El subsuelo de la catedral de Saint Pierre de Ginebra ha ido desvelando, a lo largo de años de excavaciones, un complejo registro de las vicisitudes de la historia de la ciudad. Allí están los arranques de los muros, las columnas y los baptisterios de las primeras catedrales cristianas, apoyándose en estructuras romanas previas, las cuales, a su vez, dan testimonio del pasado alóbroge que les da sustento.
En relación a ese pueblo celta que habitó el lugar antes de la llegada de los romanos, la investigación arqueológica nos regaló un descubrimiento extraordinario. Exactamente bajo el antecoro de la catedral, por debajo de los niveles medievales y romanos, fue hallado el esqueleto de un hombre, datado en el siglo I a. C., cuando los alóbroges eran los señores de estas tierras. El hombre había sido enterrado con evidencias de ser una figura venerada como heroica, pues sobre su tumba se construyó un mausoleo con altar, posteriormente una plataforma para hogueras sacrificiales y después una pequeña iglesia funeraria; una cosa fue llevando a la otra y hoy nos encontramos sobre sus restos la formidable mole de la catedral que corona la ciudad.
Imagino que muy pocos de los fieles que acuden a la misa mayor del domingo, con las campanas agitando con sus tañidos la bruma invernal que difumina los contornos del lago Leman, saben que bajo sus pies, en el mismísimo corazón de Ginebra, sigue recibiendo honras funerarias el héroe alóbroge que dio comienzo a la ciudad.
Qué bella reflexión amigo, la inesperada continuidad del honor al héroe a través del tiempo y las creencias...
ResponderEliminarAdemás para mí ahora cobra más sentido aún que la bella tumba céltica de Borges se encuentre tan cerca de ese templo en un pequeño y recoleto cementerio...
ResponderEliminarGracias por recordarlo, amigo, la tumba de Borges será protagonista de la próxima visita.
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