miércoles, 3 de abril de 2019

ANÍBAL CONTRA NÓRAX (Galería de imágenes TRILOGÍA DE ANÍBAL XIV)


En El cáliz de Melqart, Aníbal debe viajar a "los últimos confines" en su empeño por lograr para los Bárquidas el dominio sobre Ispania. Un enemigo formidable se interpone en su camino: se trata de Nórax, el guerrero que dirige la defensa del castro de Curris, nombres ambos de reminiscencias tartésicas.

Sandra Delgado recrea con su habitual maestría el combate que tiene lugar entre ellos. La atmósfera es la de un paraje norteño, de "bruma, rocío y humo", utilizando las palabras de Aristófanes que dan título a la parte V de la novela. El equipamiento militar se muestra con el mayor rigor. Y la escena pone dinamismo a las palabras del libro:

El bárbaró se movió con una celeridad insospechada en alguien de su estatura: se inclinó hacia atrás y arrojó la lanza acompañándola de un rugido depredador del que al punto se hizo eco la multitud congregada en la muralla.
Aníbal alzó el escudo y recibió en él el impacto del venablo, tan fuerte que perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás. Sintió una punzada de dolor en el antebrazo y comprobó que la puntera de la lanza se había hundido en él, tras atravesar la barrera de cuero y tabla del escudo. Vio la sangre brotar de la herida con fría extrañeza, como si fuera el íntimo espectador de los sucesos que le acaecían a otra persona. Le pareció que los sonidos del mundo eran sustituidos por un rugido ensordecedor y se preguntó si era así de urgente el viento de la muerte.
Dejó caer su lanza, sacó la espada de su vaina y cortó de un tajo el astil del venablo allí donde asomaba del escudo; un agudo latido de dolor lo sacudió. Alzó la mirada y vio al bárbaro abalanzarse sobre él con su espada en alto. Se puso en pie y recibió el golpe sobre el escudo, que se desencajó con un estallido de madera rota. Cayó de nuevo, aturdido, sin aliento. Trató de incorporarse trastabillando, desbaratado, esperando recibir el golpe que pusiera un final vergonzante a sus sueños de gloria e inmortalidad.
Experimentó un tirón en el brazo, y luego otro. Vio que la espada del bárbaro se había quedado clavada en el escudo, dándole un fugaz instante de respiro. La hoja se liberó y él se incorporó, sintiendo cómo le acuchillaba el fragmento de lanza que tenía clavado en el brazo. Aulló para evitar desvanecerse. Adivinó un fulgor metálico trazando un arco en el aire y alzó su espada para detenerlo. Hubo una detonación de esquirlas de metal.

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