domingo, 3 de noviembre de 2024

Una conversación con David Zurdo sobre ANÍBAL BARCA en RNE 5

 


El pasado sábado 26 de octubre se emitió en RNE 5 mi conversación con David Zurdo en ese espacio radiofónico extraordinario dedicado a la historia y la literatura que es "El pasado ya no es lo que era". El tema del día era Aníbal Barca, al hilo de mi libro "Tras las huellas de Aníbal", con una atención especial en el tiempo que Aníbal pasó en la Península Ibérica. Lo disfruté mucho, especialmente por la forma que tiene David de facilitar una aproximación amena a la historia, con referencias cinematográficas incluidas. A la espera de la segunda parte, que tomara el asedio de Sagunto como punto de partida, aquí os dejo el podcast del programa. 

Podcast






martes, 22 de octubre de 2024

LOS ILERGETES DE ELS VILARS D'ARBECA

 


El más espectacular de los yacimientos arqueológicos ilergetes es Els Vilars d’Arbeca, en la provincia de Lérida, situado a cuatro kilómetros de la villa que da nombre a las célebres olivas arbequinas. Tuvimos ocasión de visitarlo el pasado mes de agosto. Habíamos reservado en la página web del Ayuntamiento de Arbeca una visita guiada y a las diez en punto de la mañana nos reunimos en el pequeño centro de recepción de visitantes con María José, nuestra guía, miembro de la Associació d’Amics de Vilars. Quede declarado de entrada nuestro agradecimiento a María José y a su asociación, un ejemplo más de cómo el esfuerzo de poner en valor el patrimonio arqueológico corre a menuda de cuenta no de grandes instituciones nacionales o autonómicas, sino de pequeños ayuntamientos e iniciativas cívicas de personas enamoradas de su tierra y del patrimonio de todos.

María José hizo uso de los paneles informativos situados a la entrada del yacimiento para ponernos en contexto. Els Vilars fue fundado en la primera Edad del Hierro, a finales del siglo VIII a. e. c., en una llanura de la comarca de Les Garrigues. Desde el inicio mostró los rasgos característicos de la que sería su estructura a lo largo de los siglos: una muralla de siete u ocho metros de altura y seis de anchura reforzada en su perímetro por una docena de torres de piedra que le daban al conjunto la impronta de una fortaleza inexpugnable. En el interior, con sus paredes traseras constituidas por la propia muralla, y muros medianeros de separación, las aproximadamente cuarenta viviendas del poblado formaban un anillo concéntrico muy compacto que dejaba en su interior un segundo anillo, más pequeño, de hornos y talleres, y en el centro, un ancho pozo forrado de piedra con un espacio abierto junto a él.

—En realidad—explica María José—los pobladores estuvieron siempre en obras, arreglando y construyendo, durante los 450 años que estuvo habitado Els Vilars. Digamos que siempre tenían a los albañiles en casa. Los arqueólogos identifican cinco niveles en los que fueron abriéndose o cerrándose puertas en la muralla o haciéndose cambios en los sistemas defensivos, pero el lugar mantuvo su carácter de fortaleza construida para defender el territorio y el agua.

Echamos a andar rodeando la espectacular estructura y nuestra guía nos va señalando sus rasgos más destacados.

—¿Veis esa banda de piedras hincadas a los pies de la muralla? Se llama «campo frisón» y servía para dificultar la aproximación a los atacantes. Cuando se fundó el poblado era mucho más ancho, pero cien años más tarde se sustituyó casi todo por un foso inundable. No es que lo inundaran ellos, es que les llegó la primera DANA en condiciones, como se diría hoy. Nosotros le llamamos «rubinada» en catalán. Mi abuelo tenía un campo por estas tierras y decía que aquí, cada cien años, todo lo inunda la rubinada.

María José se explaya en las estructuras hidráulicas del poblado—se ve que aquí la gestión del agua es cosa seria—hasta que llegamos a la puerta Este, por la que entramos al interior del recinto. En esta zona la escasez de espacio hizo que llegaran a construirse casas de dos pisos, y un pequeño mirador ofrece hoy una vista panorámica de todo el yacimiento. Es impresionante. He visto pocos asentamientos ibéricos tan perfectamente conservados como este. Lo comento con nuestra guía.

