Aníbal
Barca ocupó un lugar tan destacado en el recuerdo colectivo de los romanos que
los Papas, cuando eligieron la decoración de los palacios capitolinos,
decidieron dedicarle toda una sala. En ella Iacomo Ripanda, alrededor del año
1610, pintó cuatro grandes frescos con el tema común de las Guerras Púnicas. Se
representa la victoria romana en Sicilia y el tratado de paz entre Lutacio
Catulo y Amílcar Barca, pero nada impacta tanto como la imagen de Aníbal
dirigiendo su ejército por las campiñas itálicas.
A pesar de que Aníbal
representaba el ideal helenístico no menos que los propios romanos, Ripanda nos
lo muestra como un sultán otomano, opulento e indolente, tocado con un gran
turbante, a lomos de un elefante con orejas que más parecen las alas de un
murciélago. Su ejército temible de libios e íberos toma aquí el aspecto de una
hueste musulmana. Lo más curioso es que Aníbal representa sin duda ni matices
al vencedor. Como si la perspectiva romántica de la Historia le hubiera
concedido el triunfo definitivo al que se ganó el derecho en Cannas pero que
por algún motivo ignoto dejó escapar.
Una maravilla. No la conocía. Muchas gracias por tu estupenda publicación.
ResponderEliminarMuchas gracias,Íñigo, y un fuerte abrazo.
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