jueves, 28 de diciembre de 2023
EL JABALÍ VETÓN DE SEGOVIA (Dibujos Arqueológicos XXVIII)
martes, 26 de diciembre de 2023
LA PARTE AZUL DEL FUEGO, de Paloma Larrosa
El pasado sábado 23, en vísperas de Nochebuena,
tuvimos el placer de presentar «La parte azul del fuego», de Paloma Larrosa, en
ese delicioso espacio literario que es el café María Pandora. El poemario de
Paloma ha resultado ganador de la segunda edición del «Premio internacional Elvira
Daudet para poetas jóvenes», creado por Ediciones Evohe para conservar y celebrar
el recuerdo y el legado de Elvira, una mujer y poeta inmensa que nos dejó una
huella indeleble a quienes tuvimos la fortuna de conocerla.
Muchos amigos nos acompañaron en la
presentación, entre ellos los hijos de Elvira, Isla y Río, aunque sentimos
tanto como él mismo que no pudiera hacerlo presencialmente Jaime Alejandre, principal
creador del premio, lejos de España en estas fechas.
La presentación de Paloma corrió a cargo de
Jesús Urceloi, poeta y maestro de poetas, mentor de nuestra premiada. Contamos
también con la participación de Pilar García Orgaz, prologuista del libro, que nos
invitó a disfrutar del poemario leyendo algunas palabras de su prólogo: «[…] Leed
a Paloma, soplad las cenizas y pedid un deseo. Dancemos con ella en los lugares
donde nacen los nombres de la lluvia. Si nos dejamos llevar por el ritmo de sus
poemas, hasta podríamos oír jazz en
la parte azul del fuego».
Haced caso a Pilar, a Jesús
y al jurado del premio. Leed a Paloma. Estamos seguros de que os va a parecer,
como a nosotros, un espléndido estreno poético.
martes, 19 de diciembre de 2023
EL CASTRO ÁRTABRO DE ELVIÑA (Tras las huellas de Julio César XVII)
Además del Museo Arqueológico e Histórico de A Coruña, de nuevo con Ana Martínez Arenaz y Marco
Antonio Rivas pude conocer, en una visita breve pero impagable, el castro de Elviña. Elviña es una auténtica joya, todavía
insuficientemente excavada y puesta en valor, aunque en los últimos años el
Ayuntamiento de A Coruña está haciendo un encomiable esfuerzo con
espectaculares resultados.
En conjunto, Elviña cuenta
con tres recintos amurallados que se extienden por ocho hectáreas de extensión,
con un imponente dominio visual sobre la ciudad de A Coruña, y más allá, el
Océano Atlántico. En la línea de horizonte se recorta el que constituye el
símbolo por antonomasia y uno de los mayores tesoros arqueológicos de Coruña:
la torre de Hércules, fuente de mitos célticos y romanos.
Al acercarnos vemos aparecer,
destacando en lo alto, los imponentes lienzos de muralla del castro, abrazando
el cerro con una «croa» (corona), que confiere al lugar el aspecto de una
acrópolis de los ártabros, el pueblo que construyó el oppidum a caballo entre los siglos IV y III a. C. Les comento
a mis acompañantes que voy siguiendo las huellas de Julio Cesar a lo largo y
ancho de Hispania.
—Pues
has venido al lugar correcto—responde sonriendo Marco Antonio—. El poblamiento
de toda esta zona cambió mucho como consecuencia de la expedición de expolio de
Cesar. Igual que el asentamiento descubierto bajo Príncipe 17, también el castro
sufrió un hiato de despoblación a mediados del siglo I a. C. Elviña fue
abandonado y amortizado, seguramente por los propios ocupantes, para evitar su
destrucción a manos de los romanos. Tardaría en ser habitado de nuevo, ya con
la ciudad romana construida en la bahía.
—Hay
cierta controversia sobre si la Brigantium original estuvo aquí o en Betanzos—comento.
—Aquí,
por supuesto, en Coruña—dicen ambos al unísono, con el mismo tono
bienhumorado—; los últimos hallazgos, como los de Príncipe 17, parecen
confirmarlo. Aunque más bien—continúa Ana—parece que Brigantium era una zona
más extensa con distintos núcleos habitados desde Coruña hasta la ría de
Betanzos.
