El Museo de Arte e Historia de Ginebra tiene en sus plantas inferiores salas notables dedicadas a la Arqueología, con colecciones egipcias, griegas, etruscas y romanas que merecen una visita. Pero, sin duda, las que más llamaron mi atención fueron las que muestran el pasado celta, alóbroge y galo, de la ciudad y su entorno.
Hay hallazgos extraordinarios, como el del joven inhumado tras su sacrificio en 400-200 a.e.c. siguiendo los mismos rituales alóbroges que Julio César describió en sus comentarios de la guerra de las Galias; o la imponente escultura celta de madera, la mayor conocida hasta la fecha, descubierta en las proximidades del que fuera el puerto galo de la ciudad.
Me marcho con ganas de volver a conocer mejor las raíces paganas de esta ciudad que levantó un imponente monumento, pétreo y severo, a la Reforma protestante. Por lo que a mí toca, entiendo mejor el mensaje, terrenal y misterioso, que pronuncia el menhir del siglo I a.e.c. que me despide desde su vitrina.