«Distancia
sin medida» es el título de la exposición de Manolo Quejido en ese bellísimo
espacio que es el palacio de Velázquez del Retiro, vinculado al Reina Sofía. Puede
visitarse hasta el 16 de mayo. Merece mucho la pena.
Me
ha resultado impactante la extraordinaria diversidad de registros del artista,
como si cada sala perteneciera a uno diferente. Desde los lienzos inflamados
por la violencia primordial del color, expresión pura y diáfana de la luz, hasta
el cuaderno «Sangre» como una ventana a la textura del tiempo de observación de
Quejido y de su intimidad con la tinta y el papel. Desde enormes lienzos de
geometría acrílica a un «tridelirium» de pequeñas cartulinas saturadas de
filigranas de tinta china.
Entiendo
que el punto de encuentro es la esencial emoción que agita al artista. ¿Pero es
esa emoción distinta cada día? ¿Somos personas distintas cada día? ¿Somos a lo
largo de la vida personas diferentes alojadas en una misma memoria? ¿Qué es lo
que hace que, a pesar de la incesante transformación, sigamos siendo nosotros
mismos?
Quizá
consciente de este abanico de preguntas y alternativas que le suscita su obra
al espectador, Quejido incluye textos en sus pinturas para servirnos de brújula,
de rótulos señalando la dirección en un territorio desconocido. «BLA-BLA-BLA». «Al
pintar ponerle fin, la pintura tiene un final sin fin».
Al
final no sé bien a qué carta quedarme. El conjunto produce una impresión de
compulsión, de mirada incapaz de quedar en reposo. Tal vez el anhelo que arde
en todas las obras que nos ofrece Manolo Quejido no sea otro que el de su más
íntima e infatigable libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario