Encuentro un placer especial en escribir aquí, rodeado del eco de todas las palabras que se han pronunciado entre estas paredes, viendo pasar la tarde en la Castellana a través de los ventanales. La literatura es algo tan enigmático que basta cualquier complicidad para hacerla caminar con más aliento. Me gusta esta compañía en estado fluido, de gente que entra y sale, descubriendo que el Gijón es como Madrid: basta traspasar su umbral para adquirir pleno derecho de ciudadanía. Se me pasa el tiempo sin darme cuenta con estos últimos avatares de la segunda novela de Gerión y Anglea, hasta que Ángela viene a buscarme para ir juntos al Thyssen, a la exposición de Hopper. Saldremos y el calor seguirá siendo abrumador; no habremos llegado todavía a Cibeles cuando ya el Gijón nos parecerá un oasis imposible. Sin duda lo es.
Café Gijón
22 de agosto de 2012
Bonita entrada y bonita foto, Arturo. Si no recuerdo mal, la última vez que comí yo en el Gijón lo hice contigo.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Manu. Es cierto, a ver si repetimos.
ResponderEliminarUn abrazo.
qué casualidad que, en este día, de los que ya empiezan a oler a otoño y en los que la luz tardía nos promete la belleza perdurable del cambio de color de árboles y pieles, haya quedado yo con el gran escritor Rafael Soler, para vernos en el Gijón y reordenar el mundo de las cosas que importan, y que nunca están en las portadas de los periódicos ni en los sumarios de los telediarios...
ResponderEliminarEntrada magnífica que, en pocas palabras,expone tantas cosas sobre Café Gijón y la ciudad de Madrid. Enhorabuena!
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