Caminamos hasta la puerta de
acceso al recinto de la «croa», flanqueada por dos
torreones semicirculares que se proyectan desde una muralla muy bien conservada,
con tramos de más de dos metros de altura. En su interior se suceden viviendas
y edificios más amplios, seguramente de uso público. Marco Antonio me muestra cómo
las viviendas se configuraban alrededor del hogar, creando espacios de luz y
sombra, con las puertas exteriores situadas de tal modo que permitían contacto
visual entre los miembros del mismo grupo familia. «El urbanismo era muy
avanzado—explica—, con calles bien trazadas, e incluso desagües y
canalizaciones de agua. Mira, todavía hay áreas con pavimento original».
Caminamos atravesando la «croa»
hasta que alcanzamos la otra puerta de acceso al recinto superior, igualmente
monumental que la anterior. Aquí Ana toma el relevo de la explicación,
mostrando un gran edificio situado justo en el interior de la entrada. En uno
de sus muros hay integrado un molino de mano. Vemos también un hueco para
encastrar un ara.
—Parece
ser un edificio de culto—explica Ana—con distintos espacios, entre los que
destaca, al fondo, la sala de los betilos. Ahí siguen, tal y como aparecieron.
Y ahí están, en efecto, tres
betilos erguidos y uno caído, y un pequeño altar cuadrangular.
—¿Los
ártabros usaban betilos para el culto?—me sorprendo—. Si no me equivoco, son
más bien de tradición fenicia o púnica.
—Exactamente—corrobora
Ana—, es una clara influencia fenicia. Y se han encontrado otras piezas de
origen gaditano como cuentas de pasta vidriada. Parece que este lugar era bien
conocido por los comerciantes de Gadir, que fueron precisamente los que
financiaron la expedición de César. Sabían lo que se podía expoliar.
Esta sección del castro es
especialmente formidable, con murallas de cuatro metros de anchura que
permitían tener sobre ellas adarves o caminos de ronda, y una calle muy bien
trazada en su interior con el tránsito obstaculizado por grandes piedras
situadas en ella deliberadamente. Tal vez sean testimonio del momento de alarma
que se produjo al avizorarse las naves romanas en lontananza.
De camino hacia la salida
pasamos por otra de las construcciones más notables del castro: un aljibe con
paredes construidas con grandes sillares y sendas escaleras, también de piedra,
enfrentadas. El cielo azul se refleja en el agua inmóvil del fondo. Está tan
intacto que parece seguir esperando el regreso de los ártabros. El lugar
está rodeado por un murete. Explica Ana que lo construyeron los lugareños en
tiempos más recientes para evitar la caída de ganado e incluso de niños
traviesos.
sábado, 2 de diciembre de 2023
BRIGANTIUM Y EL GOLFO DE LOS ÁRTABROS (Tras las huellas de César XVI)
Una vez hubo sometido César
a los últimos fugitivos lusitanos en la isla de Peniche, puso su atención en la
costa que se extendía al norte de aquel punto, llamada de las Cassitérides,
famosas en la Antigüedad por su riqueza en minerales. En la actualidad aún se
discute si deben identificarse con las islas Cíes, o bastante más lejos, con las
Británicas, aunque, si debemos creer a Dión Casio, es indiscutible la primera
opción. Esta ruta era ya conocida por los romanos y, más aún, por los
comerciantes gaditanos, que fueron quienes suministraron a César los navíos
necesarios para proseguir su expedición. En realidad, se trató de toda una
práctica de saqueo sistemático puesta en práctica a escala imperial.
Es fácil imaginar el acuerdo
mutuamente beneficioso para las dos partes: César obtenía triunfos y
prestigio militar, abriendo nuevos territorios al dominio romano, y compartía
con los mercaderes gaditanos que financiaban su campaña los beneficios
económicos obtenidos mediante el expolio de las poblaciones indígenas, ya por
entonces insertas en lucrativas rutas comerciales. Es decir, ya entonces la
rapiña y la gloria militar eran las dos caras, valga decir, del mismo sestercio.
De este modo, avanzado el 61
a. C., César se presentó con sus naves en el golfo de los ártabros, un pueblo
céltico que habitaba la costa y el entorno de las rías de Ferrol, Ares, Betanzos
y A Coruña. Un célebre pasaje de Dion Casio (37.53.4) nos da cuenta de ello: «Después,
César, haciendo venir una barcaza desde Gades, atravesó con todo su ejército, y
sin lucha sometió a todos, que estaban en una mala situación por falta de
víveres. Y desde allí, navegando a lo largo de la costa, hacia Brigantium,
ciudad de la Galaecia, los atemorizo y sometió por el rugido de su embarcación,
pues jamás habían visto una escuadra».
