Sin quitarle a Sergio del Molino un ápice de mérito por darle al término carta de naturaleza, prefiero evitar eso de España vacía o vaciada: la España rural interior está repleta de cosas, y personas, que merecen la pena. Y está sabiendo poner en marcha estrategias para que sus muchos atractivos creen oportunidades de prosperidad para su gente.
Cuenca es un magnífico ejemplo, con su apuesta por el arte contemporáneo. Tras la fundación en 1966 del Museo de Arte Abstracto por Fernando Zóbel, esta maravillosa ciudad encaramada entre el Júcar y el Huécar ha decidido hacer de ello su seña de identidad, y no ha dejado de lanzar iniciativas para consolidarlo. En un fin de semana de comienzos de verano cogimos el AVE para (¡en solo 50 minutos!) plantearnos en Cuenca e ir a visitar dos de los museos más destacados, más allá del famosísimo de Zóbel: la colección Roberto Polo y la Fundación Antonio Pérez; la primera auspiciada por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la segunda por la Diputación de Cuenca.
La CORPO hace año y medio que instaló su segunda sede (la primera está en Toledo) en la iglesia de Santa Cruz, impecablemente rehabilitada en su escarpe sobre el Huécar. Exhibe parte de la colección cedida por el mecenas y coleccionista cubano Roberto Polo, con obras de los siglos XIX, XX y XXI, pero especialmente obra pictórica, escultura y mobiliario de los años 10 y 20 del siglo XX. Me llaman especialmente la atención las lámparas; parecen personajes de un zoológico mitad onírico, mitad alienígena.
Y el modo en que el arte y el paisaje sobrecogedor se encuentran de pronto hablando el mismo lenguaje. En la planta superior hay un hermoso espacio abierto a los barrancos vertiginosos de la hoz del Huécar y a los mundos que se ofrecen en los lienzos. El silencio hace accesible un territorio en el que se expande la imaginación.