martes, 14 de enero de 2025

EL TORO IBÉRICO DE PORCUNA (Dibujos arqueológicos XXXIV)

 


El toro de Porcuna es un magnífico ejemplo del llamado periodo orientalizante del arte ibérico. Con sus grandes ojos almendrados y la ornamentación lanceolada en sus cuartos delanteros transmite una impresión exótica y misteriosa. La peripecia de su descubrimiento en los momentos más crudos de nuestra posguerra retrata la terrible incuria de la España de la época. 





martes, 7 de enero de 2025

ITÁLICA EN LA IMAGINACIÓN (Tras las huellas de Julio César XXX)

 


Habiendo visitado la capital hispalense en pos de las huellas de Julio César, hubiera sido un pecado no acercarse al vecino municipio de Santiponce para pasear la mirada por la que fue una de las más espléndidas ciudades de la Hispania romana, y la más prolífica en la producción de grandes personalidades del Imperio. Numerosos senadores, cónsules y dos emperadores, Trajano y Adriano, fueron oriundos de ella. Me refiero, claro está, a Itálica, fundada por Publio Cornelio Escipión el Africano en 206 a. C., tras la victoria sobre los cartagineses comandados por Asdrúbal, Giscón y Magón Barca en la batalla de Ilipa, que puso fin a la presencia militar púnica en la península Ibérica. Según Apiano, dicha fundación sirvió al propósito de establecer en ella a los soldados heridos en la batalla, en su mayoría procedentes de Italia.

Itálica ofrece una visita maravillosa. Es verdad que una gran parte de la ciudad, la más antigua, está vedada a la curiosidad contemporánea, porque se encuentra bajo el pueblo de Santiponce, establecido sobre las ruinas romanas en 1603. Lo que ha salido a la luz es la ampliación llevada a cabo por Adriano en la primera mitad del siglo II para glorificar la figura de su tío Trajano, quien lo adoptó y designó heredero al frente del Imperio. No es el momento para detenerme más en ello, pero no dejaré de llamar la atención del lector sobre el hecho extraordinario de que dos emperadores nacidos en Itálica, una ciudad de la Hispania Ulterior situada a 2350 kilómetros de Roma, gobernarán el Imperio Romano en la que es considerada su etapa de máximo esplendor, entre el 98 y el 138 de nuestra era.

El centro de la ampliación adrianea fue, precisamente, el Traianeum, un espectacular espacio público y de culto al emperador Trajano, culminado por un gran templo que estaba presidido por una gigantesca estatua suya. Por desgracia, no queda casi ni rastro del recinto: los materiales con que fue ejecutado eran de tal calidad que durante siglos sirvieron de cantera a los sevillanos.  Probablemente los últimos vestigios sean, como dijimos, las columnas monumentales de la Alameda de Hércules y la calle Mármoles.

Por fortuna, hay otros vestigios mucho mejor conservados. A pocos pasos antes de la entrada al recinto está el que fuera uno de los mayores anfiteatros del imperio, con capacidad para 25.000 espectadores. Sus estructuras son espectaculares, a pesar de haber sido dinamitado a principios del siglo XX, para facilitar la extracción de materiales de construcción, y es fácil imaginar los juegos gladiatorios que durante siglos se celebraron en su arena.

Un poco más adelante se llega a la puerta de la muralla que da acceso a la avenida principal del barrio adrianeo, una calle pavimentada con losas, de dieciséis metros de ancho, flanqueada por viejos cipreses. Caminando por ella, a ambos lados se suceden espacios cívicos como el edificio de la Exedra, tabernae y grandes viviendas de familias adineradas, que son conocidas por los mosaicos más distintivos hallados en ellas.  A pesar de la prolongada rapiña sufrida, los hay aún maravillosos, como el de los Pájaros o el del Planetario, con la representación mitológica de los siete días de la semana.

Ascendiendo por la colina se va ganando dominio visual sobre una amable campiña circundante que resplandece bajo el sol esmaltado del otoño. En el punto más alto, junto al Traianeum, me detengo e intento imaginar cómo fue el lugar hace diecinueve siglos: una ciudad vibrante de vida, con una superficie de cincuenta y dos hectáreas intramuros y el cauce del río Betis pasando a sus pies, proporcionando una vía navegable por la que en quince días se alcanzaba Roma.  Cuna de nobles y de plebeyos, de emperadores y esclavos, cruce de pueblos y caminos. Pero los ríos son como seres vivos, y un día el azar de la corriente quiso que se colmatara este cauce y el Betis se desplazará más al norte, e Itálica inició una decadencia que acabaría enterrándola por completo. La arqueología tiene la virtud de no solo sacar a la luz testimonios del pasado, sino de administrar también grandes lecciones de humildad.
















