Pasar una mañana en el MAN dibujando y haciendo fotos a las obras maestras que alberga no es una mala manera de ir navegando el ajetreo de las Navidades. Así lo hice el pasado sábado, armado de cuaderno, lápices y acuarelas, y dediqué un delicioso rato a la Gran Dama Oferente del santuario del Cerro de los Santos. Siempre me ha fascinado la figura hierática de esta mujer -probablemente una joven en un rito de paso de edad, siendo presentada a la divinidad-, representada con todo lujo de detalles en su atuendo y ornamentación. Cuando he necesitado una imagen mental de Imilce en las ceremonias nupciales con Aníbal he acudido a esta.
jueves, 26 de diciembre de 2019
sábado, 14 de diciembre de 2019
ASDRÚBAL Y TITAYÚ COBRAN VIDA (Galería de ilustraciones de la TRILOGÍA DE ANÍBAL)
El proyecto de creación de un libro de arte para mi Trilogía de Aníbal con Sandra Delgado me resulta apasionante por muchos motivos. Mi paisaje visual de la narración va siendo remplazado por las imágenes de Sandra en un proceso fluido y sin solución de continuidad que me cautiva. Es como si yo tuviera una imagen borrosa que de pronto adquiere nitidez al surgir de los lápices y pinceles, físicos o digitales, de Sandra.
Es como si el recuerdo turbio de un sueño pasara al dominio perdurable de los recuerdos.
Todo comienza con un personaje, un fragmento de texto o una escena que atrapa la atención de ambos. Después se convierte en una propuesta de relato visual, con su escenario, sus protagonistas y figurantes, su decorado, su atrezzo. Todo ello toma forma en un boceto, y después en un dibujo. En el dibujo lo que solo se había imaginado cobra ya a carta de naturaleza de la existencia. En el dibujo los personajes cobran vida.
Aquí tenéis, a modo de anticipo, el dibujo de la próxima ilustración a punto de salir del horno. Asdrúbal levanta el cáliz de Melqart, en presencia de Titayú, frente al templo de Melqart. ¿Lo recordáis?
martes, 12 de noviembre de 2019
LOS ÍBEROS DEL EBRO (Tras las huellas de Aníbal XVII)
La antigua ciudad de los
ilercavones del Castellet de Banyoles está situada en un espectacular cerro amesetado con forma de
triángulo isósceles que orienta su base al río Ebro como una monumental muralla
geológica. Cuando el visitante se asoma a ella comprende al punto el inmenso
valor estratégico que tuvo este lugar en la Antigüedad, más aún teniendo en
cuenta que a sus pies se encontraba uno de los mejores vados
del curso bajo del gran río que dio nombre a nuestra península. Este vado bien pudo ser uno de los que utilizó Aníbal para cruzar el río al inicio de la campaña que lo condujo a Roma.
El lugar es hoy un yacimiento
visitable dentro de la Ruta dels Ibers
que promueve con acierto la administración autonómica catalana. A la llegada
impresionan las dos grandes torres pentagonales, sin parangón en España, que
protegen la única entrada a la ciudad, situada en el vértice del triángulo que
traza la muralla. Los investigadores opinan hoy que debieron ser construidas
por los romanos tras la conquista, siguiendo al pie de la letra las
recomendaciones del griego Filón de Bizancio.
En el cerro hay excavados diversos conjuntos de bloques de viviendas, algunas de ellas de más de trescientos metros
cuadrados de superficie, que apuntan a una importante estratificación social y
a un notable grado de sofisticación urbanística, incluyendo la existencia de
cloacas sanitarias. En conjunto no suponen más del 20% de la ciudad, que con
sus 4,2 hectáreas debió tener una población de unos tres mil habitantes, el
doble que el actual municipio vecino de Tivissa (Tarragona), que alberga el centro de
interpretación al que luego nos dirigiremos. En la peculiar guía del lugar que
encuentro en la web de la Ruta dels Ibers,
escrita por el periodista Carles Cols[1] en un chispeante tono de
humor, este nos dice:
«En realitat, només hi ha tres
zones excavades. Aquesta i altres dos angles del triangle. El gran espai
central és un misteri, com aquells mapes decimonònics en què la llegenda
escrita al cor del continent negre era «Àfrica desconeguda»».
