En aquel entonces Jefferson, que había dejado de ser Presidente en 1809, atravesaba dificultades económicas, y vio la oportunidad de "matar dos pájaros de un tiro". Propuso al Congreso la adquisición de su colección personal, formada por 6.487 volúmenes, como base de una nueva biblioteca. Tras no poca controversia y negociación, finalmente se materializó la compraventa, por 23.950 dólares, en 1815.
Aunque el dinero que recibió era toda una fortuna para la época, Jefferson debió sentir hondamente separarse de sus tesoros bibliográficos, y en 1815 escribió la frase que se ha convertido en el lema oficioso de la Biblioteca del Congreso: I cannot live without books, "no puedo vivir sin libros".
Cuando viajo a Washington, siempre intento pasarme por la Biblioteca del Congreso, la mayor del mundo, a la que ya he dedicado alguna atención en este blog. Su sancta sanctorum, su corazón, es una sala bajo la advocación de Aristóteles que contiene, en el interior de un espacio circular rodeado por una vitrina, lo que aún subsiste de la biblioteca de Jefferson (aproximadamente dos tercios de los volúmenes fueron destruidos por un incendio en 1851).
Me sitúo en el centro y miro a mi alrededor. Pienso que al mundo le hubiera ido mejor si sus gobernantes hubieran compartido con Jefferson el amor por los libros. Murmuro, 196 años después, sus palabras: I cannot live without books.