 

























jueves, 26 de diciembre de 2024

UNA MEDUSA EN TIERRA ILERDENSE (Dibujos arqueológicos XXXIII)

 


El grado de sofisticación que alcanzó el arte romano en las villas rurales no deja de asombrarme. Valga como ejemplo este surtidor de fuente hallado en la Villa del Romeral, cerca de Albesa, en Lérida. Está esculpido con la imagen de una medusa que, siglos después, sigue helando con la mirada a quien la contempla. Durante el rato que pase dibujándola me embargó la sensación inquietante de que las pupilas de piedra seguían fijas en mí. Una sensación de la que aún no me he desprendido del todo.




lunes, 9 de diciembre de 2024

DESPIERTA CUERVO, de Ismael Manzanares Rodríguez, en El Periscopio


Pues eso, que el próximo viernes 13 de diciembre, a las 19:30 horas, presentaremos en El Periscopio de Ediciones Evohé la novela "Despierta cuervo", de Ismael Manzanares Rodríguez. ¡Os esperamos!

La humanidad ha desaparecido. En su lugar, los seres vivos han evolucionado hasta adquirir consciencia y se agrupan en tres comunidades antagónicas: la Bandada, la Nube Plateada y la Manada.

Tres animales, embajadores de sus respectivas culturas, emprenden un peregrinaje en aras del progreso de la incipiente civilización. El objetivo es el misterioso santuario donde los humanos abandonaron un legado de secretos inimaginables, que puede decantar de manera decisiva el equilibrio de poder en esta nueva Tierra. Para salir airosos de este desafío, las claves serán la empatía, la consciencia y la amistad. Y la recompensa será la verdadera historia del hombre.


 

jueves, 28 de noviembre de 2024

JULIO CÉSAR Y HÉRCULES EN EL CIELO DE SEVILLA (Tras las huellas de Julio César XXIX)

 


Para buscar en Sevilla las huellas de Julio Cesar, más que mirar al suelo, el viajero curioso debe elevar la mirada hacia lo alto. En concreto, hacia el extremo superior de una de las dos espectaculares columnas romanas que se encuentran en ese extraordinario parque llamado la Alameda de Hércules. Allí arriba, sobre sendos pedestales apoyados en gigantescos y abigarrados capiteles, se yerguen sobre la ciudad dos estatuas que giran el cuello para mirarse de hito en hito. Una de ellas representa a Hércules, la otra a Julio César; el fundador mítico de la ciudad y el que, según la tradición establecida por San Isidoro, la bautizó como colonia Iulia Rómula Híspalis, calificándola así de «pequeña Roma» y añadiéndole el nombre de su propia familia. 

Hay quien, como el historiador Antonio Caballos Rufino, lo rechaza. Caballos atribuye al procónsul Gallo Asinio Polión la concesión del título de colonia a la ciudad.  La conclusión, según destacaba el titular del ABC que daba cuenta de los descubrimientos del historiador el 23 de octubre de 2016, era demoledora: «Sevilla no tiene ningún referente para sentirse vinculada sentimentalmente a Julio Cesar». Ahí queda eso. Siempre aparece algún iconoclasta para quitarle la ilusión a la gente.

Si he llamado extraordinario a este animado parque sevillano es porque fue creado en 1574 y tiene a gala ser el más antiguo jardín público de Europa. Las columnas fueron llevadas allí en aquel entonces, procedentes de la cercana ruina de un antiguo templo de Hércules; tres columnas más pueden verse en el que fue su emplazamiento original, en la calle Mármoles (¡sabia toponimia!). Este templo, a su vez, probablemente las recibió cuando se abandonó el legendario santuario dedicado a Trajano en Itálica, el Traianeum.  Las estatuas aéreas de Hércules y César son obra de Diego de Pesquera, y representan ni más ni menos que a Carlos I en el papel de Hércules y a su hijo Felipe II en el de César, tal y como explican los grandes pedestales grabados de las columnas, dando sentido a los escudos, con los símbolos de la monarquía hispánica, que soportan nuestros colosos. Qué asombroso palimpsesto es la historia, y qué aliento de largo alcance imprimió el mundo clásico en los pueblos que tuvimos la fortuna de formar parte de él.

Una versión incluso más antigua de las estatuas de Hércules y César puede verse en la fachada plateresca del ayuntamiento sevillano, construido con motivo de la boda en la ciudad en 1526 de Carlos I con Isabel de Portugal, .  Las estatuas, situadas a ambos lados del «arquillo» que comunicaba con el convento franciscano, miran en esta ocasión en direcciones divergentes, pero muestran igualmente la vigencia del mito fundacional de Sevilla como hija de Julio César y nieta de Hércules.

