Hay escenas en mis novelas que me produjeron una honda emoción al escribirlas, y descubro que se renueva cada vez que las leo. Creo que mi mayor ilusión es que los lectores compartan esa emoción, como en ese tipo de resonancia que la física llama, con un hermoso término, "por simpatía".
Ahora cuento, además de con las palabras, con las magníficas ilustraciones de Sandra Delgado para conseguirlo. Y un inmejorable ejemplo de ello es la recreación del entierro del príncipe que hoy os presentamos. Que hay celtíberos de por medio lo deduciréis por la indumentaria, las armas y esos característicos cuernos de cerámica. No diré nada más para que no se me acuse de revelar ningún secreto; las claves de la escena están en las páginas de La cólera de Aníbal. Sirva para abrir el apetito un párrafo cuidadosamente velado:
Partiendo del santuario de Sucellos, situado en el
punto más elevado de la ciudad, la comitiva fúnebre emprendió su marcha. La
encabezaban los ocho guerreros de mayor rango y mérito, que soportaban sobre
sus hombros un lecho en que se mostraba tendido el cuerpo, con el
rostro cubierto por una máscara de lobo para poder encontrar a través de sus
ojos el camino a las moradas del dios. Después marchaban los sacerdotes
produciendo un coro de gemidos plañideros con sus tubas de barro cocido, y las
servidoras de Epona sosteniendo en sus manos pebeteros en los que humeaban
granos de incienso. Seguían, montados a caballo, los restantes miembros del
Consejo junto a representantes de las ciudades tributarias y
amigas.
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