domingo, 9 de mayo de 2010
Agua que recuerda: la Cisterna de Justiniano de Estambul
Salimos del hotel con el mejor pie posible: hacía un sol radiante y nos envolvió de inmediato esa efervescente sensación de vitalidad con que Estambul se pone en marcha cada mañana. Subimos por Küçük Ayasofia y cruzamos el Arasta Bazaar bajo el zigurat de masas de piedra, cúpulas y minaretes de la Mezquita Azul. Olía a pavimento recién regado, a té de manzana; los jardines en ese espacio mágico que se extiende entre la mezquita y Santa Sofía, estallaban de flores como si en ese mismo momento estuviera inaugurándose la primavera. Los dos templos parecían dos ancianos colosos preguntándose mutuamente en silencio sus secretos.
Había que aprovechar el tiempo, y recién abiertas las puertas bajábamos las escaleras de la Yerebatan Sarnici, la cisterna subterránea de la Basílica.
Quedamos enmudecidos.
Ante nosotros se extendía una vasta caverna en sombras, en la que se entreveía un bosque de columnas. Desde la base de cada una un foco lanzaba hacia arriba una lengua de luz roja. El helado bosque de piedra se reflejaba en una lámina de agua estremecida aquí y allá por gotas de agua cayendo desde las bóvedas de ladrillo allá arriba, en los linderos de la penumbra. Como un xilofón mágico, fantasmagórico.
Caminamos en silencio por aquel lugar asombroso. Leímos en la guía que la cisterna había sido construida por orden de Justiniano en 532, contando con 336 columnas, repartidas en doce hileras de 28, situadas a intervalos de cuatro metros. Todas y cada una de ellas con su capitel jónico o corintio bellamente esculpido. Lo cual deja constancia de un rasgo maravilloso de aquella gente de hace 1478 años. Aquel lugar iba a estar siempre, por su propia función, fuera del alcance de los ojos de sus artífices, pero no por ello podía dejar de ser hermoso. De hecho, en el mundo clásico lo útil y lo hermoso iban de la mano acompañando al espíritu humano.
En una de las esquinas de la cisterna dos columnas se apoyan sobre sendas cabezas gigantes de medusas. Una está boca abajo, la otra tumbada. Abren sus ojos en una infinita expresión de asombro, que ya les dura casi quince siglos. Compartimos su estupor regresando hacia la salida poco a poco, reacios a abandonar esa burbuja de tiempo detenido, de piedra exhausta y peces sigilosos, de ecos de agua que conversa. Agua que recuerda.
Vuelo Estambul – Madrid
4 de abril de 2010
Es realmente precioso
ResponderEliminarPase a desearte un feliz domingo y una feliz semanita
Un besito Rosa
Muchas gracias, Rosa, feliz semana también a ti.
ResponderEliminarUn beso.
Realmente es espectacular. ¿No te recuerda un poco a Minas Moria? Por las fotos casi me da la sensación que en cualquier momento van a saltar los orcos y el balrog. ¡Menos mal que no pasó!
ResponderEliminarUn abrazo, Arturo.
PD: te invito a ti y a tus visitantes a que os paséis por mi blog y apoyéis una causa solidaria a la que he dedicado mi entrada de esta semana.
Pues no te falta razón, Javier, bien visto. Hablando de Tolkien, he dejado un comentario al respecto en la reseña de mi novela del blog de Ariodante.
ResponderEliminarY ya he visto la entrada de tu blog; desde luego invito a todos mis amigos a pasarse por allí y echar una mano a la causa de Laura.
Un abrazo.
He continuado con tu comentario en el blog de Ariodante. Como verás, cuando hablo de Tolkien me desbordo. Yo también he leído varias veces El Señor de los Anillos. Eso sí, no me considero freakie (no hablo elfo, no recito de memoria pasajes enteros de las novelas, no vivo en un smial y tampoco me disfrazo de hobbit o mago, jajaja).
ResponderEliminarGracias por tu apoyo a la causa de esta niña.
Genial, Javier, a mí me pasa lo mismo con Tolkien. Vamos a tener que acuñar un nuevo género: novela histórica épica-tolkiénica.
ResponderEliminarUn abrazo.
El hecho de que alguien observe un objeto, lo admire y lo considere bello no lo hace más bello. Puede ser en sí mismo bello aunque nadie lo mire. La esencia de la belleza está en el objeto y en el alma que le imprime el que lo realiza.
ResponderEliminarDa igual si está a la vista de todos o bajo el suelo, lo importante es que el que lo hizo quedase contento con su trabajo.
¡Qué maravillosas imágenes, Arturo! ¡Qué envidia me das! La sensación de entrar ahí, y encontrarte con esa inmensa cabeza de medusa, temiendo que de pronto te lance una de sus miradas asesinas...Si, también parece que un Balrog vaya a surgir de esa oscuridad rojiza del fondo...mmmm ¡que miedo y qué placer! ¡¡¡Anda que no lo pasaríais bien!!!
ResponderEliminarMuy lindo, Arturo.
ResponderEliminarEstoy contigo, Juan Carlos, pero es todo un contraste con este tiempo de cartón piedra donde lo bello es a menudo decorado, trampantojo, apariencia; donde la obra de arte rara vez es algo más que puro material fungible.
ResponderEliminarFue genial, Ario, si tienes ocasión no te lo pierdas. Es maravilloso bajar las escaleras y sentir que con cada peldaño te adentras en un mundo donde tal vez sean posibles cosas inimaginables en la superficie.
Gracias, Trecce.
ResponderEliminarTuvo que ser una visita realmente espectacular, Arturo.
ResponderEliminarGracias a tu relato nos has transportado por un momento a la gran Estambul...
Un saludo!
Lo fue, Pablo. Oye, me ha encantado tu idea para celebrar los cien seguidores; tienes un blog estupendo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bello..., muy bello y qué bien lo describes. Un lujo descubrirte y leerte. Muy bellas fotos. Felicitaciones! Un abrazo.
ResponderEliminar¡Vaya!
ResponderEliminarCon tu excelente relato y esas magnificas fotografía, logras que viajemos hasta eso maravilloso lugar y disfrutemos de cada rincón, de cada espacio y cada pieza de arte.
Estupenda entrada.
Gracias
Un abrazo en la distancia
Muchas gracias, Alma y María. Un fuerte abrazo desde este lado del Atlántico.
ResponderEliminarQué de recuerdos. Me envuelvo de escalofríos mientras caminamos sobre las aguas... La delicia de sentarnos a tomar un refrigerio en la curiosa terraza subterránea de su cafetería, frente al jardín de columnas apuntadas tenuemente por llamitas de luz, respirando humedad e historia. Uno de esos momentos irrepetibles que uno desearía revivir. Gracias, Arturo, por hacerlo posible.
ResponderEliminarGracias, Julio. Que conste que la necesidad de ir a Estambul en gran medida nos la inoculasteis vosotros. Un abrazo.
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