Es el signo de los tiempos que
Marruecos y España se afanen por estrechar una relaciones que desde su inicio
han sufrido todo tipo de vaivenes. Me parece una magnífica idea pedir a la
arqueología, y a las instituciones arqueológicas, que nos echen una mano en el
empeño.
El MAN contribuye con la exposición “En torno a las columnas de Hércules. Las relaciones milenarias entre Marruecos y España”. El modesto número de piezas que incluye se ve compensado por un robusto relato de pasado compartido y por un excelente conjunto de obras maestras de la arqueología marroquí. Está hasta el 16 de octubre; no os la perdáis.
La exposición constata que España y Marruecos configuran un singular espacio geográfico, en el extremo occidental de la Antigüedad, que ha compartido siglos bajo los mismos influjos culturales y comerciales, e incluso bajo el mismo poder político.
Me atraen particularmente dos etapas.
En primer lugar, el llamado Círculo del Estrecho, que entre 573 a. C. (caída de Tiro ante los persas) y la conquista romana mantuvo un tejido político-comercial, bajo el poder tutelar de Gadir, con su celebérrimo templo de Hércules/Melqart, que incluía ciudades como Carteia, Malaca y Seks en la ribera norte, y Tingis y Lexus en la sur.
Y en segundo, claro está, la Pax Romana que instauró Augusto y que mantuvo a Hispania y la Mauretania Tingitana más de tres siglos bajo un mismo poder, una misma ley y una misma moneda. En ese panorama destacan figuras tan fascinantes como la de Juba II, designado por Augusto rey de Mauritania en 25 a. C. tras haberse criado en Roma como un príncipe helenístico y casarse después con Cleopatra Selene, hija de Marco Antonio y Cleopatra, entroncando así con la dinastía ptolemaica que tenía a Alejandro Magno como su referente. No es extraño que bautizara a su hijo con el nombre de Ptolomeo, con el que reinó hasta ser asesinado por Caracalla en 25 d. C. Me fascina el busto en bronce de Juba, una pieza clave de la arqueología marroquí.
Es uno más de los asombrosos bronces hallados en las mansiones de Volubilis, que tienen en la exposición ejemplos maravillosos como el jinete y el anciano, el perro o el efebo. Bastarían para hacer imprescindible la visita a la exposición. Conforman una suerte de bosque fantástico hecho de figuras que desafían con su realismo a mitad de camino entre lo mítico y lo naturalista al paso de los siglos.
Después, el imperio romano se desmoronó en este extremo del Mediterráneo dando lugar a los reinos visigodos y suevo al norte, y vándalos al sur. Habría que esperar al tiempo de Al Ándalus para recuperar etapas de unidad política bajo el poder omeya, almorávides y almohade. Pero no es esa historia materia para este blog.