En esta mañana de otoño, el
mayor placer de la visita lo proporciona el perfume del bosque mediterráneo
recién llovido. El espacio entre las ruinas se lo disputan pinos, olivos, algarrobos,
romeros y lentiscos. Y, sobre todo, los horizontes inabarcables que se dominan
desde el trazado de la antigua muralla. Primero está el río, con su agua de color
verde oliva, oscura y untuosa, cruzando el mundo de parte a parte. En su cauce,
a los pies del cerro, se distingue un canal cuajado de juncos y verdín
remansado que señala la posición del antiguo puerto fluvial de la ciudad,
mediante el que nuestros íberos del Ebro ejercieron el control del comercio en buena parte del curso
inferior del río, en aquellos tiempos navegable. Más allá está la campiña,
extensa y feracísima, dilatándose hacia la lejana Sierra del Tormo y el
Montsant.
En estos parajes tuvo lugar en
nuestra contienda civil la batalla del Ebro, y algún eco bélico debe quedar aún
en el aire, porque se me hace fácil imaginar ahí enfrente al ejército púnico
disfrutando de su último descanso mientras el General Aníbal negociaba el
derecho de paso con los abrumados ilercavones. Supongo que estos debieron de
dar todo tipo de facilidades para que aquella fuerza militar sin precedentes
continuara lo antes posible su camino hacia el norte. Utilizando de nuevo las
palabras de Carles Cols –aunque él las aplica al también ilercavón enclave
fortificado del Coll del Moro, en la vecina Gandesa-:
«Peró quan el visitant s’atura
avui a l’increïble mirador que és el Coll del Moro, ve de gust entretancar els
ulls i intuir l’exèrcit d’Anníbal a la vall que s’estén fins a les serres de
Cavalls i de Pàndols, just al davant. És el pas natural que uneix la
desembocadura de l’Ebre amb el Baix Aragó. Potser els habitants de la Terra
Alta, la comarca, s’han acostumat al que aquest espectacle orogràfic ofereix.
Per a algú de ciutat és com mirar una lalr de foc. És emocionant. Hipnòtic».
Esa es la palabra. Hipnótico.
La gran ciudad de los ilercavoces
escapó de los cartagineses, pero no de los romanos. Estos la destruyeron a
sangre y fuego allá por el 200 a.C. Se ha encontrado una gran cantidad de
proyectiles –en especial glandes plúmbeos de honda- que lo atestiguan. Y
recientemente se ha hecho un descubrimiento revelador: a unos trescientos
metros de la puerta flanqueada por las torres pentagonales, más o menos en el
actual aparcamiento de autocares junto al que pasamos al abandonar el lugar, se
erigió un gran campamento legionario romano. Probablemente lo construyó el
cónsul Marco Porcio Catón durante las campañas que dirigió para reprimir las
revueltas ilergetes e ilercavonas de la región a finales del siglo III y
comienzos del II a.C. La ciudad amurallada y el campamento a sus puertas recuerda,
como bien nos trae a colación nuestro celebrado Carles Cols, a la aldea de los
irreductibles galos de Astérix y el campamento de Petibonum.
[1] Carles
Cols, Ilercavons, Històries Ibèriques - Ruta
dels Ibers, Museu d’Arqueologia de Catalunya, Generalitat de Catalunya
2017.
miércoles, 16 de octubre de 2019
LOS ALTOS DE ANÍBAL EN SAGUNTO (Tras las huellas de Aníbal XVI)
Hago un alto en la taberna de
la Serp, en lo alto de la antigua judería de Sagunto, para reponer fuerzas tras
la excursión matutina al castillo. Desde la terraza, con una jarra de cerveza
sobre la mesa, veo los farallones escarpados y los lienzos de muralla de la
Ciudadela, allá arriba, recortados contra el cielo azul. Es preciso subir para
hacerse una cabal idea del valor estratégico de este cerro de casi un kilómetro
de largo desprendido como un transatlántico de caliza de la sierra Calderona.
En él se suceden estructuras defensivas de todas las épocas, como un catálogo
poliorcético de todas las guerras e invasiones que en España han sido, desde la
anibálica que nos ocupa hasta la Guerra Civil, pasando por la huella romana,
árabe, medieval e, incluso, napoleónica. El castillo es un lugar agreste y
solitario, y las vistas vastísimas que se abren en todas direcciones producen
un desasosiego que anima a cruzar saludos con los visitantes cuyos pasos se
cruzan con los nuestros.
