Del mismo modo que La Iliada de Homero en El heredero de Tartessos, el teatro griego tiene una importante presencia en El cáliz de Melqart, la segunda de las novelas de la Trilogía de Aníbal. No solo las tragedias de los grandes dramaturgos helenos proporcionan los títulos de las seis partes de la novela, sino que dan lugar a algunas escenas que me son especialmente entrañables. Ahí está, por ejemplo, esa conversación entre Asdrúbal y Zekárbal en que el sacerdote explica por qué lamenta que la pasión por el teatro no llegara a prender en Cartago. Y esa otra en que Argonio, a bordo de una almadía que desciende por el Durio, lee a sus compañeros de aventura el Prometeo encadenado de Esquilo.
Esa es precisamente la imagen que nos regala ahora Sandra Delgado. Argonio de Hélike lee mientras le escuchan sus amigos ólcades, Gerión, Saunio y Mimbro, y Bekoníltir de Qart Hadasht. El joven une su voz al caudal de las aguas del río:
Comenzó
con voz alta y solemne.
-Nos
situamos en una montaña de la Escitia. Es un lugar remoto, más allá del mar de
Levante, por donde se alza el sol al comienzo de cada día. La Fuerza y la
Violencia, en compañía del dios Hefesto, llevan prisionero a Prometeo,
cumpliendo órdenes de Zeus. Habla la Fuerza:
Ya del orbe a los últimos confines
hemos llegado, a la región Escita,
a inaccesible yermo.
Tú del padre
cumplir ahora los mandatos debes…
Argonio
recitaba lentamente, traduciendo entre titubeos el griego al íbero, volviendo
atrás en ocasiones para rectificar o reformular un verso. Su voz envolvió poco
a poco a los pasajeros de la almadía como si los hiciera fluir en ella, como si
formara parte del caudal del río, y, mientras atravesaban el corazón del país
de los vacceos, los versos de Esquilo fueron acompañando al día en su
transcurso. Argonio era interrumpido una y otra vez para que repitiera un
pasaje o aclarara algún significado; él explicaba lo que sabía e imaginaba lo
que no, llevado por un fervor arrebatado en el que no había espacio para la
ausencia de respuestas.
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