Una cierta rivalidad localista ha producido un furibundo debate
científico y periodístico sobre la auténtica localización de Brigantium, con A
Coruña y Betanzos como principales candidatas. No obstante, el análisis de los
hallazgos más recientes, como el llevado a cabo por un equipo de arqueólogos
capitaneado por Samuel Nion-Álvarez en el yacimiento del número 17 de la calle
Príncipe, ha evidenciado que, bajo el subsuelo de la actual Coruña, hubo un
asentamiento prerromano de la Edad del Hierro, cuyo poblamiento se interrumpió
a mediados del siglo I a. C., superponiéndose sobre él una ciudad romana—la Brigantium
de las fuentes clásicas—un siglo después.
Por una de esas carambolas
que en ocasiones se produce en los viajes de trabajo, tuve la fortuna de poder
introducirme en este debate y sus evidencias arqueológicas de la mano de dos de las
personas más indicadas: Ana Martínez Arenaz, responsable del Museo Arqueológicoe Histórico de A Coruña, y Marco Antonio Rivas, arqueólogo municipal de la
ciudad. Con ellos visité el cercano Castro de Elviña, el que con mayor justicia
puede recibir el título de oppidum de
todo el noroeste peninsular, y seguramente el de mayor relevancia del pueblo de
los ártabros. Y días después, elevando mi gratitud al cuadrado, me mostraron
los secretos del propio museo, sito en el célebre castillo de San Antón,
mandado construir por Felipe II en la Peña Grande, una isla en la bahía de A
Coruña, que se conectó con tierra por un pasaje a mediados del siglo XX.
Ambos lugares, el castro y
el museo, ofrecen visitas fascinantes al viajero. Aunque tuvo lugar más tarde,
me referiré primero a la del museo, porque es la que mejor proporciona el
contexto del final de la Edad del Hierro y el comienzo de la romanización en la
Galaecia, poblada en aquel entonces por los ártabros y otros pueblos célticos.
Ana me dio la bienvenida en
el espacio que sirve de biblioteca, sala de investigación y despacho en el
antiguo edificio del Botero, desde el que se abre una amplia ventana sobre el
puerto. Es un lugar lleno de actividad, que demuestra el partido que se saca a los recursos que un ayuntamiento comprometido con la arqueología como el de A Coruña se esfuerza en dedicar. Después se sumó Marco Antonio y
con ambos visité las salas del museo, atravesando un patio de armas en el que
parpadeaban los brillos del sol en el granito húmedo por la lluvia de la noche
pasada.
En las salas del museo se
suceden las vitrinas dedicadas a enclaves megalíticos como el dolmen de Dombate
o la necrópolis de Parxubeira, calcolíticos como aquel en que se encontró el
tesoro de Cícere, o de la Edad del Bronce, con joyas extraordinarias como el
casco de Leiro, con su espectacular repujado en oro. Cada uno de ellos es
testimonio del pueblo y la cultura que los creó, y también de las
circunstancias en que fueron hallados. A este respecto, me seducen especialmente
las de las joyas de Cícere, halladas en Santa Comba durante la II República por
un platero de Carballo, quien se las entrego a un prócer de la comarca, el
doctor Arbeleda. Sus piezas principales son dos láminas lisas a las que faltan
diversos fragmentos que fueron utilizados por sus descubridores originales para
reparar zuecos, al confundir el oro con latón. «Tal vez todavía haya por Santa
Comba viejo zuecos con parches de oro»—dice Ana con una sonrisa.
De la Edad del Hierro el
museo exhibe piezas extraordinarias. Están los torques de «tipo ártabro», con
sus características remates en forma de pera, con piezas metálicas en su
interior que producen al moverlas el efecto de un sonajero; espadas de antenas
de bronce frecuentemente halladas junto a cursos de agua que dan evidencia de
rituales asociados a dioses fluviales o marítimos; y cerámica indígena de
barniz negro, platos campanienses y ánforas napolitanas de importación.
