el amor y la ternura que con el abrazo de Eros y Psique en la escena de "El asno de oro" de Apuleyo que los antiguos (como mucho más tarde Antonio Canova) se atrevieron a convertir en piedra.
Sin embargo, de las joyas del museo, me quedo con los bustos de Cleopatra y Julio César, en especial con el de este. Lo llaman el "César verde", porque esa es la tonalidad del mármol de Egipto en que está tallado, piedra que evoca al bronce. Es póstumo y representa a César con una toga; según la cartela, su rostro muestra "energía, ímpetu, austeridad y autoridad". Unos ojos de marfil incrustados en época moderna le confieren una desasosegante expresión, como de autómata.
Pasé algunos minutos observando a César; quiero decir a su imagen copiada de un número indeterminado de copias anteriores. Por la disposición hábilmente elegida por el museo, parece observar a Cleopatra, con una opaca mirada a la que se asoma una mezcla de afecto y anhelo, como si se tratara de algo amado que ha perdido para siempre. El personaje me suscitó una curiosidad recién descubierta. Sin duda, la huella de César está más presente en "Los comentarios de la guerra de las Galias", que leí hace ya muchos años, que en el bloque de mármol gris verdoso que tenía ante mí, pero eso no hizo menos sugerente la chispa de descubrimiento que experimenté, la sensación de haber comenzado a ser cautivado. La certidumbre de que algo, tal vez un nuevo proyecto viajero y literario, acababa de comenzar.
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