—Está así de bien porque se abandonó progresivamente de forma voluntaria, no sabemos por qué. Los romanos se lo encontraron ya en ruinas y lo utilizaron como cantera de piedra para sus villas, hasta que acabó desapareciendo por completo. Pasaron muchos siglos hasta que, en los años setenta, se metió maquinaria para rebajar el terreno y empezaron a aparecer piedras y restos de cerámica. Uno de los chavales del pueblo, que hizo estudios de arqueología, le llevó a su profesor en Tarragona algunas piezas en una caja de zapatos.  

El profesor era Emili Junyent, catedrático de Prehistoria de la Universitat de Lleida, quien inmediatamente se dio cuenta del valor del hallazgo. En 1985 comenzaron las excavaciones que habrían de terminar sacando la totalidad del poblado-fortaleza a la luz.

Visitamos después algunas de las construcciones más interesantes del interior, siguiendo una ruta perfectamente señalizada con carteles. Vemos la casa bajo cuyo suelo aparecieron enterrados tres bebés nonatos perfectamente alineados. También la que llaman la Casa del Jefe, que contaba con dos fetos de caballo en su subsuelo, y un santuario con un hogar-altar con forma de piel de bóvido, bajo cuyo pavimento se hallaron catorce de esos fetos. Todo hace pensar que fue precisamente la cría de caballos lo que hizo del clan que habitó Els Vilars una comunidad especialmente prestigiosa y poderosa. Lo más impactante es el pozo, en el centro del poblado, que recuerda a los de las motillas manchegas.  Permitía acceder a la corriente de un arroyo subterráneo que atravesaba el asentamiento de lado a lado. Antes del abandono de Els Vilars fue quedando en desuso, rellenándose de materiales de desecho que han aportado una valiosa información arqueológica. Más allá se ve el trazado de una alcantarilla recorriendo las calles empedradas.

Le preguntamos a María José por el número de habitantes que debió tener el poblado y nos responde que unos ciento ochenta. «Aunque posiblemente hubiera más que vivieran en el exterior, en granjas o pequeñas cabañas parecidas a las que existen aún hoy en día. También el ganado debía guardarse en el exterior, y todos se refugiaban aquí dentro en caso de ataque».

Acabando de circunvalar la fortaleza por el exterior vemos algunas de las estructuras defensivas más sofisticadas e imponentes, como la gran rampa fortificada de acceso a la puerta Norte, que estuvo en servicio durante el último siglo y medio de existencia del poblado, de 450 a 300 a. e. c., y la propia puerta, con un pasadizo encajonado entre dos torreones defensivos que le ponían ciertamente muy difícil la entrada a cualquier atacante. De hecho, los testimonios arqueológicos hacen pensar que, en sus casi cinco siglos de historia, la fortaleza de Els Vilars, habitada de forma continuada por veinte generaciones de ilergetes y de sus antepasados, no fue nunca tomada por las armas. Su final llegó por otras causas, como ya nos dijo María José, no bien conocidas. Porque cambió el clima, o hubo sequía o inundaciones, o cambiaron las relaciones comerciales. O, sencillamente, porque pasó su hora.

Camino de la salida felicitamos a María José por la labor del Ayuntamiento y de la asociación. Le preguntamos si la gente joven del pueblo es consciente del valor de lo que tienen. Ella hace un gesto de escepticismo y mueve la cabeza con cierta pesadumbre. «A los jóvenes les interesan otras cosas. De Els Vilars nos ocupamos la gente mayor. Pero no dejen de volver, que organizamos actividades muy bonitas, como una noche de jazz hasta con fuegos artificiales. Si les ha gustado la fortaleza durante el día, esperen a verla de noche, toda iluminada. Es una maravilla». 

Nos marchamos prometiéndonos hacerlo: volver a Els Vilars en una de esas noches de concierto. Debe haber pocos lugares tan mágicos para ello como este. El hogar de veinte generaciones de ilergetes que aún guarda grandes secretos, como la necrópolis, que sigue sin ser descubierta. Es lo cautivador de la arqueología: los grandes hallazgos son solo el comienzo. Siempre quedan otros inimaginados por descubrir.















































lunes, 14 de octubre de 2024

La Colección PÉREZ SIMÓN en Centro Centro

 


Es difícil ver un resumen de la historia de la pintura en setenta cuadros mejor que el de la Colección Pérez Simón que se expone estos días en el Centro Centro del Ayuntamiento de Madrid, en plena plaza de Cibeles. Setenta cuadros de setenta maestros distintos, desde Cranach el Viejo o Pieter Brueghel el Joven hasta Picasso, Antonio López y Mikel Barceló, pasando por Pissarro, Monet, Dalí y muchos más. Si alguno me dejó hipnotizado durante largos minutos, fue Las rosas de Heliogábalo, de Lawrence Alma-Tadema, una maravilla prerrafaelita, exuberante y delicada al mismo tiempo.