Es precisamente este tipo de
cerámica, de los siglos II y I a. C., la que se encontró en Príncipe 17,
estando su aparición inequívocamente asociada, como la pistola humeante de un
crimen, a oppida de cultura castreña
de la Edad del Hierro. «Es un hallazgo que va a obligar a mirar con otros ojos
todo lo anterior—comentan Ana y Marco Antonio—. Posiblemente otros restos que
hasta ahora se han considerado galaico-romanos sean, en realidad de un
asentamiento indígena anterior».
La joya de la corona de la
Edad del Hierro en el museo es el célebre Tesoro de Elviña. Fue encontrado
oculto en una hendidura, bajo el pavimento de una casa, en las excavaciones del
castro de 1953. Consta de tres piezas de oro: un collar con cuentas de oro y
vidrio, una diadema y una gargantilla. Aunque fuesen ocultadas más tarde, los
motivos ornamentales son típicos de la decoración castreña desde el siglo II a.
C. Junto a las piezas de oro, en el castro se hallaron numerosas cuentas
de pasta vítrea que dan testimonio del comercio mediterráneo de los ártabros
desde tiempos prerromanos. En Elviña apareció también, como era de esperar,
abundante cerámica prerromana igualita a la de Príncipe 17, con motivos
característicos como los cordones impresos con espigados o espinas de pez. A
modo de propina, en las vitrinas se muestra un ídolo fálico hallado en el
templo homónimo del castro, que sugiere imaginativas ceremonias favorecedoras
de la fertilidad. Un fascinante dibujo del arqueólogo que lo excavó da cuenta
del aspecto que tenía en el momento del hallazgo.
La clave para comprender
cuál fue el Brigantium al que llegó César en 61 a. C. parece estar, por tanto,
a unos pocos kilómetros del museo, en un suave otero a cuyos pies ha crecido en
los últimos años un campus universitario. Es el lugar donde, campaña tras
campaña de excavación, está saliendo a la luz el castro de Elviña. No tardaremos en visitarlo.
viernes, 1 de diciembre de 2023
"La mirada de las damas hispanas en el siglo XXI", de Pilar González Serrano, en la Fundación Pastor
El pasado lunes 20 de
noviembre tuvo lugar la presentación, por todo lo alto, del libro «La mirada de
las damas hispanas en el siglo XXI» (Ediciones Evohé, 2023), de nuestra querida
Pilar González Serrano, en esa admirable institución que es la Fundación Pastor
de Estudios Clásicos. Digo que Pilar es querida porque pocas personas de su
estatura humana y académica han mostrado como ella su cariño hacia Hislibris y
Evohé. Ella siempre ha estado al lado de esta comunidad de amantes de los
libros y la historia; la ocasión más reciente fueron los XI Encuentros
Hislibris celebrados el pasado mes de octubre. Ella es, además, quien acuñó esa
maravillosa definición de Hislibris como un «insólito rescoldo». Y ella
misma merece como nadie esa definición.
Y decimos que la
presentación fue por todo lo alto, porque no hubo aforo suficiente en la sala
para dar cabida a todos los amigos y colegas que quisieron acompañar a Pilar en
la ocasión. Hicieron los honores el Presidente de la Fundación Pastor, Emilio
Crespo Güemes, catedrático de Filología Griega de la UAM, y Mónica Ruiz
Bremont, profesora asociada de Arqueología de la Complutense, directora técnica
de Museos Militares del Ministerio de Defensa y discípula de la propia Pilar.
Junto a ellos estuvimos alumnos, amigos, colegas, editores, lectores, y todos
cuántos tenemos motivos de admiración y gratitud hacia ella. Y, por cierto,
Mónica, su hija, siempre impecablemente, atenta y cordial.
No hace falta relatar con
detalle lo que allí se dijo. La cariñosa bienvenida de Rafael; la introducción
de Mónica, admirable por lo que reveló tanto de la maestra como de la
discípula; la deslumbrante exhibición de sabiduría, humanidad y sentido del
humor de la propia Pilar. No hace falta entrar ahora en el asombroso mundo de
la civilización ibérica, en las geniales obras de arte que nos brinda, en los
enigmas que aparecen en su estela, como esa maravillosa Dama de Elche,
controvertida y tal vez apócrifa, pero exquisita de todos modos.
Basta leer el libro para
escuchar a Pilar y sumergirnos en su mundo de erudición y pasión por la Antigüedad
y, lo que es más importante aún, por la condición humana.
Gracias de nuevo, Pilar.