Si el viajero quiere sacudirse momentáneamente de encima el peso de la historia y volver a poner los pies en la tierra, puede entretenerse recorriendo, por las calles de Sevilla de hoy, la traza de la antigua Híspalis de hace dos milenios. Puede imaginar que holla el antiguo cardo maximus caminando desde la iglesia de Santa Catalina hacia la calle Abades, y el decumanus maximus, desde la calle Águilas hasta la plaza del Salvador.  Tal vez no encuentre en el pavimento las huellas de Julio César, pero disfrutará del esplendor urbano de una ciudad incomparable.






























domingo, 3 de noviembre de 2024

Una conversación con David Zurdo sobre ANÍBAL BARCA en RNE 5

 


El pasado sábado 26 de octubre se emitió en RNE 5 mi conversación con David Zurdo en ese espacio radiofónico extraordinario dedicado a la historia y la literatura que es "El pasado ya no es lo que era". El tema del día era Aníbal Barca, al hilo de mi libro "Tras las huellas de Aníbal", con una atención especial en el tiempo que Aníbal pasó en la Península Ibérica. Lo disfruté mucho, especialmente por la forma que tiene David de facilitar una aproximación amena a la historia, con referencias cinematográficas incluidas. A la espera de la segunda parte, que tomara el asedio de Sagunto como punto de partida, aquí os dejo el podcast del programa. 

Podcast






martes, 22 de octubre de 2024

LOS ILERGETES DE ELS VILARS D'ARBECA

 


El más espectacular de los yacimientos arqueológicos ilergetes es Els Vilars d’Arbeca, en la provincia de Lérida, situado a cuatro kilómetros de la villa que da nombre a las célebres olivas arbequinas. Tuvimos ocasión de visitarlo el pasado mes de agosto. Habíamos reservado en la página web del Ayuntamiento de Arbeca una visita guiada y a las diez en punto de la mañana nos reunimos en el pequeño centro de recepción de visitantes con María José, nuestra guía, miembro de la Associació d’Amics de Vilars. Quede declarado de entrada nuestro agradecimiento a María José y a su asociación, un ejemplo más de cómo el esfuerzo de poner en valor el patrimonio arqueológico corre a menuda de cuenta no de grandes instituciones nacionales o autonómicas, sino de pequeños ayuntamientos e iniciativas cívicas de personas enamoradas de su tierra y del patrimonio de todos.

María José hizo uso de los paneles informativos situados a la entrada del yacimiento para ponernos en contexto. Els Vilars fue fundado en la primera Edad del Hierro, a finales del siglo VIII a. e. c., en una llanura de la comarca de Les Garrigues. Desde el inicio mostró los rasgos característicos de la que sería su estructura a lo largo de los siglos: una muralla de siete u ocho metros de altura y seis de anchura reforzada en su perímetro por una docena de torres de piedra que le daban al conjunto la impronta de una fortaleza inexpugnable. En el interior, con sus paredes traseras constituidas por la propia muralla, y muros medianeros de separación, las aproximadamente cuarenta viviendas del poblado formaban un anillo concéntrico muy compacto que dejaba en su interior un segundo anillo, más pequeño, de hornos y talleres, y en el centro, un ancho pozo forrado de piedra con un espacio abierto junto a él.

—En realidad—explica María José—los pobladores estuvieron siempre en obras, arreglando y construyendo, durante los 450 años que estuvo habitado Els Vilars. Digamos que siempre tenían a los albañiles en casa. Los arqueólogos identifican cinco niveles en los que fueron abriéndose o cerrándose puertas en la muralla o haciéndose cambios en los sistemas defensivos, pero el lugar mantuvo su carácter de fortaleza construida para defender el territorio y el agua.

Echamos a andar rodeando la espectacular estructura y nuestra guía nos va señalando sus rasgos más destacados.

—¿Veis esa banda de piedras hincadas a los pies de la muralla? Se llama «campo frisón» y servía para dificultar la aproximación a los atacantes. Cuando se fundó el poblado era mucho más ancho, pero cien años más tarde se sustituyó casi todo por un foso inundable. No es que lo inundaran ellos, es que les llegó la primera DANA en condiciones, como se diría hoy. Nosotros le llamamos «rubinada» en catalán. Mi abuelo tenía un campo por estas tierras y decía que aquí, cada cien años, todo lo inunda la rubinada.

