domingo, 26 de septiembre de 2010
Dioses y Gigantes en el Pergamonmuseum de Berlín
Tratar de hacerse una idea cabal del esplendor de la Antigüedad es una tarea condenada al fracaso. Afortunadamente, hay un puñado de lugares donde es posible experimentar durante un instante la intuición de lo que debió haber sido sentirse vivo en aquel tiempo: el Foro Romano, con sus ramilletes de flores frescas en la tumba de Julio César; la Acrópolis de Atenas cuando acaba de abrir sus puertas al amanecer; las calles desoladas, pobladas de ecos, en Pompeya. Pero, de todos los museos que conozco, sólo hay uno que puede incluirse en esa lista: el Pergamonmuseum de Berlín.
Me siento en un banco frente a la colosal escalinata, de veinte metros de altura, que conduce al santuario del Altar de Pérgamo. Estoy rodeado de los restos del friso de 115 metros de largo que un día lo circunvaló. En él está representada la gran batalla entre los dioses olímpicos y los Gigantes, con figuras de gran tamaño, de una fuerza dramática y una sofisticación artística asombrosas. Ahí está Hécate con sus tres cuerpos combatiendo a un gigante con piernas de serpiente. Y Leto, su madre, lanzando una antorcha al rostro de un adversario. Y Apolo defendiendo la verdad con su arco y sus flechas. Y Démeter, diosa de la tierra cultivada, e Iris, mensajera de los dioses. Y Hera, con los cuatro caballos representando a los cuatro vientos: Bóreas, Euro, Céfiro y Noto. Y Zeus combatiendo con sus rayos a tres gigantes, y Atenea, que sujeta por el pelo al gigante de dos alas Alcione, siendo laureada por Niké con la corona de la vistoria. Y mucho más.
Me pregunto qué sueño sembró en el corazón de Eumenes II, hacia el 170. a. C., el propósito de ordenar la construcción de una maravilla tan inabarcable como esta para celebrar el mito de la construcción de su ciudad por Télefo, hijo de Zeus. Pienso en la vasta incertidumbre ante la muerte que hace a los hombres aspirar a la posteridad grabando sus huellas en el corazón de la piedra.
Apenas tuve tiempo, antes de salir hacia el aeropuerto de Tegel, de echar un rápido vistazo a algunas de las otras maravillas que le hacen a uno quedar con la boca abierta de asombro: la puerta romana del mercado de Mileto, o la reconstrucción de la vía procesional y la puerta de Ishtar en Babilonia, con sus maravillosas figuras de leones representadas sobre azulejos esmaltados. Me prometo volver un día al Museo de Pérgamo para contar sus historias.
En el Pergamonmuseum (Berlín)
24 de septiembre de 2010
Magnífico, Arturo, no me extraña que te haya llamado la atención, porque impresiona.
ResponderEliminarQuedo fascinada ante estas imágenes. Me las he copiado, pero te aseguro que si alguna vez las empleo no olvidaré poner tu autoría, porque te tengo una carpeta abierta... Me gusta mucho cómo has expresado tu emoción. Un abrazo.
ResponderEliminarMe sentiré encantado si haces uso de las imágenes, Isabel. Por cierto, leí "Dido, reina de Cartago" y me gustó mucho. No pierdo la esperanza de enontrar un momento de calma para mandarte un comentario más extenso.
ResponderEliminarUn abrazo.
Aún puedo recordar cómo se me erizó todo el pelo del cuerpo al entrar en ese museo.Me quedé boquiabierta, pasmada, emocionada. Y luego no había manera de hacerme salir. Mi marido tirando de mí y yo que no me iba, jajaja! Sólo he sentido algo parecido en la Gliptotek de Munich, pero en menor grado. Has hecho un reportaje gráfico impresionante. Mis fotos las tengo en papel, hace tiempo que fui a Berlín y aún no había cámaras digitales.
ResponderEliminarUn abrazo, Arturo.
¡Ay, Ario, si es que los amantes del mundo antiguo no tenemos remedio! Nos ponen delante unos cuantos dioses olímpicos en mármol y nos rendimos incondicionalmente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Querido Arturo, qué buenos recuerdos de aquellos días que pasamos los cuatro en Berlín... y puestos a celebrar maravillas de la antigüedad... las imágenes que has puesto me trasportan en el recuerdo a uno de los objetos más bellos del mundo, el sarcófago de Alejandro en el Museo Arqueológico de Estambul. Tanta sensibilidad derrochada generosamente por el artista en unas figuras tan reales que al rato de estar dsifrutándolas cobran vida y uno puede oír el ruido de los cascos de los caballos y el entrechocar de las espadas, ver el revuelo de polvo de la batalla, oler el acre sudor de los animales mezclado con la sangre de los héroes... abrazos, Al Aurans
ResponderEliminarYa lo creo, amigo mío, me acordé mucho de vosotros. Y no puedo estar más de acuerdo con tu comentario sobre el sarcófago de Alejandro; no sé si en su momento se te pasó esto por alto:
ResponderEliminarhttp://arturogonzaloaizpiri.blogspot.com/2010/06/las-1500-liras-de-mehmet-serif-efendi.html
Abrazos.
Me come la envidia cochina de la mala mala... Nos vemos mañana. Un abrazo.
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