jueves, 2 de diciembre de 2010
El rostro de la Guerra Fría en el Paralelo 38
El 13 de noviembre visité la Zona Desmilitarizada que separa las dos Coreas y escribí el texto que sigue. No podía imaginar que, pocos días después, Corea del Norte atacaría la isla surcoreana de Yeonpyeong, causando cuatro muertos, dos de ellos civiles, y poniendo a la península nuevamente al borde de la guerra.
Esta mañana hemos visitado el último lugar del mundo donde aún permanece viva y tangible la Guerra Fría. Me refiero a la Zona Desmilitarizada (DMZ) que separa, a lo largo del Paralelo 38, a las dos Coreas.
El 25 de junio de 1950, el ejército del régimen comunista de Corea del Norte, con el apoyo de la Unión Soviética y de China, comenzó la invasión de su vecino del sur, buscando corregir el reparto de poder que el final de la Segunda Guerra Mundial y la desaparición del imperio japonés había dejado en la región. Estados Unidos, al frente de una coalición articulada por Naciones Unidas, acudió en auxilio de Corea del Sur, y la guerra que siguió dejó cinco millones de víctimas, el país devastado y la frontera aproximadamente en el mismo sitio en que estaba al inicio de las hostilidades. El armisticio (que no tratado de paz) firmado en Panmunjon el 17 de julio de 1953 puso fin a aquel colosal episodio de barbarie humana.
Desde el Observatorio Dora miro por el catalejo hacia Corea del Norte. Más allá de las alambradas y las casamatas, del altísimo mástil metálico con la bandera de la estrella roja ondeando perezosamente en su cúspide, veo difuminados en la bruma los pueblos del último país estalinista del mundo. Me estremezco pensando en la ferocidad de la dictadura que gobierna con mano atroz ese territorio de colinas extendiéndose hasta el horizonte. Un país donde uno de cada veinte ciudadanos es militar; donde la tercera parte del presupuesto nacional se dedica al ejército; donde el cadáver embalsamado del Gran Líder, Kim Il Sung, es adorado como un dios en un mausoleo que costó cien millones de dólares en una época en la que un millón de norcoreanos murieron de hambre; donde se estima que doscientas mil personas están encerradas en campos de concentración.
Bajamos con un casco en la cabeza y la compañía de un soldado a las entrañas de la tierra para visitar el túnel número tres, uno de los cuatro descubiertos hasta el momento que, partiendo de Corea del Norte, alcanzan el territorio del sur. Una vez terminado, hubiera permitido que treinta mil soldados cruzaran secretamente la frontera en una hora. Las familias coreanas y los americanos de la base de Seúl se agolpan en ese angosto espacio excavado a golpe de pico y de cartuchos de dinamita en la roca viva. Todo rezuma humedad y estupor: en las miradas hay más incredulidad que temor.
Corea del Norte ha probado misiles con un alcance de dos mil kilómetros y tiene probablemente armas nucleares. Son sus nuevos túneles, más largos y mortíferos que los anteriores.
Volvemos a Seúl con una sombra sobrevolándonos el alma. Hemos visto el rostro criminal de la Guerra Fría en la DMZ. Me pregunto cuándo decidirá China poner fin a esta locura. El mundo será un lugar mejor cuando eso ocurra.
Seúl, 13 de noviembre de 2010
Nota: todas las fotos son mías, excepto la del mástil con la bandera norcoreana, que ha sido obtenida de Wikipedia.
Ha sido un relato conmovedor a la par que instructivo. La verdad es que me he quedado tan frío como el día pensando en esa pobre gente que sigue viviendo bajo el yugo estalinista.
ResponderEliminarEs muy triste, Seth. Parece mentira lo que cuesta ir librando al planeta de los tiranos.
ResponderEliminarImpresionante. El hombre que tropieza y tropieza en la misma guerra...
ResponderEliminarY no parece que esto vaya a cambiar, de hecho empeora con la nueva generación de dictadores
ResponderEliminarYa lo creo. Por experiencia propia sabemos lo que cuesta librarse de ellos.
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