martes, 30 de agosto de 2011

El sueño de piedra de los toros de Guisando



Los toros de Guisando pacen en silencio su sueño de piedra. Aquí han estado los cuatro, como un rebaño impasible y mineral, durante dos milenios, escuchando el rumor del arroyo Tórtolas a sus espaldas. Federico García Lorca dijo de ellos que están "hartos de pisar la tierra", pero yo no lo creo. Están en un hermoso lugar para observar el paso de los siglos y los acontecimientos de los hombres mientras el granito de que están hechos se deshace poco a poco.


Vieron cómo los vettones, el pueblo de pastores que los había creado para invocar la protección de los dioses para sus pastos, era exterminado por los romanos. Y cómo uno de ellos, Longino, los agrupó para servir de monumento en honor de su padre, Prisco; uno de los toros lleva en su lomo la inscripción que lo atestigua. Vieron cómo tras los romanos venían los visigodos, y los árabes, y de nuevo los cristianos. Quiso el azar que fueran testigos directos de uno de los más trascendentales acontecimientos en el nacimiento de la España moderna. El 19 de septiembre de 1468, el rey Enrique IV de Castilla reconoció en este lugar a su hermanastra Isabel como princesa de Asturias y heredera del trono, en detrimento de su propia hija Juana. A cambio, Isabel ponía término a la revuelta nobiliaria que buscaba hacer abdicar a Enrique y deponer a su valido, Beltrán de la Cueva. El Tratado de los Toros de Guisando es el primer acto de un drama que terminaría por poner a los Reyes Católicos a las riendas de España y su tiempo.


Observando la placa conmemorativa del tratado, erosionada y cubierta de líquen, pienso que la Historia es como la piedra: va quedando gastada y roma con el paso del tiempo, va perdiendo la claridad y la precisión de los contornos, va deshaciéndose, disolviéndose, olvidándose.


Pero aún es pronto. Aún los toros de Guisando muestran el genio de los vettones que los tallaron. Aún transmiten la fuerza y la paciencia de quien está hecho para conversar con los dioses y el viento, para convivir con el aire, el agua, el sol y la nieve. Aún reciben con amabilidad somnolienta a quien acude a visitarlos. Están a tan sólo una hora de Madrid... pero en otro mundo.







sábado, 20 de agosto de 2011

Los mosaicos romanos de Samuel (Parque Arqueológico de Carranque)


Hay que madrugar en estos días de canícula para estar en Carranque a las 10 en punto, cuando abre el Parque Arqueológico. A esa hora aún se disfruta del ambiente fresco y aéreo de las mañanas de verano en Castilla. El río Guadarrama fluye entre una galería de chopos y mimbreras, y conserva todavía un recuerdo de los robles y el granito de la sierra.


Cruzamos el río por un espectacular puente colgante, propio de aquellos tiempos en que los españoles atábamos los perros con longanizas, y llegamos al centro de interpretación. Allí conocemos la historia de Materno Cinegio, tío de Teodosio I El Grande, quien a finales del siglo IV decidió hacer toda una exhibición de poderío construyendo un complejo de edificios en este remoto rincón del Imperio, no muy lejos del lugar de nacimiento del propio Teodosio (Cauca, actualmente Coca, en Segovia).


Salimos a conocer el parque en un grupo dirigido por una amable y competente guía, vecina del pueblo de Carranque. Visitamos primero los vestigios de un monumental palatium, del que quedan poco más que dos columnas y un muro en pie, y un surtido de sepulturas de varios siglos en el suelo de las naves. Las dimensiones son impresionantes. Al comienzo de la Guerra Civil aún quedaban restos de consideración, pero fueron dinamitados para proporcionar material de cantera a los pueblos de alrededor. Al parecer, los elementos romanos deben ser moneda común en las casas de Carranque.


Marchamos después al plato fuerte de la visita: los mosaicos de la casa de Materno. Fueron descubiertos por casualidad el 23 de julio de 1983 por Samuel López Iglesias, un agricultor que araba en el paraje conocido como las Suertes de Abajo. Samuel comprendió de inmediato la importancia de lo que había encontrado, y dio la noticia. Poco a poco salieron a la luz los mosaicos casi intactos de una gran villa imperial romana. Allí están ahora, desplegados en todo su esplendor, protegidos por una mastodóntica estructura metálica. Nunca, ni siquiera en Pompeya o Herculano, había visto nada igual. La escena, por ejemplo, de la muerte de Adonis, es maravillosa. Y el sorprendente rostro de Neptuno, con barbas marinas y antenas y pinzas de cangrejo a modo de cuernecillos. Una joya arqueológica a tan solo 45 kilómetros de Madrid.


Camino ya de la salida pasamos por los restos del mausoleo de Materno. El hombre murió en Constantinopla y sus restos fueron traídos en andas hasta Carranque a lo largo de todo un año. No cabe duda de que se había ganado el derecho de ser enterrado en este suelo que, pasado el mediodía, comienza a ser abrasado por el sol castellano.


Nos marchamos de vuelta hacia Madrid haciendo votos porque este tiempo de recortes presupuestarios en Castilla - La Mancha no elija al patrimonio arqueológico como víctima propiciatoria. Que tomen ejemplo de Samuel López Iglesias.