María José se explaya en las estructuras hidráulicas del poblado—se ve que aquí la gestión del agua es cosa seria—hasta que llegamos a la puerta Este, por la que entramos al interior del recinto. En esta zona la escasez de espacio hizo que llegaran a construirse casas de dos pisos, y un pequeño mirador ofrece hoy una vista panorámica de todo el yacimiento. Es impresionante. He visto pocos asentamientos ibéricos tan perfectamente conservados como este. Lo comento con nuestra guía.

—Está así de bien porque se abandonó progresivamente de forma voluntaria, no sabemos por qué. Los romanos se lo encontraron ya en ruinas y lo utilizaron como cantera de piedra para sus villas, hasta que acabó desapareciendo por completo. Pasaron muchos siglos hasta que, en los años setenta, se metió maquinaria para rebajar el terreno y empezaron a aparecer piedras y restos de cerámica. Uno de los chavales del pueblo, que hizo estudios de arqueología, le llevó a su profesor en Tarragona algunas piezas en una caja de zapatos.  

El profesor era Emili Junyent, catedrático de Prehistoria de la Universitat de Lleida, quien inmediatamente se dio cuenta del valor del hallazgo. En 1985 comenzaron las excavaciones que habrían de terminar sacando la totalidad del poblado-fortaleza a la luz.

Visitamos después algunas de las construcciones más interesantes del interior, siguiendo una ruta perfectamente señalizada con carteles. Vemos la casa bajo cuyo suelo aparecieron enterrados tres bebés nonatos perfectamente alineados. También la que llaman la Casa del Jefe, que contaba con dos fetos de caballo en su subsuelo, y un santuario con un hogar-altar con forma de piel de bóvido, bajo cuyo pavimento se hallaron catorce de esos fetos. Todo hace pensar que fue precisamente la cría de caballos lo que hizo del clan que habitó Els Vilars una comunidad especialmente prestigiosa y poderosa. Lo más impactante es el pozo, en el centro del poblado, que recuerda a los de las motillas manchegas.  Permitía acceder a la corriente de un arroyo subterráneo que atravesaba el asentamiento de lado a lado. Antes del abandono de Els Vilars fue quedando en desuso, rellenándose de materiales de desecho que han aportado una valiosa información arqueológica. Más allá se ve el trazado de una alcantarilla recorriendo las calles empedradas.

Le preguntamos a María José por el número de habitantes que debió tener el poblado y nos responde que unos ciento ochenta. «Aunque posiblemente hubiera más que vivieran en el exterior, en granjas o pequeñas cabañas parecidas a las que existen aún hoy en día. También el ganado debía guardarse en el exterior, y todos se refugiaban aquí dentro en caso de ataque».

Acabando de circunvalar la fortaleza por el exterior vemos algunas de las estructuras defensivas más sofisticadas e imponentes, como la gran rampa fortificada de acceso a la puerta Norte, que estuvo en servicio durante el último siglo y medio de existencia del poblado, de 450 a 300 a. e. c., y la propia puerta, con un pasadizo encajonado entre dos torreones defensivos que le ponían ciertamente muy difícil la entrada a cualquier atacante. De hecho, los testimonios arqueológicos hacen pensar que, en sus casi cinco siglos de historia, la fortaleza de Els Vilars, habitada de forma continuada por veinte generaciones de ilergetes y de sus antepasados, no fue nunca tomada por las armas. Su final llegó por otras causas, como ya nos dijo María José, no bien conocidas. Porque cambió el clima, o hubo sequía o inundaciones, o cambiaron las relaciones comerciales. O, sencillamente, porque pasó su hora.

Camino de la salida felicitamos a María José por la labor del Ayuntamiento y de la asociación. Le preguntamos si la gente joven del pueblo es consciente del valor de lo que tienen. Ella hace un gesto de escepticismo y mueve la cabeza con cierta pesadumbre. «A los jóvenes les interesan otras cosas. De Els Vilars nos ocupamos la gente mayor. Pero no dejen de volver, que organizamos actividades muy bonitas, como una noche de jazz hasta con fuegos artificiales. Si les ha gustado la fortaleza durante el día, esperen a verla de noche, toda iluminada. Es una maravilla». 

Nos marchamos prometiéndonos hacerlo: volver a Els Vilars en una de esas noches de concierto. Debe haber pocos lugares tan mágicos para ello como este. El hogar de veinte generaciones de ilergetes que aún guarda grandes secretos, como la necrópolis, que sigue sin ser descubierta. Es lo cautivador de la arqueología: los grandes hallazgos son solo el comienzo. Siempre quedan otros inimaginados por descubrir.