A Córdoba es preciso acudir vestido de humildad. De lo contrario puede pasarse por alto que por dos veces fue una de las más formidables ciudades del Occidente mediterráneo. La más cercana en el tiempo fue la Qurtuba califal de los Omeyas, y es su aliento el que nos envuelve en el patio de los Naranjos antes de internarnos en el bosque de las 900 columnas. Estamos, como dice el tríptico para visitantes, en un paisaje de palmeras, naranjos, cipreses, olivos y cinamomos, de nostalgias helenísticas. Es la Qurtuba de Maimónides y Averroes e Ibn Arabi, cuyas voces escuchamos en la penumbra de la torre de la Calahorra, la de la convivencia hoy difícil de imaginar de las tres religiones. Después vendría la Inquisición como un símbolo de todas las intolerancias. Pero ahí sigue Córdoba, y es delicioso respirar la sal de sus callejas, sus patios, sus jardines, sus faroles.
miércoles, 29 de marzo de 2017
viernes, 17 de marzo de 2017
UNA VEZ FUERON LOS ROMANOS (Once were Romans)
El Palazzo Massimo, en la Plaza de la República, es la
sede del Museo Nacional Romano. Cuando llegamos sorteando el tráfico de Vespas
dominicales encontramos un gran cartelón desplegado en la fachada. Muestra el
discóbolo de Mirón y reza: “Once were
Romans. No se vive senza una slancia ideal”. Once were Romans: una vez fueron los romanos. Ángela lo explica:
“Una vez fueron los romanos los que copiaron todo lo que hicieron los griegos”.
Pero luego comprobamos que el genio romano produjo también obras mágicas
propias. Quedamos boquiabiertos ante la reconstrucción del triclinium de la Villa de Livia. Representa un jardín sutil,
exuberante, intemporal. Un jardín donde saborear la proporción de lo humano y
ver transcurrir el paso de los siglos.
Una vez fueron los romanos.