En conjunto, la muestra nos dejó una sensación de exaltación ante la maravillosa peripecia de la búsqueda humana de la emoción y la belleza. Mi reconocimiento al coleccionista José Antonio Pérez Simón, por poner al alcance del público algo así.

Y la visita ofrece además el extraordinario aliciente del lugar que acoge la exposición, el Palacio de Correos, uno de los de los edificios más hermosos de la ciudad. En su interior, Centro Centro guarda siempre sorpresas interesantes. Si vais, no hay que dejar de pasarse por la Bienal de Arte Contemporáneo de la Fundación ONCE.  Es la mejor demostración de que la aventura del arte no cesa, y que siempre hay nuevos creadores dispuestos a emocionarnos y a hacer que nos formulemos nuevas preguntas. 















































lunes, 30 de septiembre de 2024

LOS ILERCAVONES DE SANT MIQUEL DE VINEBRE (Dibujos Arqueológicos XXXII)

 


El poblado ilercavón de Sant Miquel de Vinebre (Tarragona) remata un empinado otero desde el que se domina el curso del río Ebro justo aguas arriba del Pas de l'Ase (Paso del Asno), una suerte de angostas Termópilas catalanas excavadas en los montes por el curso del río. No causa extrañeza que, en un lugar con dominio visual tan vertiginoso, se instalaran nidos de ametralladoras en nuestra contienda civil. La guarnicion ilercavona fue sometida por los legionarios allá por los tiempos de la otra guerra civil que asoló estas tierras hace algo más de dos milenios, la romana, aunque no sabemos si fueron partidarios de César o Pompeyo los verdugos de los últimos ilercavones libres.



lunes, 16 de septiembre de 2024

LA NECRÓPOLIS VACCEA DE "LAS RUEDAS" EN PINTIA (Tras las huellas de Julio César XXVIII)

 


La parte final y culminante de mi visita a Pintia tuvo como escenario la necrópolis de Las Ruedas, situada a corta distancia de la ciudad vaccea, separada de ella por el arroyo Pajares. Su extremo más próximo a la muralla es conocido por los lugareños como Los Cenizales, por ser aún bien notorios los efectos de haber sido utilizados durante muchas generaciones como ustrinum o lugar de cremación de los difuntos antes del traslado de los restos a las tumbas.

La magnitud arqueológica de Las Ruedas excede la imaginación. Se mantuvo en uso desde el siglo V a. C. hasta el II a. C., más de quinientos años en los que se estima que fueron enterradas más de cien mil personas, en una extensión de unas seis hectáreas. Si se tiene en cuenta que en cada tumba—formada por un hoyo en el suelo señalado con una lancha de piedra caliza en la superficie—se depositó la urna cineraria, junto con elementos metálicos como armas o broches en el caso de los guerreros, y vasijas conteniendo alimentos y bebidas, nos damos cuenta del ingente patrimonio que atesora el paraje. Tristemente, una gran parte de él se ha perdido para siempre. «Esto ha sido el paraíso de los furtivos—se lamenta Carlos cuando iniciamos nuestro paseo por Las Ruedas—; en el pueblo se cuenta que, en los años 60, venían unos holandeses en una autocaravana y se pasaban el verano excavando y llevándose lo que les parecía, a la vista de todos y con total impunidad. Y así durante décadas. En un solo sábado de febrero de 1990 vinieron cuatro coches con detectores y nos hicieron 1012 hoyos».

Por ello, la historia del proyecto Pintia no es solo una epopeya arqueológica, sino una hazaña de protección integral. Año tras año, el equipo sigue adquiriendo fincas para el uso público, denunciando los expolios y las destrucciones, desarrollando actividades cívicas y educativas. El propósito es que Pintia sea un activo único, apreciado y disfrutado por los vecinos y los visitantes, como valor añadido a su trascendencia científica. Es con ese propósito que Carlos y sus colaboradores han creado, como una extensión contemporánea del uso de la necrópolis de Las Ruedas, el cementerio civil Sertorio y el cementerio para mascotas Cierva Blanca[1]. Junto a las estelas vacceas es posible depositar en nuestros días una placa que recuerde, como un cenotafio amparado por el uso funerario ancestral del lugar, a nuestros seres queridos.

