sábado, 26 de marzo de 2011

¿La Atlántida en Doñana?


Con qué placer, Sócrates, llego al término de mi discurso. Me parece, al fin, respirar tras una larga jornada. Que el dios que nació un día, en tiempos remotos, y al que hemos vuelto a hacer nacer ahora de nuevo mediante nuestras palabras, no nos abandone y conserve cuantas verdades hayamos podido decir.

Con estas palabras de Timaios comienza uno de los más extraños y sorprendentes diálogos de Platón. En él relata, haciéndose eco de las enseñanzas de antiguos sacerdotes egipcios, el origen, el esplendor y la caída de la Atlántida, una "isla más grande que la Libia y el Asia reunidas, [...] sumergida hoy en las aguas a causa de temblores de tierra". El diálogo contiene una descripción extraordinariamente precisa de la situación de la isla y de la configuración de su capital; es de enorme interés. Si no lo habéis hecho ya, os recomiendo su lectura.

El caso es que recientemente leí en el diario ABC una noticia que hacía referencia a un documental de National Geographic en el que un grupo de investigadores asegura que los restos de la capital de la Atlántida debe encontrarse bajo las marismas de Doñana. Será muy interesante oir opiniones expertas sobre esta teoría, ciertamente sugerente. De momento, por si queréis profundizar en la notica, os adjunto el enlace, y reproduzco algunas imágenes del reportaje que nos muestran una ciudad, de aspecto improbablemente griego, pero muy atractivo.

http://www.abc.es/20110314/ciencia/abci-national-geographic-situa-atlantida-201103141731.html




viernes, 11 de marzo de 2011

Geometría y muerte en el cementerio de Arlington


Saliendo de Washington D. C., camino del aeropuerto de Dulles, decidimos hacer un alto para visitar el Cementerio Nacional de Arlington, en la ribera del río Potomac situada en el estado de Virginia. Hace una tarde insólitamente templada para el mes de febrero, y agradecemos la oportunidad de dar un paseo antes de encerrarnos en un avión para cruzar el Atlántico. Comenzamos a ascender por los senderos que serpentean por la ladera de la colina, a la sombra de árboles centenarios.

Pronto nos vemos rodeados por un océano de lápidas blancas, dispuestas en hileras perfectamente rectilíneas, con ese aire implacable que comparten la geometría y la muerte. Se me ocurre que si el silencio pudiese expresarse con una imagen sería esta: un ejército de piedras inmóviles proyectando sus sombras sobre la hierba.

Leo en el folleto que hemos recogido en el centro de visitantes algunos datos: el cementerio ocupa una superficie de 624 acres y alberga los restos de más de 320.000 personas, principalmente militares que han tomado parte en todos los conflictos armados que ha vivido el país desde su Guerra Civil. También están enterrados en él jueces, astronautas, médicos o deportistas que han prestado servicios excepcionales al país.

Miro a mi alrededor, intentando comprender lo que significan las 320.000 lápidas que ocupan todo mi campo visual. Se trata tan sólo de la punta del iceberg; representan una mínima fracción de los muertos en carnicerías tan colosales que superan nuestra imaginación: las dos Guerras Mundiales, Vietnam, Corea. Están incluso los caídos en lo que ellos llaman la Spanish War de 1898. Me acerco y leo el texto grabado en una lápida: William G. Windrich; Medal of Honor; US Marine Corps; Korea; May 14 1921 - Dec 2 1950. Voy a la siguiente: Leopoldo La Fortaleza; US Navy; World War II; Apr 9 1908 - Jun 11 1945. Trato de tomar conciencia de que cada una de ellas es una historia: 320.000 historias en las que seguramente se dan cita el valor y la desesperación, la dignidad y la locura, en guerras provocadas por causas de muy distinto aliento moral. Imagino a William Windrich en el oscuro invierno de 1950, preguntándose tal vez por qué estaba a punto de morir tan lejos de casa; y a Leopoldo La Fortaleza, pagando con su vida aquella espantosa lucha contra el totalitarismo. Mi mirada salta de un nombre a otro, de una fecha a otra, hasta que decido poner fin a mi curiosidad y volver al sendero para que el paseo no se me haga demasiado abrumador.

Saliendo a la autopista pasamos junto el memorial del cuerpo de Marines, con la famosa estatua representando a un grupo de soldados izando la bandera de las barras y estrellas en el monte Suribachi de Iwo Jima. En la isla de Iwo Jima, en 34 días de batalla murieron 4.197 soldados estadounidenses y 20.703 japoneses. Qué espanto.

De vuelta a España, la imagen de los marines en Iwo Jima me aparece en el recuerdo superpuesta a la del océano de lápidas en el cementerio de Arlington.