Miro por el ventanal de la habitación del hotel y contemplo el sorprendente paisaje de la bahía de Orán extendiéndose hasta el horizonte del atardecer. En la avenida del paseo marítimo comienzan a encenderse las farolas que, más que aliviar, acentúan la penumbra en que se sumen las calles caóticas y polvorientas de la ciudad vieja, en la que los edificios coloniales de la época francesa van cayendo en una rápida decrepitud.
Sin embargo ahora, por obra y gracia de la distancia que lo difumina todo, Orán tiene una hermosa estampa. La ciudad, con su silueta de modernos hoteles, minaretes y torres de apartamentos, brota y se extiende desde el puerto, cubriendo las colinas, trepando por los cerros, subiéndose a lo alto de los acantilados. En el más imponente de los cerros, el Murjadjo, que cierra la bahía por el oeste, está la fortaleza de Santa Cruz, entre la tierra y el cielo, testimonio de tres largos siglos de dominación española que sigue estando presente en el alma y el rostro de la ciudad. A sus pies está el mar, con un brillo tan vivo que parece tener una fuente de luz en su interior. Y en lo alto, mya de anochecida, un cielo amoratado salpicado por un puñado de desvaídas nubes negras, como la huella de un incendio ya extinguido.
Santa Cruz descansa en lo alto del cerro como un animal geológico, vigilando indolentemente la bahía. Leo en la guía que fue construida entre 1577 y 1604 para proteger la ciudad que conquistara para España en 1509 el Cardenal Jiménez de Cisneros, y lo hizo hasta 1708, cuando los otomanos de Argel conquistaron la ciudad. En 1732, una expedición mandada por el Duque de Montemar retomó Orán, que mantuvo su carácter de ciudad y presidio español hasta que en 1790, tras un terremoto que acabó con buena parte de la población, incluido el Gobernador y su familia, hizo que España abandonara Orán ya para siempre.
El Mediterráneo se oscurece poco a poco ante mis ojos, mientras contemplo la estampa de Orán desde la ventana. Pienso que posiblemente para mucho españoles el nombre de Orán resulte exótico y remoto, a pesar de la cercanía en la historia y la geografía. Orán está a 591 kilómetros de Madrid, más cerca que La Coruña, que está a 600. Deberé volver un día para conocer mejor este lugar árabe, francés y español. Subiré entonces a lo alto del Murjadjo para contemplar la ciudad desde la fortaleza de Santa Cruz.
Cuánta de nuestra historia hay ahí, Arturo.
ResponderEliminarYa lo creo, Trecce, y la verdad es que no me esperaba que tanta.
ResponderEliminarVaya, vaya. Esa sí es una habitación con vistas...
ResponderEliminarInteresante crónica.
Saludos viajeros
Y yo que lo vea... O, al menos, lo lea.
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