Qué museo tan extraordinario es el MARQ, el Museo Arqueológico de Alicante; no solo conserva y exhibe sus joyas del pasado, sino que explica
ejemplarmente la ciencia y la práctica arqueológicas en sus distintos
escenarios, mostrando en sucesivas salas cómo se excava en una cueva, en una
iglesia y en el mar. El MARQ es un museo sobre los antiguos, pero también sobre
los arqueólogos. Además, de tanto en cuanto nos regala exposiciones temporales tan magníficas como la de Etruscos, el amanecer de Roma, que todavía puede visitarse y que ya fue objeto de atención en este blog.
En cuanto a la colección permanente, la
sala romana recrea con un rico legado material la forma de vida en Lucentum y recuerda
la influencia púnica en la ciudad. Pero debo reconocer que es la sala íbera la
que me sedujo de un modo especial. En ella se muestra el modo en que, en estas
tierras contestanas que hoy llamamos Alicante, la civilización íbera tuvo una
de sus expresiones más características. La larga sala está presidida por el
busto, laboriosamente reconstruido, de la Dama de Cabezo Lucero, hallada en
Guardamar de Segura. Me inspira la misma fascinación que otras de las llamadas
damas ibéricas, con ese hieratismo sereno y remoto característico, como si
hubieran sido congeladas en piedra en el momento decisivo de su introspección. En
la megafonía una voz susurra palabras íberas. Sabemos cómo se pronunciaban,
pero no lo que quieren decir. Escucharlo me produce una mezcla de anhelo y
frustración. Creo que, si supiera comprender sus textos, reconocería en ellos,
mejor que con cualquier vestigio material, a los hombres y mujeres que fueron
los íberos.
En
una vitrina destaca un barquito de terracota probablemente con carácter votivo; la cartela señala que se halló en el Tossalet de les Basses, el Cerro
de las Balsas, y que representa a una birreme púnica. Me doy cuenta de que esta
es también una universal forma de lenguaje. Ganar el favor de los dioses para
hacer frente a los peligros de la navegación hermana a los marinos de todas las
épocas.
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