Quizá lo que más me ha gustado
ha sido el museo epigráfico que se apoya contra la muralla en un lateral de la
plaza de San Fernando. Sus cartelas explican de un modo ejemplar ese sutilísimo
tejido de tradiciones y creencias que dieron cimiento al mundo romano durante
siglos. No estaría mal, por ejemplo, que mantuviésemos la costumbre de celebrar
a los nuestros con inscripciones en el espacio público, como ese Publio Bebio
Venusto que quiso compartir la memoria de su amigo Quinto Varvio Celer, de la
tribu Galeria.
Algo más me ha costado dar con
los restos de la ciudad íbera: es preciso seguir un camino accidentado por el
exterior de la muralla, entre coscojas y lentiscos, para dar con tramos de
muralla y el arranque de una torre defensiva construidos con grandes sillares
en el siglo IV a.C. Se suda la gota gorda, pero merece la pena. Es la única
forma de entrever el aspecto que debió ofrecerle a Aníbal la antigua Arse íbera
en los tiempos en que se la consideraba inexpugnable, con su doble recinto
amurallado ciñendo la cumbre y las caderas del risco. Una cartela plantada en
mitad de la “senda íbera” nos advierte de que «no se dispone de material
arqueológico del célebre asedio, ya que en el siglo XX se lleva a cabo la
destrucción de la vertiente sur y oeste de la montaña para extraer piedra.
Algunas imágenes de la explotación muestran una gran cantidad de proyectiles
esféricos, que pueden pertenecer al armamento artillero utilizado por el
ejército cartaginés».
Sin embargo, como tantas
veces, es la memoria de los nombres la que nos hace próximo el pasado. Dice la
misma cartela: «De aquel momento histórico ha pervivido la toponimia de los
Altos de Aníbal».
Apartado y hermoso paraje, propicio para los ecos, este de los Altos de Aníbal en Sagunto.
Apartado y hermoso paraje, propicio para los ecos, este de los Altos de Aníbal en Sagunto.
lunes, 16 de septiembre de 2019
LOS HOMBRES Y MUJERES DE ARSE (Tras las huellas de Aníbal XV)
Sagunto tiene hoy esa
expresión de fatiga desorientada de las ciudades que fueron prósperas por un
medio de vida que pasó a la historia. El puerto de Sagunto fue durante buena
parte del siglo XX una Ciudad Factoría construida en torno a la siderurgia y
los astilleros, hasta el cierre de Altos Hornos del Mediterráneo en octubre de
1984. De aquel tiempo queda aquí un recuerdo de contaminación, lucha sindical y
reconversión industrial. Y la respuesta ha sido la que suele ser: poner en
juego el músculo de la historia y las tradiciones. No hay más que ver cómo está
estos días la ciudad engalanada de banderolas moradas para las diversas
devociones de Semana Santa; no hay momento en que no se oigan por las calles
los acordes de las bandas de música ensayando para las procesiones.
Pero lo que más me llama la
atención, en Sagunto como en otros lugares de la misma filiación, es esa
reivindicación del pasado romano hecha a partes iguales de fastos
institucionales, reclamos turísticos y variada quincallería decorativa del todo
a cien. El B&B donde me ha dado hospitalidad Inma se llama Domus Atilia y por todos sus rincones
hay reproducciones de diosas y ninfas varias. Mi habitación, grande y
confortable pero algo destartalada, es la Flavia. En la ciudad acaban de
terminar los Ludi Saguntini, un
festival de teatro clásico. Junto al museo histórico se anuncia la Domus Baebia, aula didáctica de cultura
clásica.
Y el restaurante donde como
ahora, mientras escribo, un arroz del
segnoret, se llama El templo de Diana.
En la sobremesa me acerco a
conocer los restos del antiquísimo edificio sacro que le da nombre. Son unos muros
impresionantes, con un aparejo de sillería prácticamente megalítico. Se trata
de un edificio íbero sin parangón. Al decir de los expertos es la única
estructura que dejó en pie Aníbal cuando destruyó la ciudad, por estar bajo la
advocación de alguna diosa local que le impuso respeto. Me detengo a
contemplarlo. Esas mismas piedras dieron cobijo y sombra un día, muchos días, a
las mujeres y hombres de Arse. Me importa recordarlo.
Mientras, en la ciudad se
prepara la magna representación en vivo de la Pasión que, ocupando un gran
escenario en la plaza Mayor, constituye uno de los principales acontecimientos
de la Semana Santa. Resulta todo un viaje en el tiempo descubrir, al alejarme
paseando del templo de Diana, las calles de Sagunto llenas de legionarios
romanos.