Con ayuda de la Diputación y la Universidad de Valladolid, Las Ruedas se ha dotado de un pequeño graderío para actos culturales, un mirador, paneles informativos y la gran escultura de acero corten que sirve de emblema al yacimiento. Alude a las estelas discoides que dieron nombre al lugar y que desaparecieron con el paso de los años. En su lugar se ha utilizado una, seguramente similar, hallada en Clunia, ya en territorio celtibérico.  

El trabajo pendiente, tanto de protección como de investigación, es ingente. Una buena parte de las seis hectáreas que ocupa la necrópolis siguen teniendo uso agrícola. Fue precisamente con la concentración parcelaria de 1984 cuando, en palabras de Carlos, «se mete el arado en lo que hasta entonces era un perdido. Salen a la superficie dos centenares de estelas y se tiran a una escombrera. Las recuperamos en 2003 y las volvimos a poner aquí como pudimos.  Hasta 2008 se han seguido sacando estelas con el arado. Nosotros, claro, hemos presentado denuncias ante todas las instancias». Unas pocas cifras desgranadas por el arqueólogo resumen el potencial, pero también el desafío, de la arqueología en España. «Hay 23.000 yacimientos en Castilla y León. De ellos, solo 189 son BIC arqueológico, de los que seis son ciudades vacceas. Y, entre ellas, Pintia es un caso único.  Asumo el drama de que, para conservar este patrimonio, tenemos que apoyarnos en el turismo. Seamos turismo—concluye Carlos—, ¡pero turismo del bueno!».

En este asombroso lugar, se han excavado hasta ahora 3500 m² (¡de los 60.000 totales con que cuenta!), con un total de 320 tumbas exhumadas; las primeras setenta de ellas dieron lugar a la tesis doctoral del propio Carlos Sanz.  De ahí la pasión con que nos muestra algunas de las más destacadas, como las de tres vacceas—una de ellas una niña de seis años—de la nobleza, con enormes ajuares, el mayor de ellos de 114 piezas. Tras la excavación se plantó un ciprés en el emplazamiento de cada tumba, y desde entonces empezó a crecer el mágico bosquete que hoy acoge al visitante. Al pie de cada árbol hay una placa con un poema. «Son de mi amigo el poeta Aderito Pérez Calvo. Le regalé un ejemplar de mi tesis doctoral y escribió setenta sonetos», explica Carlos con orgullo. No es para menos.

La última parada de la visita nos lleva al mirador. Ante nosotros destaca un gran mosaico que representa al animal en vista cenital que sirve de emblema identificatorio de la cultura vaccea. En un extremo del mismo se alza un columbario rematado por un tejadillo a dos aguas, hecho con tejas romanas. «No olvidemos que esto es una necrópolis, y que de las tumbas se exhumaron restos humanos que merecen todo nuestro respeto. Ese columbario representa nuestra voluntad de hacer de este lugar un memorial de los muertos.  En 2026 traeremos las cenizas que hemos rescatado y nos gusta pensar que aquí podrán celebrarse actos de recuerdo en la festividad cristiana de Todos los Santos y en el Samaín celta».

De regreso al centro, de nuevo en Padilla de Duero, me despido de Carlos y Elvira, antes de que empiecen a explicar a los visitantes el valor científico de las bellas piezas cerámicas que se exhiben en las vitrinas. Me llevo de recuerdo la reproducción de un tintinábulo, una especie de sonajero de función protectora de pura tradición vaccea. Me servirá para tener presente el maravilloso trabajo de los arqueólogos del CEVFW. Ellos representan lo mejor de la desigual batalla que libramos en España, y en tantos otros lugares, por la protección de nuestro patrimonio arqueológico, a menudo poniendo en juego un desproporcionado esfuerzo personal que merece todo nuestro apoyo. Gracias a ellos, tal vez un día sepamos si hace algo más de dos milenios Julio César pasó por Pintia camino de Gallaecia. Sobre todo, gracias a ellos sigue vivo el proyecto de recuperación de una importante porción de nuestro pasado. Está en juego el respeto que le debemos a quien nos precedieron, y a nosotros mismos.


[1] De nuevo aparece en esta historia nuestro viejo conocido, Quinto Sertorio. Dice la leyenda, transmitida por Frontino, que Sertorio solía aparecer ante los guerreros lusitanos acompañado por una cierva blanca, a la que se atribuía un don profético.

[Este post es la continuación y conclusión de PINTIA: UNA CIUDAD VACCEA JUNTO AL DUERO, publicado en este mismo blog].